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Adolescencia | Series Sobre 9

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He vuelto a leer el primer artículo que titula esta columna. Lo escribí el 5 de mayo de 2021 y me ha servido para confrontarme con la que vengo siendo. Creo que eso nos pasa a todos cuando nos acercamos a nuestro cumpleaños. Bueno, dudo que a mi amado hijo millennial le pase, pero a los cincuentones nos viene como una intensidad tóxica por evaluar nuestra vida. 

Allí aparecen los ex, las frustraciones, los olvidos que nunca llegaron de las situaciones que deberían ser pasado pisado. Los logros, los triunfos reflejados en la cuenta bancaria y en el número de clientes, y los disfrutes diversos parecen estar bajo una capa de invisibilidad. Es como si nuestra conciencia fingiera demencia temporal. Ay no sé, no mucho, no me acuerdo bien, debo evaluar mejor, son las frasecitas que aparecen para justificar esa sensación de desamparo existencial. Porque es tan fácil conectarse con lo que no se cosechó, aquello que no rindió frutos, en vez de alegrarse por las semillas esparcidas que seguro nos darán alegrías futuribles. Ah, pero esa visión esperanzada y hippie no sale a flote cuando estamos en modo ¿qué has hecho de tu vida, mijita querida?

Hoy en tiempos de guerras, en un loop infernal, con desastres naturales que nos aterran y dan cauce a nuestras tristezas colectivas, con heridas de la patria primera y ante las incertidumbres en la casa de acogida, pienso en cuánta angustia nos da vivir. Ya lo dije, estoy por cumplir años, voy rumbo al final de los cincuenta y la toxicidad reflexiva es como una onda vibratoria que aquieta el ánimo adolescente que usualmente me posee.

¿Qué buscamos día a día para hacernos la vida más feliz?, piensa la que escribe esto con el té entibiándose a un lado del teclado y con el chal resbalándosele de los hombros. De repente y como en una escena de alguna comedia inglesa de equivocaciones, saltan las frases de amigas entrañables que he tenido a lo largo de mi vida. Surgen sus magníficas respuestas existenciales como “búscate un amante que te reactive el colágeno”; “haz la comprita mensual en la Sex Shop”, “métete en un club de lectura erótica”; “aprende un oficio, hazte carpintera”. Sonrío recordando sus caras, sus chistes malos; la sazón de sus peculiares gustos y vuelvo a reconectarme con la alegría de saberme tan común y corriente como otras mujeres que les pasa lo mismo. Esas que resuelven hundirse con cronómetro y alerta de Calendly para emerger luego de la cama vestida con lentejuelas, con escarchita en los ojos y brillito en los labios.

 Ahora veo que no se trata de angustiarnos, sino de empatizar en género femenino para motivar a otras que no tienen los recursos emocionales para salir a flote de una crisis de edad madurísima. La receta, pienso yo, es propiciar una sonrisa auténtica en otra para que haya un efecto de rebote que te haga sentir complacida.

Hoy renuevo mi Manifiesto y expreso que mi entusiasmo, inteligencia y creatividad están desplegadas como una invitación constante al gozo de estar vivitas y coleando.  

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Escritora y cronista.

Columnista en The Wynwood Times:
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