La avenida Libertador como espacio para una conversación a pie, es algo poco habitual en la ciudad de Caracas. Los altos índices de inseguridad nos impulsar a ir de paso, casi que al ras, atravesando esa arteria, que como hilo atroz atraviesa la ciudad y psique de quienes viven a sus orillas, o la llevan en la memoria, desde algún hecho narrativo o poético que registra el asfalto infierno de sus días impredecibles. Allí, en el rectángulo de una de sus transversales, el rimo desenfadado y lento delata el avance de Luis Alejandro Indriago, atemperado por la belleza de un libro amarillento que desde lo lejos lee en voz alta, en una modulación que silencia el estruendo de carros y motos, recuperando la inocencia sensitiva del espacio, en una placidez libérrima propia de los juglares.
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—¿Whitman, cierto? —digo.
—Sí, indiscutiblemente, poeta. —contesta.
—Alguna vez escribiré una versión de «Hojas de Hierba», titulada «Hojas de marihuana»
—Eso lo que suena es mi amor, ¿oyó?
Reímos, iniciando el viaje por la avenida.
El silencio introvertido de la calle
Hermano, ¿qué marcó tus inicios como poeta? Échame ese cuento. ¿Cómo fue ese primer relámpago con la poesía?
Comencé oyendo rap underground venezolano, grupos como Guerrilla Seca, Vagos y maleantes, Candelaria Family, La zaga, Basyco. Eso estimuló mucho mi interés por buscar otro estilo de «lírica», otro estilo de narrativa que sin salir del contexto en el cual estaba inmerso pudiera dar con un discurso que asombrara y que fuera bello. Así me surmegí en la literatura, comenzando con poetas como Rimbaud, Vallejo, Baudelaire, Lautreamont. No entendía mucho lo que estaba leyendo (pues contaba con 15 años y se me hacía difícil la comprensión de dicha literatura), sin embargo, había algo en la palabra de estos autores que me encantaba, como si de un hechizo se tratase y del cual no pude salir más.
Cuando la poesía atrapa, no suelta, por muy ramplón que pueda sonar. Es un rapto del que difícilmente alguien pueda librarse, donde ella tiene siempre la última palabra. Hablemos de recuerdos, algún recuerdo de la infancia que haya marcado tu ruta inicial y que te acompañe sin tregua.
Sí, hay un suceso que marcó mi comienzo en la literatura y que siempre lo traigo a colación. Es el hecho de una inocente tremendura, de esas que hacen los niños. Estando en la escuela una vez coloqué en mi cuaderno de tareas y notificaciones que al día siguiente no habría clase porque la profesora no podría asistir (cosa que era mentira, sí había clase normal como todos los días). Mi madre vio esa nota y le comentó a la profesora sobre la veracidad de esta nota, a lo que la maestra le contestó que era una mentira mía, que sí habría clases como de costumbre. Este hecho me valió un castigo a mis 7 años de edad. El castigo fue leer un artículo político del diario «El Nacional», el cual versaba sobre la muerte de Danilo Anderson y que posterior a su lectura redactara un texto con mi comprensión sobre dicho texto. Desde ese momento comenzó mi amor por la lectura, en especifico la lectura de artículos deportivos. Soy un apasionado de los deportes.
Alejandro, ¿qué imágenes te raptan al momento de escribir? ¿Cómo se tonifica tu ánimo ahí, donde la imagen es antes que la palabra?
Las imágenes que me tocan en lo particular son las de mi terruño, las de mi entorno, lo que veo y me acontece. Lo fenoménico del vivir. También alguna conversación entre dos personas en la calle. Éstas conversaciones, banales para la mayoría, son ricas en materia poética, el pueblo siempre tiene ocurrencias heredadas de la tradición e idiosincrasia que nos caracteriza. Eso siempre ha sido un estimulante para mí que hace volar mi imaginación y trasponer dichas situaciones a otros contextos, pensar en otros escenarios posibles.
La dulce brasa del asfalto caraqueño
Detengámonos aquí, en una de estas barandas de la avenida, para hablar sobre tu formación. ¿Cómo ha sido tu trayecto formativo? ¿Qué significa para ti asumir la poesía con rigor, desde la formación académica y, sobre todo, la experiencia vivencial?
Comenzó siendo autodidacta, aprendido a los coñazos, dándole y dándole re-lectura a un verso, a una imágen, a un sonido. Luego conseguí toparme con un grupo de amigos, mayores que yo todos, igual de apasionados por las letras, quienes me llenaron de referencias, textos, nuevos autores por leer, grupos literarios por conocer y que me ayudaron mucho en mi crecimiento literario. Nos reunimos en la plaza Bolívar, en la esquina de los poetas (Esquina Gradillas) dónde en otrora se la pasaran poetas como Andrés Eloy Blanco. Sin embargo, hubo en mí el creciente interés nunca colmado de querer descubrir autores nuevos, de saber más sobre la poesía, fue así que comencé con los cursos de expresión poética en Casa Bello, CELARG, Monte Avila Editores, entre otros.
Tu camino ha sido desde la soledad hacia el encuentro con el otro, donde lo radicalmente Otro, y uno, es la poesía. En ese sentido, ¿qué temas te inquietan desde la palabra?
Me inquieta mucho el tema de la identidad, de la riqueza que existe en nuestro idioma español y en especial lo sabroso que es el habla del léxico venezolano. También el abordaje del tema del territorio, de eso que creemos que nos hace únicos o que sobresale cuando se habla de Venezuela o de Caracas. Otro de los temas recurrentes en la actualidad de mi trabajo literario es la violencia. La violencia no son sólo golpes, o agresión, también es violencia el no aceptarnos como somos.
¿Qué maestros, autores, libros te han influenciado? ¿En quiénes has encontrado un auténtico referente que marque una ruta para ti?
Indudablemente me he sentido influenciado por César Dávila Andrade, esto puede ser poco creíble para algunos en vista de que esté poeta ecuatoriano tiene una lírica metafísica, abstracta, muy alejada en cierto punto de la violencia, pero sus metáforas e imágenes las llevo siempre en el corazón. También he aprendido mucho de Baudelaire, su constancia en el trabajo con la escritura me hace enseriarme en esto, me hace querer vivir para esto. De los escritores venezolanos te puedo mencionar a Luis Mármol, Victor Valera Mora, Ludovico Silva (sus ensayos son una luz a la hora de descubrir el enigma que es la palabra poética), el maestro Briceño Guerrero, César Contramaestre y Efraín Valenzuela, entre otros.
Avanzamos, y casi sin querer nos encontramos frente a la residencia del maestro Armando Rojas Guardia. La pulcra dignidad del silencio nos conmueve, mientras observamos hacia la ventana de su apartamento, tentados por el deseo de subir, entrar a su casa y sentarnos a contemplar la torre de libros que rodeaba perennemente su ser allí. No hay atajos existenciales que nos conduzca a los remanentes del poeta en ese lugar sagrado donde muchos nos reunimos convocados por la poesía. Parsimoniosa y progresivamente retomamos el paso, sintiendo que desde ese edificio, específicamente desde la ventana de un apartamento, la mirada del poeta nos sigue festejando el avance medular de nuestros cuerpos emocionados hacia el mediodía.
El hecho estético de un bus colmado de sudor
Después de este momento reverente, volvamos a la entrevista a través de un hecho específico: ¿Cómo defines tu estética «Tuky»? Algo bastante notorio en tus redes y modos de abordar la poesía, es objetivando tu proceso creativo desde esa palabra, «Tuky». Háblanos un poco de ello.
Primero que nada, no es «mi» estética, sería un acto de egoísmo llamarla así, es tan sólo la investigación de un espectro en el ámbito cultural venezolano que ha sido menospreciado por los prejuicios y las altas clases sociales que no aceptan que un grupo de jóvenes marginados, aledaños a los barrios venezolanos, estaban haciendo arte y más que arte cultura, expresándose desde lo que les dictaba su corazón para ese entonces. Así fue como la electrónica venezolana y el baile se fusionaron en no sé cuántos matinées de Plaza Venezuela. Desde Propatria a Petare estos jóvenes se expresaban sin esperar aprobación de ningún centro cultural, pero yo sé que hacían arte y se debe reconocer como tal. Ese es mi objetivo, entender y comprender esta estética que es más parecida a nosotros, que muchas de las que han existido anteriormente en nuestro país.
Es propicio estar aquí, en este espacio contingente, en esta avenida en sempiterna metamorfosis. Partiendo de ella, ¿cómo narras desde la calle, el resteo, el barrio?
Narro lo que vivo, lo que padezco como un sujeto atado a las necesidades sociales que vivimos en los barrios venezolanos, en especial los barrios caraqueños que es donde resido. Uno sólo puede hablar de lo que vive y sabe, eso me lo dijo una vez Astrid Lander en una clase de poesía, y desde ahí me apoyé para emprender esta tarea. Así narro el hecho de la falta de agua y la emoción que nos genera cuando llega, narro el tema del abuso policial, narro las cosas sencillas (como diría Aquiles Nazoa) que suceden a diario y que no apreciamos por estar imbuidos en un trajín de querencias y apetencias materiales.
Tu poesía está atravesada por la exaltación de lo cotidiano, específicamente de la venezolanidad, la de a pie, la del trajín, el roce, el asfalto. ¿Cómo es el verbo del venezolano? ¿Cómo lo sientes en tu oído interior?
Es un verbo juguetón que da para mucho, para experimentarlo y hacer de él una metamorfosis de las cuitas del ser venezolano en un goce por su historia, carencia y alegría. El verbo del hombre/mujer venezolano/a no es más que la exteriorización de lo que es ser venezolano y en su mayor medida es un ser sufrido, pero que sin ello deja de ser alegre, de contentarse por todo y por nada, de reírse de sus propias tragedias. También es un verbo nómada, que está en constante cambio como todas las cosas que circundan el mundo.
—Ahora más que nunca habitamos el mundo.
—Totalmente, bro.
—Ya nadie puede decir que no tenemos (y somos) memoria.
—Así es. La palabra es protagonista de esa nomadez.
—Que también es un hecho poético.
—Como lo señala Armando Rojas Guardia en su ensayo, ¿qué es vivir poéticamente?
—Ensayo de una nitidez intelectual extraordinaria.
—Y de sacudón del espíritu.
Puede ser la «poética tuky» un modo de sacudir el canon de la poesía venezolana?
No es mi objetivo final, pero es algo que pudiera ocurrir. No juego a ser brujo u oráculo, no sé qué pueda ocurrir de aquí a diez años, capaz sí como capaz sea algo pasajero como un mal reggaeton. Mi fin último es dar a conocer la rica cultura de mi país y que se le reconozca la magnitud de su grandeza. Acá tenemos a un Vytas Brenner, a un Jesús Soto, a un Armando Reverón, a una Marisol Escobar. Tenemos mucho arte para exportar y en el exterior tan sólo se comenta lo malo y terrible que hay.
Desde esa exterioridad, tan propia del venezolano, ¿qué aventuras has emprendido desde lo poético y el asfalto? Háblanos de esa externalidad.
La principal aventura ha sido el desafiar a esa poesía aburrida de señores edulcorados que leen con voz pausada y palabras rimbombantes y rebuscadas, es posible que termine siendo otro viejo poeta más como ellos, aunque es lo que menos quiero. Quiero que la poesía esté en una fiesta electrónica, en un matinée del barrio y que nos haga percatarnos de lo que tenemos y somos. Otra de las aventuras que he experimentado ha sido el convertir un apamate en las mejillas de una amada o una «fresa», convertir el guaire en un río que nos dice mucho de lo que somos, un caudal de mierda que no se detiene, también el convertir a las calles de carapita, no en un perfume de Carolina Herrera, sino en un cantar de gallos que nos avisa que la jornada laboral ha comenzado.
¿Qué proyectos desarrollas actualmente y qué lugar ocupan en el panorama cultural actual?
Actualmente desarrollo el proyecto de la revista literaria virtual «Tuky Ilustrado», donde busco exponer la mayoría de las hazañas, logros, estéticas que ha tenido Venezuela y de las que se habla muy poco. Intento dar con ello la difusión del arte marginal que no se consigue con facilidad en museos y que no tienen mucho apoyo de las instituciones culturales. Aparte, desarrollo el proyecto poético—musical titulado «Tuky con violín», dónde mediante los instrumentos del violín y el cuatro se musicalizan poemas de mi autoría con versos de palabras marginales, de palabras que poco se imaginan puedan encarnar un poema. Creo que el lugar que ocupan en el panorama cultural no es algo que deba decir yo sino los demás, prefiero que ellos cataloguen mi trabajo y no yo.
Unas palabras finales a los inquietos por la palabra.
Seguir labrando la palabra como quien cultiva un campo de jardines, con la paciencia de la semilla que no le preocupa en qué árbol se convertirá.
—¿Y Whitman?
—Whitman es esta ciudad.
—Su dolor, su sufrimiento.
—También su goce, su desenfado.
—El estrépito donde alguien grita, ¡este es un país de mier..!
—De miércoles donde se abre la tarde para recibir a dos amigos…
—Unidos por la palabra, el estruendo de la belleza, el brindis colectivo de la poesía.
—¡Sea!
Más sobre Luis Alejandro Indriago
Nació en Caracas el 5 de diciembre de 1995, y fue criado en Propatria, Catia y el 23 de Enero. Cursa estudios de Filosofía en la Universidad Central de Venezuela. Ha realizado talleres de creación literaria en los espacios de: Monte Ávila Editores, Casa Bello, CELARG. Realizador del conversatorio, «Poética Tuky: aproximaciones a una estética del malandreo», en la FILVEN (Caracas, 2018). Ha participado en diversos recitales poéticos: FILVEN, Feria del Libro de Caracas, Festival Otro Beta, Festival El Convite, Suena Caracas, entre otros. Ha impartido talleres de creación poética junto al Labo (Laboratorio Ciudadano) y Provea (Caracas, 2020).
Contacto
- Instagram: @tukyilustrado @alejandroin
- Facebook: Tuky Ilustrado
- Twitter: @tukyilustrado
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Escritor | Personal Brander | Storyteller | Copywriter
Colaborador articulista de The Wynwood Times
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