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Era 1970 y el Niño Jesús me trajo mi primera (y última) Barbie. 

No me gustó. Muy pequeña, muy flaquita, muy insignificante para lo que yo quería. Yo deseaba una muñeca que fuera abrazable. Por eso luego apareció Belinda, una que permanecía parada, alcanzaba los 50 centímetros y veía imponente.

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Con semejante spoiler, inicia la miniserie Disclaimer (que absurdamente decidieron titular para Latinoamérica como “Desprecio”), a la cual accedí nuevamente —luego de un primer intento fallido que no me motivó a pasar del segundo episodio.

Al recordar esto me doy cuenta de que nunca me ha gustado seguir la marea, eso que todas desean tener, que representa el status quo, la moda o lo in. Por eso me sonrío con todas las mujeres de mi generación que siguen la tendencia actual usando el marco de Barbie y haciendo reseñas orgullosísimas de sus colecciones. 

Esto me lleva a recuerdos interesantes: cuando a lo largo de la vida al salir el tema de juegos infantiles entre amigas y compañeras yo decía que no tuve Barbies, todas hacían un silencio incómodo y me veían con lástima. Se preguntaban que cómo era posible que mi madre nunca me hubiera comprado una. Pobre e infeliz, así se imaginaban mi vida de niña. La posibilidad de que no me gustara, que no fuera la clienta para ese producto exitoso era impensable. 

Nunca me conecté con eso de una muñeca que representaba la mujer que podría llegar a ser. Cabe destacar que tampoco jugaba a ser la mamá con mis muñecas. Las tenía siempre sentaditas en círculo como si fueran mi grupo de amigas, a las que les contaba ideas. Yo en esencia lo que quería era una hermana para que jugara conmigo, es decir, ansiaba una compañía no un modelo a seguir. En definitiva, nunca me gustó la Barbie y su pretendido mensaje de empoderamiento y aspiración.

Hoy veo en las mujeres que conozco esa (casi) obligación en ser réplicas, clones; ser como S o como B; en verse similar a fulanita de tal; imitar el corte de cabello de G; llevar las uñas como A; en aparentar lo que no se es. Qué empeño en querer ser parte de la farándula; de la producción en serie, de la imposición del mercadeo. ¡Ay diferenciación amada! Con lo bonito que es ser única, irrepetible y original, pero de verdad.  

Así, pues, en un mundo de alisadas-teñidas-azabache, ser distinta. En un mundo de talla S obligada y sin respirar, ubicarse como una flamante M o L o lo que se haya decidido ingerir y ser en esencia. 

Por fortuna los tiempos que se imponen son temerarios y ya Mattel con su “Barbie You Can Be Anything” tendrá que sacar la Barbie robusta; la que tiene tatuajes y piercings; con vitíligo; sin cabello y sin pechos… y así, representación de las mujeres que existen y quieren ser como son.

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Escritora y cronista.

Columnista en The Wynwood Times:
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