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El amor, el horror, el dolor y la feminidad

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Fue Wayne C. Booth quien, en 1961, articuló esta idea con precisión quirúrgica en La retórica de la ficción, donde propuso que la voz narrativa no es solo un vehículo para la historia, sino un ente con sus propias agendas, capaz de moldear o quebrar la confianza del lector. En ese espacio movedizo entre lo dicho y lo oculto, la novela se transforma en un espejo roto

Exposición “Retratos de Edvard Munch” en el Reino Unido

Exposición “Retratos de Edvard Munch” en el Reino Unido

Edvard Munch Portraits es la primera exposición en el Reino Unido dedicada exclusivamente a Munch como retratista, una parte esencial y que deja absortos, casi hechizados a los visitantes, sin embargo, hasta ahora, no se le ha hecho verdadero reconocimiento.

Clausura de la Exposición “Discursos en relación” | Miami

Clausura de la Exposición “Discursos en relación” | Miami

Arts Connection Foundation anuncia el cierre de la exposición Relational Discourses este sábado 31 de mayo, a partir de las 7:00 p.m. La muestra colectiva, curada por Gerardo Zavarce, reúne obras de los artistas venezolanos Lourdes Peñaranda, Elsy Zavarce y Luis Gómez, quienes abordan, desde distintas disciplinas, los temas de migración, identidad y memoria.

“Arpita Singh: 60 años de creación” en la Galería Serpentine

“Arpita Singh: 60 años de creación” en la Galería Serpentine

La prestigiosa Galería Serpentine presenta Remembering, la primera exposición individual de la artista fuera de la India, en un recorrido que da cuenta de su compleja y fascinante trayectoria. A través de pinturas, dibujos y acuarelas, la muestra ofrece una mirada profunda al universo simbólico de Singh.

Arte y política con el curador Félix Suazo | Las Lupitas

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¿Qué relación tiene la política con el arte? ¿Cómo ha sido el desarrollo artístico en Venezuela? Política e ideología, ¿son lo mismo? En este episodio, el curador Félix Suazo nos dará respuesta a cada una de estas preguntas

El Abstraccionismo de Ina Bainova en el CCAM

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Una retrospectiva que expresa el estilo y la creatividad de esta experimentada artista y docente búlgara, radicada en Venezuela desde los años setenta, puede apreciarse en el Centro Cultural de Arte Moderno, ubicado en La Castellana, dentro de la capital de Venezuela.

Así Vivimos El Sistema Fest

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La Primera Sinfonía de Vive El Sistema Fest reunió en tarima a más de 8.000 músicos en más de 250 conciertos que se llevaron a cabo en Caracas y 13 estados del país, Vive el Sistema Fest resonó por todo el país durante la celebración por el 50 aniversario de El Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela

“Los Escapistas” de Fedosy Santaella

“Los Escapistas” de Fedosy Santaella

Fedosy Santaella con Los escapistas (Oscar Todtmann Editores, Caracas, 2025), un libro de doce relatos en donde el punto en común de todos es el asombro y el escape —simbólico o real— en los que están inmersos los personajes

Exposición “Mujeres en el Centro”, 3 Artistas del collage muestran obra en el CCAM

Exposición “Mujeres en el Centro”, 3 Artistas del collage muestran obra en el CCAM

El Centro Cultural de Arte Moderno (CCAM) presenta Mujeres en el Centro, exposición que reúne una selección de piezas en las que el espectador puede captar las miradas de Amalia Pereira, Carmen Michelena y Anita Reyna, tres artistas venezolanas que -en distinto formato y utilizando el collage-, muestran la belleza, complejidad, fuerza e intensidad de lo femenino.

Viejos aprendizajes, miradas renovadas | Manifiesto GenX

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Partimos de viejos aprendizajes que nos justificaron la colonización de la tierra, el cuerpo y la mente. Pero hay una historia que no se enseña, una escrita con cenizas, esa donde la herida aún canta melodías tristes para las estrellas y el maíz …

La primera novela que leí de Israel Centeno (Caracas, 1958) fue Bajo las hojas (Alfaguara, 2010). Quedé encantado con la historia y, sobre todo, con la manera de narrar. Después vinieron las lecturas de Calletania. Siempre lamenté haber devuelto este libro prestado, pues nunca lo logré conseguir en las librerías que aún existían en la capital venezolana; años después y en absoluto desorden y a destiempo Jinete a pie (Lector Cómplice, 2015) y El complot (Alfa, 2002). Además de éstos, uno de los pocos libros que me traje de mi biblioteca personal y que he releído varias veces es Criaturas de la noche (2000), un libro genial de relatos en donde El Ávila y una perra amarilla son referentes fundamentales en algunos de los cuentos (¿o en todos? no recuerdo).

 Llego entonces a El arreo de los vientos y a La torre invertida, libros que cierran la trilogía que nace en Jinete a pie, todas publicadas por la editorial venezolana Lector Cómplice. Me enfocaré en el libro que cierra este trébol distópico literario, aunque seguramente eche mano de los otros dos. En el inicio de las tres novelas el autor nos presenta de una vez a los protagonistas. Es como si se dijera que no hay tiempo que perder y el caos que estoy por presentarles es de donde venimos y en el que seguimos inmersos. En Jinete a pie: “Roberto Morel despertó sin asombro y con resignación”; En El arreo de los vientos a Caracas, al grupo Akinethón y a Santiago, que “se abre paso en medio de una tímida multitud” y en La torre invertida a “Julio [quien] había pasado la noche soñando con culebras.” A medida que avanza la historia lo onírico revolotea entre simbolismos e imágenes que y desconciertan. De hecho, quien sepa o tenga algunas nociones básicas del Tarot —no es mi caso— llevará ventaja en algunas partes de esta lectura, y es a través de Alberto el psicólogo, que iremos entrando en lo etéreo de cada interpretación, de cada pasaje que nos irá llevando al desenlace (¿hay desenlace?).

 Pero, quiénes son Julio, Roberto, Santiago, pues los habitantes de una ciudad devastada y dividida en cantones que son controlados por brujos y monstruos. Julio, a pesar de su experiencia en el cerro como montañista, desapareció sin mayores pistas que sus cosas halladas en un sendero común del Ávila. En apariencia el corredor de bolsa, a eso se dedicaba Julio, llegó al final de sus días, velatorio sin cuerpo de por medio, ante la postura impertérrita de Lutecia, su mujer, que pensó “mejor, así no soy viuda ni Laura huérfana”, una suerte de standby oportuno para su situación. Y mientras se desarrollan los hechos, el aparato literario que construye Centeno nos expone a particulares giros en la trama y a la presentación de imágenes que reclaman la justa medida de nuestra atención, razón por la cual La torre invertida como las novelas que le preceden, no son lecturas para gente apurada. Por el contrario, nos exige y como tal hay que estar atentos a los detalles. Recuerdo como un sablazo Calletania, suerte de novela de barrio —si es que se le puede llamar así—, que persiste y revive en La torre invertida, pero maximizada a la gran ciudad ahora devenida en caos, en desastre, en los múltiples guetos en donde los sobrevivientes deben guarecerse para mantenerse vivos. Esto, entre otros elementos más, ratifican y consolidan una voz literaria ya establecida, lo cual no es poca cosa y permite identificar el sello escritural del autor.

 También merece una atención especial la presencia de los nenúfares en puntos cardinales de La torre invertida, bien sea como pistas, giros de la trama o incluso —atrevimiento mayor de mi parte— como señal de esperanza en medio del desastre y la incertidumbre. Recordemos que esta flor capaz de nacer en medio de tierras fangosas y en pantanos viene a representar la capacidad de supervivencia, de adaptación e incluso de renovación. Dígame usted, anónimo lector, si estas características no las hemos puesto en uso por más de veinte años en Venezuela: “debemos buscar el inframundo acuoso donde nace el nenúfar, salir del lugar de la quietud”. La flor como premio, tal como señala Merlinda “jugamos para ganar el nenúfar en el inframundo acuoso, ¿comprendes lo que significa?”. Si la magdalena de Proust es lo que evoca el recuerdo en el personaje principal de esa monumental obra, son los nenúfares de Centeno los que, no solo evocan lo que pudiera suceder, sino las que abren paso al inframundo imaginario y a una salvación que no termina de llegar.

 Qué es La torre invertida, una novela rompecabezas en cuyas torres “alguna vez se levantaron sobre una urbe como un signo de modernidad, el centro del mundo, sobre ellas cayeron los siete rayos de la destrucción y las ratas y los recolectores de basura, remolones, se frotaban las manos, ¿las patas? bajo sus escombros.” En otras palabras, son la ciudad, el país que cae derribado ante la barbarie. Sabemos que Santiago es un no muerto al que le da igual la muerte y es por esto que, en medio de un juego de Pok Ta Pok —porque hasta esto hay en la historia—, invita a Roberto Morel a bajar al inframundo, así ambos se deleitarán viendo a los hombres-rata con cejas humanas, vampiros roedores, entre otras alimañas. La noción del tiempo y lo onírico presente a lo largo de toda la obra nos invita a un viaje que nos salve o nos termine de hundir en la debacle, no hay término medio ante tanta oficina clausurada, motorizados peligrosos, monstruos y francotiradores:  “Amigos, es hora de pensar los conjuros adecuados para dejar estos marasmos. Estamos en las ruinas de la modernidad”, palabras que pudieran concertar la visión general de esta trilogía de Centeno, en un “país [en el que] había ocurrido de todo, marchas, vacío de poder, golpe civil, golpe militar…”

 La ciudad, aunque testigo silencioso de lo que sucede —comentario y posible lugar común de los que han escrito sobre la obra de Israel Centeno— es el constante guiño a lo dejado atrás, a lo perdido, a lo que se extraña; la ciudad que “era parte del paisaje, una sabana roja y gris extendida a los pies del cerro, hacia el este, amarillo hacia el este”. Y el Ávila allí, sempiterno con sus verdes y marrones en donde Julio vino a extraviarse, atravesando una somnolencia que incluso no le permite recordar quién es Darío y por qué se iba a conseguir con él. Mientras en el lado sur de la montaña, la histeria de los hombres y los monstruos arrasan con una ciudad que ya no tiene mucho qué ofrecer, y del otro lado, a los pies del gran tótem citadino y frente al mar, “La Guaira es un camposanto sepultado por la tierra y las rocas del cerro”, en donde la tragedia causada por la naturaleza, auguraba también la tragedia de lo que estaba por venir y ya se abría paso en aquellas elecciones del año 1998 y la sentencia de muerte con las de 1999.

Después de haber leído varios libros de Israel Centeno me doy una buena idea de su trabajo hecho con conciencia y rigor de excelente escritor. La torre invertida, así como las dos obras que conforman esta trilogía son dignas de ser leídas e interpretadas desde la multiplicidad de análisis posibles. Estoy seguro —debo decirlo— que si Israel no fuera venezolano estuviera codeándose con los duros (¿o ya lo hace y no lo sé?), con esos autores que el marketing literario siempre menciona de primeritos en el actual maremágnum de lo que se publica en todo el mundo. Que yo sepa Centeno no pertenece —y estoy seguro de que no pertenecerá— a ningún círculo o grupito literario de los que acostumbran a darse palmadas entre ellos y hacerse autobombo, menos aún a sucumbir ante la tentación de algún editor que lo incite o le proponga cambiar su estilo para ser publicado. Creo que esto no pasará jamás.

FUN FACTS

Haber estado, recorrido o pernoctado en todos y cada uno de los lugares del Ávila mencionados en la obra: La Julia, Rancho Grande, El Edén, La silla de Caracas, Las cuevas de Emilia, Topo Goering. Y otros tantos que no aparecen pero que, me atrevo a asegurar, Israel Centeno también anduvo en sus años juveniles: Pico Naiguatá, Zamurera, Papelón, Los Venados, Paraíso, etc.  En una curva del camino antes de llegar a “No te apures” esparcí las cenizas de mi padre, otro enamorado de la montaña. 

Dos, de los 31 de diciembre más memorables que he pasado en mi vida los viví en Lagunazo y al año siguiente en el Pico Naiguatá. Recuerdo el amanecer de 1991 en este último lugar, mi termómetro marcaba cero grados centígrados a las seis y media de la mañana, momento perfecto para entregarme a la fotografía con mi Canon. Fui el primero en salir de la carpa para disfrutar del paisaje. Era la única en el Anfiteatro (espacio del Naiguatá para acampar con seguridad) y posiblemente la única en toda la cordillera de la costa venezolana. La olla grasienta que dejamos remojando en agua amaneció congelada. Un ruido venido desde un matorral llamó mi atención: por unos segundos nos miramos directamente a los ojos, la perra, de pelaje amarillo, dio un solo ladrido y se perdió en la espesura de la montaña. 

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Jason Maldonado
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Licenciado en Letras y escritor.

Columnista en The Wynwood Times:
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