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La primera o la segunda vez que compartí en público algunos de mis intentos poéticos fue en compañía de Ophir Alviárez. Fue en ese espacio maravilloso llamado Cultura Chacao y pude colearme en tan selecto grupo (eran cuatro poetas y yo) gracias a la generosidad siempre desbordada del poeta (y sparring literario) Alexis Romero. En una de esas tantas y buenas conversaciones que tuvimos en la extinta librería Templo Interno, leyó algunas cosas y me dijo, con esa voz melindrosa tan suya, “estás invitado”. Lo cierto y más allá de cualquier anécdota que pueda contarles de aquella experiencia, cada verso, cada poema que Ophir leía de uno de sus libros, ¿sería de Ordalía?, dejaba a todos asombrados y en silencio. 

Doce años después, tal vez un poco más, tuve la misma sensación al leer su Rojo prodigio, porque a mi entender, es un trabajo poético pensado y, sobre todo, madurado con esa levadura única que da la paciencia, sin los apuros tan propios de estos tiempos en donde a muchos lo que les importa es figurar porque sí y se olvidan de que la poesía es cosa seria. Así paso por sus páginas para ir frenando de a poco, lentamente, para no irme de bruces hacia adelante gracias a la inercia que produce esta grata lectura: Sentir es un verbo tan peligroso como deambular si ya no tienes veinte años y la lengua sigue paladeando cicatrices y memorias…  Suelto el freno y continúo tras las pistas que refrendan no solo la madurez de la mujer en su realidad, la que sufre, la que llora, la que ama, la que es madre y esposa, la que se censura, la que se columpia, la que se masturba, la que debe cocinar, la que se arrecha, la que hace el amor porque quiere (o sin tener muchas ganas); la que ama su rutina pero que en ocasiones también detesta. Incluso la mujer que canta puede llegar a ser el mejillón más grande de la mesa, la fruta que se chorrea de madura.  Este listado puede ser casi infinito, ardoroso, rojo.

Si hablamos de ritmos, son muchos los que podemos conseguir en esta prosa poética que pudiera engañarnos a través de la máscara del delirio, porque algo de esto hay allí y es la que nos hace correr, la que incita a lo vertiginoso poema tras poema; pero también, el espejo que obliga a ralentizar para no golpearnos con nosotros mismos gracias a la delicada reflexión a veces solapada, a veces manifiesta: pesimismo y trauma son sinónimos, decir te quiero, vivirlo, otra convulsión. La mujer candente que descansa y aflora en estos versos titubea no solo desde su entelequia poética, sino también cuando es real, de carne y hueso: vi la duda y algunas certezas, el infinito de la página en blanco y que no es sólo la mano la que escribe porque las historias son esos bultos que se cargan cuando ya no hay qué omitir

El gran Fernando Pessoa comentó que “el arte consiste en hacer sentir a los otros aquello que nosotros sentimos…proponiéndoles nuestra personalidad como forma especial de liberación”, y es lo que todo poeta (o artista) debe tener como objetivo —consciente o no— para que la obra, sea poesía, música, pintura o lo que sea, trascienda hasta el otro que lo ve y, en el mejor de los casos, disfrute. La poeta logra esto porque más allá de las imágenes y las metáforas que se hallan a lo largo de su texto, razón de ser de esta prosa poética, se disecciona como ser humano, como mujer que disfruta y padece eso que llaman vida. La mujer de este Rojo prodigio es “plural”, lo reconoce, y es a través de esa pluralidad que lo logra, al menos con mi yo lector y es lo que quisiera para cualquiera que lo lea. Sobran los ejemplos que pudiera tomar de este hermoso poemario que deja más que claro el oficio poético de Ophir Alviárez.

En alguna parte dice: Mujer es una palabra  que hay que amansar -amasar- para que logre habitarnos,  aunque a veces se cree parodia, pero es capaz de prolongarse desde su yo más minimalista, hasta hacerse más grande: habitación y luego ciudad, parafraseando alguno de sus versos. Ella se esfuerza por hallarse para luego ofrendar su esfuerzo: Hiedo a lo que no digo, a lo que no entrego, a lo que no hago, vulgar reducto de carne. Entonces, este Rojo prodigio es la muestra, el resultado de todo lo contrario: de la entrega, de decir poesía y decirla bien.

Fun Facts:

 

  1. En aquel primer encuentro poético Ophir me pidió que repitiera uno de mis poemas. Supongo que hubo aplausos, no lo recuerdo. Pero sí recuerdo que me sonrojé ante la petición.
    Aquel día hice de tripas corazones: firmé mi divorcio pero cerré la noche con poesía.
  2. Hay que seguir los pasos que sugiere la poeta: creer el poema, descubrirlo. 
  3. Rojo prodigio (Kalathos Ediciones) se presentará en la Feria del Libro de Madrid el domingo 4 de junio en la caseta 187 a las 18:00 local.

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Jason Maldonado
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Licenciado en Letras y escritor.

Una vez al mes, procuraré compartir mis lecturas a través de esta columna. Y digo lecturas, no reseñas, para quitarle un tanto ese halo académico que pudiera tener en términos conceptuales. Pueden incluso tomarlas como sugerencias de libros por leer. Está a la vista el ritmo trepidante con el cual se está publicando hoy día (en físico y digital), y cierta brújula no viene mal, aunque en mi caso, no hay instrumento de navegación que valga, pues como lector soy bastante desordenado.

Así que aquí se conseguirán mis heterogéneos encuentros con los libros. Quiero dar el crédito a quien crédito merece, pues decidí llamar a esta humilde columna “El ojo del vientre”, título homónimo de la primera novela publicada por Numa Frías Mileo. El porqué es simplemente estético: suena bien y me gusta. El ojo lo ve todo y el vientre lo siente: lo bueno y lo malo.