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En los años ochenta cuando estudiaba en la UCAB el término veneco/a lo oía poco. Sabía que hacía referencia a los hijos de colombianos en el país. Pero lo que sí escuchaba con triste y recurrente frecuencia era el uso despectivo de paisa o cachaco. De hecho, fui testigo involuntario del maltrato hacia personas que al hablar se le notaba un cantadito distinto al gocho patrio. Recuerdo un caso incómodo: “Ajá, dime claro qué vas a llevar, Colombia”, palabras expresadas con una sonrisa sarcástica a un cliente en una ferretería de Boleíta donde yo esperaba por el turno de atención. Había una sorna evidente en la prestación del servicio que me hizo sentir incómoda. De hecho, más de una vez escuché en cafeterías y luncherías ese tonito burlón de los dependientes ante alguien que hablaba distinto. Por supuesto creo que todos los venezolanos debemos tener muy claro que en Venezuela no nos preciamos de tener un amable servicio al cliente. “Mira musiú”, “¿qué te pasa, Portu?”, eran expresiones muy recurrentes en la boca de muchísimos compatriotas, y no, no había simpatía en esas intenciones.

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A partir del año 2000 con la crisis económica y política en Venezuela, la dinámica migratoria hacia la tierra de Gabo, Piedad Bonnett y Botero fue creciendo con rapidez. Estos paisanos míos empezaron a ser llamados venecos, venecas como una forma despectiva para aludir a los comportamientos indeseables de algunos dentro del territorio colombiano. He leído opiniones de investigadores y sociólogos que hablan de la palabreja asociada a prejuicios, estereotipos y estigmas con alusión al clasismo, racismo y misoginia. Veneca como prostituta, veneco como deshonesto o delincuente. Hoy la cifra actual de migrantes y refugiados venezolanos en Colombia es de 2.8 millones.

Ahora gracias a un gran número de jóvenes de la generación Millennial este término ha tenido una significativa evolución semántica pasando por su resignificación como un símbolo de identidad y resistencia frente a la xenofobia. Solo basta constatar el humor en las plataformas sociales Instagram, TikTok y X con memes y contenidos satíricos para disminuir ese peso negativo de la expresión para transformarla en un elemento identitario. Son muchos, diría yo, demasiados Millennials migrantes que han abrazado el ser veneco como una forma de pertenencia, orgullo y resistencia a la exclusión social dentro de la diáspora. Hoy podemos entender que el uso del término es una apropiación cultural inversa, esto quiere decir que somos nosotros mismos, los venezolanos de a pie, que nos hemos reapropiado de aquello que fue un insulto para vaciarlo de su carga peyorativa. Es usado con orgullo, un contradiscurso que busca transformarlo en un símbolo positivo.

Por fortuna las palabras y expresiones en su dinamismo lingüístico funcionan como herramientas para protestar, para incluir, para ser parte del poder de los hablantes. Hoy ser veneco incluye a los que deseamos anular las narrativas del nefasto chavismo que señala a los migrantes opositores al régimen como traidores a la patria. Ser veneco es estar en constante resiliencia, con una fuerza diaria que lucha contra la fragmentación social que aúpa la dictadura venezolana. 

En mi caso, llevo un mes disfrutando de la canción “Veneka” de Rawayana, me río por las referencias culturales, sonrío por el impacto entre mis alumnos dispersos por el mundo que se conectan profundo con su idiosincrasia en la lejanía. Me gusta pensar que se está promoviendo una visión más inclusiva y orgullosa de la identidad venezolana desde la mirada de los que harán los cambios mayores en la Venezuela libre del futuro.

Yo formo parte de los millones de compatriotas emigrados que trabajan con honestidad, siguen las reglas del país de acogida, se ajustan a sus leyes y andan dejando una huella bonita de la venezolanidad en el mundo.

Yo soy veneca, sí, ¿y qué?

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Escritora y cronista.

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