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Advierto que esto que hoy escribo puede resultar incómodo. Así que allá voy.

Primero debo confesar que soy de la generación de venezolanos que fuimos criados bajo la creencia de la religión católica. Por lo cual fui confirmada, bautizada; hice la Primera Comunión e incluso me casé en la iglesia San Rafael de La Florida. Estudié en la Ucab (nota aparte: me dio clases en el primer año el Padre Gazo) y por supuesto empecé a leer en profundidad, y a entender la incoherencia ideológica de las religiones.

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Con semejante spoiler, inicia la miniserie Disclaimer (que absurdamente decidieron titular para Latinoamérica como “Desprecio”), a la cual accedí nuevamente —luego de un primer intento fallido que no me motivó a pasar del segundo episodio.

Hoy me conecto con la espiritualidad y huyo despavorida de los dogmas fanáticos provenientes de esa institución que se está derrumbando en grandes trozos, la iglesia de Roma. Y esto lo digo pues leo con estupor: «El 1,13% de la población adulta -444.000 personas- ha sido víctima de abusos sexuales. El 0,6% de los abusos se cometieron por sacerdotes y religiosos, el resto por laicos que trabajan en instituciones de la Iglesia». Esta noticia procede de España y las cifras las suministró el Defensor del Pueblo, Ángel Gabilondo (octubre 27, 2023). En otra leo: «Los obispos reconocen 728 casos de pederastia desde 1945 en la Iglesia católica española». ¡Desde 1945! El dolor había terminado para unos pocos, por lo visto.

En Estados Unidos, donde vivo, leo: «La Iglesia Católica de Estados Unidos recibió entre 1950 y 2018 denuncias de más de 20.000 menores que afirmaron ser víctimas de abusos por parte de unos 7.000 miembros del clero, según el sitio bishop-accountability.org, que recopila casos». Y hay miles de casos más desde Chile hasta Australia. Infamia Urbi et orbi.

La inmoralidad sexual, la pederastia dentro de las religiones es una hecatombe, es ya una absoluta desgracia mundial. Por todo esto no puedo sino aguantar las arcadas que me producen esas cuentas en Instagram y TikTok de sacerdotes y gente creyente que, a mi juicio, están avalando estos desmanes imperdonables. La tecnología como el soporte del nuevo opio de los pueblos, consumidores de contenido digital, sale en defensa de aquello que no tiene perdón de Dios.

Nada más vale analizar cada una de las siguientes películas que han tratado el tema: “Los niños de San Judas” (2003), “La mala educación” (2004), “Líbranos del mal” (2006), “La duda” (2008), “El bosque de Karadima” (2015) y “Spotlight” (2015).

Ya sabemos de sobra los pormenores de la Inquisición, ya hemos comprendido que, bajo la figura del amor de Cristo como vil excusa, se han cometido excesos en nombre de la fe. Sabemos que la religión y su proceso de ocultamiento solo ha respaldado un sistema de corrupción que juega con el alma y las creencias de niños, mujeres y hombres.

La ironía está en los escritos bíblicos que expresan, por ejemplo: «Huid de la fornicación. Cualquier otro pecado que el hombre cometa está fuera del cuerpo; pero el que fornica, contra su propio cuerpo peca». (Corintios 6:18)

Por eso creo en cambios quirúrgicos significativos dentro de esas mentes perversas que siguen usando la ignorancia y el miedo para continuar con sus incoherencias morales. No valen sus continuos Pater Noster y las flagelaciones de la carne pecadora.

Así pues, no pienso en la trepanación de cerebros, mucho hemos avanzado en la ciencia. Creo, más bien, en la castración química, en la inhibición del núcleo accumbens, la lobotomía prefrontal. Claro previo a ello y si persiste la iglesia de Pedro, aplicarle a cada seminarista postulante un instrumento de medición para evaluar sus niveles de lujuria y perversión. A ver si de esta manera cesan estas prácticas sádicas.

Quedará para millones volver al paganismo, al amor por la naturaleza y los animales, y entender sus postulados bajo otra mirada sin sesgo religioso.

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Escritora y cronista.

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