

Hasta que el Wifi nos separe | Manifiesto GenX
El matrimonio, ese rito que para nosotros era una mezcla entre cuento de hadas y salto al abismo, hoy es visto como una sociedad limitada hasta que el wifi nos separe, con cláusula de salida, acuerdos prenupciales, mediación terapéutica … Nos comenta Florángel Quintana.

Luz, ciudad y memoria | El universo creativo de Octavio Mendoza
Con más de 30 años de trayectoria, Octavio Mendoza ha desarrollado una obra que transita entre la figuración y la abstracción, explorando la relación entre el espacio, la luz y la figura humana

Discursos en relación | Reflexiones sobre la migración a través del arte
Arts Connection inaugura el 12 de abril la exposición Discursos en relación, una muestra colectiva que reúne a los artistas venezolanos Lourdes Peñaranda, Elsy Zavarce y Luis Gómez. A través de distintas disciplinas artísticas, los creadores dialogan sobre sus experiencias migratorias

FEEL THE RIDE: Memoria digital en estado físico
«FEEL THE RIDE» de Ricardo Arispe/ColectiBot presenta álbumes de IA con piezas audiovisuales. La experiencia digital se materializa en un casete y realidad virtual, explorando lo efímero digital y el objeto artístico.

El hogar, el dolor, la belleza
La noción sobre el hogar y su interpretación emocional, suelen ser un tópico habitual en la literatura que analiza el desarraigo, el dolor y la soledad como una conmoción emocional de profundo impacto en la vida cotidiana. Para Virginia Woolf, el tema fue recurrente …

Cartografía / cuerpo reflexivo | Ilian Arvelo
La artista multidisciplinaria Ilian Arvelo se posiciona en el panorama del arte contemporáneo a través de una investigación rigurosa del cuerpo como vehículo de conexión física y archivo del inconsciente

El Jardinero del Prado, un paseo botánico con Eduardo Barba Gómez
Eduardo Barba Gómez, el Jardinero del Prado, identifica miles de plantas en las obras de arte del museo. Su «Paseo Botánico» revela el simbolismo y la diversidad de las flores en cuadros y esculturas

Rolando Peña, un Príncipe nos da la bienvenida a su mundo
La Central del Museo Reina Sofia abrió sus puertas a la Editorial Kalathos, con un libro de colección, la vida y obra de Rolando Peña, un Príncipe que sigue trotando mundos a sus tiernos 80 años.

Adolescencia | Series Sobre 9
Adolescencia; su indiscutible éxito se debe a la excelencia de su realización, un elenco que brinda actuaciones tan naturales como desgarradoras y un guion magistralmente bien escrito

“Laberinto Sagrado” de Eduardo Molina: Un viaje místico entre arte, sonido y espiritualidad
El artista Eduardo Molina presenta su exposición «Laberinto Sagrado (Holy Maze)», una experiencia inmersiva que combina pintura, escultura, video y música para explorar la espiritualidad y la introspección.

Eduardo Kac y su obra “El Adsum” | XX Premio ARCO/BEEP de Arte Electrónico
El XX Premio ARCO/BEEP de Arte Electrónico ha sido otorgado a El Adsum, del reconocido artista brasileño Eduardo Kac. Esta obra es la primera pieza de arte instalada en la Luna, marcando un hito en la historia del arte y la exploración espacial.

Capítulo 9 : El Cine Sonoro, una nueva forma expresiva | FAMB
En el ámbito cinematográfico el período vanguardista fue inaugurado por Diagonal Symphonie de 1921, un filme con tintes totalmente abstractos realizado por el artista y cineasta sueco Viking Eggeling.
La primera novela que leí de Israel Centeno (Caracas, 1958) fue Bajo las hojas (Alfaguara, 2010). Quedé encantado con la historia y, sobre todo, con la manera de narrar. Después vinieron las lecturas de Calletania. Siempre lamenté haber devuelto este libro prestado, pues nunca lo logré conseguir en las librerías que aún existían en la capital venezolana; años después y en absoluto desorden y a destiempo Jinete a pie (Lector Cómplice, 2015) y El complot (Alfa, 2002). Además de éstos, uno de los pocos libros que me traje de mi biblioteca personal y que he releído varias veces es Criaturas de la noche (2000), un libro genial de relatos en donde El Ávila y una perra amarilla son referentes fundamentales en algunos de los cuentos (¿o en todos? no recuerdo).
Llego entonces a El arreo de los vientos y a La torre invertida, libros que cierran la trilogía que nace en Jinete a pie, todas publicadas por la editorial venezolana Lector Cómplice. Me enfocaré en el libro que cierra este trébol distópico literario, aunque seguramente eche mano de los otros dos. En el inicio de las tres novelas el autor nos presenta de una vez a los protagonistas. Es como si se dijera que no hay tiempo que perder y el caos que estoy por presentarles es de donde venimos y en el que seguimos inmersos. En Jinete a pie: “Roberto Morel despertó sin asombro y con resignación”; En El arreo de los vientos a Caracas, al grupo Akinethón y a Santiago, que “se abre paso en medio de una tímida multitud” y en La torre invertida a “Julio [quien] había pasado la noche soñando con culebras.” A medida que avanza la historia lo onírico revolotea entre simbolismos e imágenes que y desconciertan. De hecho, quien sepa o tenga algunas nociones básicas del Tarot —no es mi caso— llevará ventaja en algunas partes de esta lectura, y es a través de Alberto el psicólogo, que iremos entrando en lo etéreo de cada interpretación, de cada pasaje que nos irá llevando al desenlace (¿hay desenlace?).
Pero, quiénes son Julio, Roberto, Santiago, pues los habitantes de una ciudad devastada y dividida en cantones que son controlados por brujos y monstruos. Julio, a pesar de su experiencia en el cerro como montañista, desapareció sin mayores pistas que sus cosas halladas en un sendero común del Ávila. En apariencia el corredor de bolsa, a eso se dedicaba Julio, llegó al final de sus días, velatorio sin cuerpo de por medio, ante la postura impertérrita de Lutecia, su mujer, que pensó “mejor, así no soy viuda ni Laura huérfana”, una suerte de standby oportuno para su situación. Y mientras se desarrollan los hechos, el aparato literario que construye Centeno nos expone a particulares giros en la trama y a la presentación de imágenes que reclaman la justa medida de nuestra atención, razón por la cual La torre invertida como las novelas que le preceden, no son lecturas para gente apurada. Por el contrario, nos exige y como tal hay que estar atentos a los detalles. Recuerdo como un sablazo Calletania, suerte de novela de barrio —si es que se le puede llamar así—, que persiste y revive en La torre invertida, pero maximizada a la gran ciudad ahora devenida en caos, en desastre, en los múltiples guetos en donde los sobrevivientes deben guarecerse para mantenerse vivos. Esto, entre otros elementos más, ratifican y consolidan una voz literaria ya establecida, lo cual no es poca cosa y permite identificar el sello escritural del autor.
También merece una atención especial la presencia de los nenúfares en puntos cardinales de La torre invertida, bien sea como pistas, giros de la trama o incluso —atrevimiento mayor de mi parte— como señal de esperanza en medio del desastre y la incertidumbre. Recordemos que esta flor capaz de nacer en medio de tierras fangosas y en pantanos viene a representar la capacidad de supervivencia, de adaptación e incluso de renovación. Dígame usted, anónimo lector, si estas características no las hemos puesto en uso por más de veinte años en Venezuela: “debemos buscar el inframundo acuoso donde nace el nenúfar, salir del lugar de la quietud”. La flor como premio, tal como señala Merlinda “jugamos para ganar el nenúfar en el inframundo acuoso, ¿comprendes lo que significa?”. Si la magdalena de Proust es lo que evoca el recuerdo en el personaje principal de esa monumental obra, son los nenúfares de Centeno los que, no solo evocan lo que pudiera suceder, sino las que abren paso al inframundo imaginario y a una salvación que no termina de llegar.
Qué es La torre invertida, una novela rompecabezas en cuyas torres “alguna vez se levantaron sobre una urbe como un signo de modernidad, el centro del mundo, sobre ellas cayeron los siete rayos de la destrucción y las ratas y los recolectores de basura, remolones, se frotaban las manos, ¿las patas? bajo sus escombros.” En otras palabras, son la ciudad, el país que cae derribado ante la barbarie. Sabemos que Santiago es un no muerto al que le da igual la muerte y es por esto que, en medio de un juego de Pok Ta Pok —porque hasta esto hay en la historia—, invita a Roberto Morel a bajar al inframundo, así ambos se deleitarán viendo a los hombres-rata con cejas humanas, vampiros roedores, entre otras alimañas. La noción del tiempo y lo onírico presente a lo largo de toda la obra nos invita a un viaje que nos salve o nos termine de hundir en la debacle, no hay término medio ante tanta oficina clausurada, motorizados peligrosos, monstruos y francotiradores: “Amigos, es hora de pensar los conjuros adecuados para dejar estos marasmos. Estamos en las ruinas de la modernidad”, palabras que pudieran concertar la visión general de esta trilogía de Centeno, en un “país [en el que] había ocurrido de todo, marchas, vacío de poder, golpe civil, golpe militar…”
La ciudad, aunque testigo silencioso de lo que sucede —comentario y posible lugar común de los que han escrito sobre la obra de Israel Centeno— es el constante guiño a lo dejado atrás, a lo perdido, a lo que se extraña; la ciudad que “era parte del paisaje, una sabana roja y gris extendida a los pies del cerro, hacia el este, amarillo hacia el este”. Y el Ávila allí, sempiterno con sus verdes y marrones en donde Julio vino a extraviarse, atravesando una somnolencia que incluso no le permite recordar quién es Darío y por qué se iba a conseguir con él. Mientras en el lado sur de la montaña, la histeria de los hombres y los monstruos arrasan con una ciudad que ya no tiene mucho qué ofrecer, y del otro lado, a los pies del gran tótem citadino y frente al mar, “La Guaira es un camposanto sepultado por la tierra y las rocas del cerro”, en donde la tragedia causada por la naturaleza, auguraba también la tragedia de lo que estaba por venir y ya se abría paso en aquellas elecciones del año 1998 y la sentencia de muerte con las de 1999.
Después de haber leído varios libros de Israel Centeno me doy una buena idea de su trabajo hecho con conciencia y rigor de excelente escritor. La torre invertida, así como las dos obras que conforman esta trilogía son dignas de ser leídas e interpretadas desde la multiplicidad de análisis posibles. Estoy seguro —debo decirlo— que si Israel no fuera venezolano estuviera codeándose con los duros (¿o ya lo hace y no lo sé?), con esos autores que el marketing literario siempre menciona de primeritos en el actual maremágnum de lo que se publica en todo el mundo. Que yo sepa Centeno no pertenece —y estoy seguro de que no pertenecerá— a ningún círculo o grupito literario de los que acostumbran a darse palmadas entre ellos y hacerse autobombo, menos aún a sucumbir ante la tentación de algún editor que lo incite o le proponga cambiar su estilo para ser publicado. Creo que esto no pasará jamás.
FUN FACTS

Haber estado, recorrido o pernoctado en todos y cada uno de los lugares del Ávila mencionados en la obra: La Julia, Rancho Grande, El Edén, La silla de Caracas, Las cuevas de Emilia, Topo Goering. Y otros tantos que no aparecen pero que, me atrevo a asegurar, Israel Centeno también anduvo en sus años juveniles: Pico Naiguatá, Zamurera, Papelón, Los Venados, Paraíso, etc. En una curva del camino antes de llegar a “No te apures” esparcí las cenizas de mi padre, otro enamorado de la montaña.
Dos, de los 31 de diciembre más memorables que he pasado en mi vida los viví en Lagunazo y al año siguiente en el Pico Naiguatá. Recuerdo el amanecer de 1991 en este último lugar, mi termómetro marcaba cero grados centígrados a las seis y media de la mañana, momento perfecto para entregarme a la fotografía con mi Canon. Fui el primero en salir de la carpa para disfrutar del paisaje. Era la única en el Anfiteatro (espacio del Naiguatá para acampar con seguridad) y posiblemente la única en toda la cordillera de la costa venezolana. La olla grasienta que dejamos remojando en agua amaneció congelada. Un ruido venido desde un matorral llamó mi atención: por unos segundos nos miramos directamente a los ojos, la perra, de pelaje amarillo, dio un solo ladrido y se perdió en la espesura de la montaña.
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Licenciado en Letras y escritor.
Una vez al mes, procuraré compartir mis lecturas a través de esta columna. Y digo lecturas, no reseñas, para quitarle un tanto ese halo académico que pudiera tener en términos conceptuales. Pueden incluso tomarlas como sugerencias de libros por leer. Está a la vista el ritmo trepidante con el cual se está publicando hoy día (en físico y digital), y cierta brújula no viene mal, aunque en mi caso, no hay instrumento de navegación que valga, pues como lector soy bastante desordenado.
Así que aquí se conseguirán mis heterogéneos encuentros con los libros. Quiero dar el crédito a quien crédito merece, pues decidí llamar a esta humilde columna “El ojo del vientre”, título homónimo de la primera novela publicada por Numa Frías Mileo. El porqué es simplemente estético: suena bien y me gusta. El ojo lo ve todo y el vientre lo siente: lo bueno y lo malo.