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En literatura hablamos de la otredad como esa esencia de percibir y asumir al otro desde la perspectiva de lo lingüístico y lo estilístico. En los tiempos que corren (o huyen, al parecer) estamos inmersos en el mundo de la otredad dentro de las redes sociales. Nuestra identidad, nuestra existencia está marcada por cómo somos y por cómo nos mostramos ante los demás, los otros.

El que influencia un patrón de conducta conduciéndose sin moral o ética en su propia vida. Aquella exbulímica que ahora tiene la expertise en nutrición y aconseja porque hizo una certificación online. Los gurúes que dictan sentencia con errores ortográficosrespecto a lo que debe o no hacerse en una plataforma de comunicación. Estos son algunos otros que percibimos a diario entre trinos, pines y posts haciéndose leer, imponiendo su comunicación ante una masa de seguidores absortos en los guarismos con k que estos representan y en las vidas boyantes que se imaginan que tienen.

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Somos parte de unas tribus conducidas por líderes que o son empresas que solo quieren vender, marcas personales buscando visibilidad o son creadores de contenido que temen envejecer. ¿Y qué de los políticos, líderes de opinión y activistas sociales? Eh… primero mejoren su perfil de Instagram y Twitter, luego veremos.

Asimismo, somos otros en la vida de los demás, pero, ¿qué representamos para nuestra propia vida? Mostramos mucho afán al seleccionar el filtro que más nos convenga para representar ese papel creado para la función no esperada (muchas veces ni solicitada) en el teatro de la vida digital. En el offline somos el simple reflejo en el espejo: con sobrepeso o anorexia, desaliñados; con acne vulgaris, con arrugas y canas impertinentes; con frustraciones, decepciones y tristezas. Ah, pero frente a la pequeña lente del móvil somos otros. La otredad debe verse bien siempre en las redes sociales.

Los milénicos se burlan del saber de los antiguos baby boomers; discuten sobrados sobre tendencias y modas con los de la generación X. Y estos y aquellos en su defensa, mandan a los millennials a leer enciclopedias en las vetustas salas de referencia de las bibliotecas públicas. El saber es poder, dicen, se sigue diciendo por allí. Sin embargo, ¿qué es lo que sé? Aquello que comparto con otros como yo.

Somos entes humanos que asumimos la realidad atravesando una intrincada red de símbolos que se traducen en discursos que agotan el sentido y la comprensión de los distintos, las distintas, les distintes.

Venimos siendo otros hace mucho tiempo. La pandemia solo dio visibilidad a la otredad: la incomprensión de las sociedades, el error en las políticas públicas, la falsedad en las comunicaciones masivas, por mencionar algunas tan solo.

Ojalá podamos hacer una lectura de la otredad donde reconozcamos las dimensiones de aquello que es distinto, extraño o ajeno a la conciencia de identidad que tenemos todos sin sentirnos ofendidos, señalados o execrados. Sí, todos, usando el masculino genérico plural, sin desdoblamiento y en condición incluyente. Mis disculpas, pero me niego a usar @ como símbolo de inclusión, pues es obvio que excluye a muches.

Esto es una reflexión de año nuevo de las vicisitudes de una madre millennial. Perdonen lo largo y mejor 2021.

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Escritora y cronista.

Columnista en The Wynwood Times:
Vicisitudes de una madre millennial / Manifiesto de una Gen X