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¿Qué piensas de esa frasecita? Hay gente que la detesta y hay otros que la usan a diestra y siniestra.

Es una imposición ante la crítica reflexiva y la libre expresión. Siempre que alguna persona desea exponer lo que piensa respecto a un tema que a otro le resulta delicado, salta la fulana máxima, por lo general en boca de una fanática o de un intolerante de mala lactosa.

Yo digo que hay que expresarse, pero hay que argumentar, mejor aún. Claro está sin ser grosera ni ofensiva. Por ejemplo, no porque sea de la GenX voy a ir por la vida con un megáfono en actitud iracunda diciéndole a alguien que no haga el ridículo, que revise su rutina y que de las pifias también se aprende.

No, hay que mantenerse en la dignidad del que calla… que otorga poder a lo que sabe que es cierto, y que a la larga, en un momento inesperado, ¡zuas!, se terminará sacando como quien sufre de una tosecita irreverente viendo un concierto en el Teresa Carreño. Sin embargo, el asunto serio es que pareciese que existe una orden tácita que impone ser de un bando, ese del estar a favor de lo que sea trending topic.

Estar en contra, jamás. He allí la realidad digital, nos guste, incomode o exaspere.

No se puede aplicar el ejercicio de la libertad de expresión cuando hay tanta gente de acuerdo en que hay una sola, solita verdad, la que ellos quieren creer y punto. La divergencia, el pensamiento crítico y la objetividad no se aceptan, más aún si afecta a la emocionalidad nostálgica del sentido de patria.

Vale decir, que si hay una turba digital enardecida defendiendo a Venezuela como el país más bello, el mejor del mundo, con la gente más chévere y de mayor calidad humana, no puede ocurrírsele a algún ser humano hablar de que hay otros países que también se consideran así: maravillosos, extraordinarios, únicos. No, nunca como mi país, tu país. Es impensable sacar los trapitos de la xenofobia, el racismo y el clasismo en la nación que Manuel Antonio Carreño quiso mostrar en su manual desprovisto de malas palabras e insultos colorados. Deberes, civilidad y etiqueta hoy están out, por lo visto.

Vernos sin mascaritas, en la desnudez de nuestras vilezas ciudadanas, sin comparsas solidarias y faranduleras no es posible ante tanto suspiro exiliado por el país, sumo romanticismo de perfección, insertado en la mente colectiva.

Por eso callar a veces es mejor…no estamos preparados para una discusión de lo que fuimos y hemos venido siendo como conciudadanos, no, no se puede porque hay que victimizarse, atacar con saña a los críticos y justificar las acciones irresponsables de otro porque el gentilicio, porque sí, puej.

Así que chito, mutis, cierrecito para la boca.

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Escritora y cronista.

Columnista en The Wynwood Times:
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