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Exposición “Mujeres en el Centro”, 3 Artistas del collage muestran obra en el CCAM

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El Centro Cultural de Arte Moderno (CCAM) presenta Mujeres en el Centro, exposición que reúne una selección de piezas en las que el espectador puede captar las miradas de Amalia Pereira, Carmen Michelena y Anita Reyna, tres artistas venezolanas que -en distinto formato y utilizando el collage-, muestran la belleza, complejidad, fuerza e intensidad de lo femenino.

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Se trata de una serie antológica donde cada temporada se desarrolla en un país diferente y que tiene como denominador común una muerte trágica dentro de la cadena hotelera The White Lotus.

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El festival inundará todo el país durante tres semanas, a través de cinco rutas musicales, la Ruta Sinfónica, la Ruta Venezolana, la Ruta Ecléctica, la Ruta Caribe y la Ruta Familiar, para celebrar el 50 aniversario de El Sistema.

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Se ofrecen consejos para manejar los síntomas físicos como los calores y la sequedad vaginal, así como para abordar los desafíos emocionales y de autoestima que pueden surgir.

Saber escaparse tiene su magia, su encanto. Pensemos en John Neville, en Houdini o, más en nuestro tiempo, en David Copperfield. Todos ellos hicieron del escapismo un arte, el espectáculo crucial que muchos aplaudieron. Incluso es pertinente decir que, para asombro y desilusión de muchos, existe en la actualidad un buen número de sátrapas, dictadores y tiranos que han sabido escapar a la ley. Insisto, aún con las pruebas en la mano de sus actos delictivos han podido librarse, escaparse. Queda muy claro que el término en cuestión da para todos, tanto para el que quiere llamar la atención con un espectáculo memorable, como para aquellos que perciben el peligro y deben huir. Por ejemplo, escapar de una enfermedad, escapar de la ley o escapar de un amor loco y desquiciado. El tipo de escape lo escoge cada quien o el azar lo lleva a decantarse por uno entre múltiples posibilidades.

Pero mejor hablemos de otros escapes, unos más estrambóticos que otros  y trabajados a través de la escritura. Aquí, con la solvencia narrativa a la que ya nos tiene acostumbrados, aparece Fedosy Santaella con Los escapistas (Oscar Todtmann Editores, Caracas, 2025), un libro de doce relatos en donde el punto en común de todos es el asombro y el escape —simbólico o real— en los que están inmersos los personajes. El primer relato lleva por título un refrán muy popular en Venezuela e intuyo que en todos los países hispanohablantes: Pájaro de mar por tierra, un dicho o expresión que denota la sorpresa y asombro de algo o alguien que está fuera de lugar, en donde no corresponde y  —tal vez— en una dimensión a la que no pertenece. Es el caso de la historia, con su cuota de misterio, de Elisa, Marta y la hermana mayor quien narra la ausencia del padre (eterno escapista —real o ficticio— en Latinoamérica). A través de cada línea podemos deducir lo que está pasando, aunque la mamá no diga ni una palabra y se alegre con la llegada de su marido que andaba de misión.

Luego pasamos a Las centollas de Ushuaia que cuenta la historia de un mesero (venezolano) que no tiene ni la más remota idea de cómo llegó allí: “Por qué terminé en Ushuaia, no me pregunten. Supongo que allá, al borde del canal Beagle, al borde de ninguna parte, vamos a parar los que escapamos de algo.” En todo caso, siendo un escapista de la estirpe que sea, y como dice él mismo: “La vida continúa. O mejor: la vida es continua. Es presente, sí, tan sólo presente. Incluso va mejor soñarla y no recordarla”. Tricky, un argentino que huye de algo, o por algo, también lo acompaña con su propia historia de escapista digna de contar.

Una chica absolutamente triste y Algo de Coltrane siguen en el orden. El primero da fe de que “La tristeza es un arma letal, un ácido altamente corrosivo”, y es a ese sentimiento del que quieren huir los protagonistas, aunque les resulte imposible;  en el segundo relato, Algo de Coltrane, la angustia se instala desde las primeras líneas por  saber quién deslizó una fotografía por debajo de la puerta (a la postre misteriosa y enigmática, con un estilo a lo David Lynch) y, sobre todo, quién se la tomó al saxofonista que narra la historia (simplemente “yo”, escapado de cualquier nombre para que pueda ser cualquiera) junto a su viejo amigo belga y sinvergüenza Alain Charleori. La fotografía, sin más, lo estaba volviendo loco porque jamás había estado en el lugar donde posaba con el demonio belga. El cierre de este cuento es sencillamente fenomenal. ¿Quién será el fotógrafo escapista?

Luego Santaella nos presenta, incluso nos hace revivir o recordar, lo complejo y estresante que puede llegar a ser La mudanza, cuento cuyo final puede que le haya tocado vivir a alguien, calcando la ficción hacia la realidad o viceversa. Después le sigue Incompleto, extraordinario relato cuyo protagonista narra sobre la necesidad imperiosa de salir (escapar) de la ciudad a ver si con ello deja atrás una presencia, una “silueta” que lo acompaña desde muy niño, con lo que tal vez logre una tranquilidad que “incluso el país no tiene”. En este caso como en todos los relatos, Santaella va envolviéndonos con su prosa, con las imágenes que nos conmina a seguir leyendo y buscando respuestas a las interrogantes que deja en el camino como pistas, como migas de pan para caer en la trampa o hallar una salida.

En Los escapistas el autor presenta múltiples personajes y situaciones que, si en un principio pudieran resultar irreales, a la postre cualquier lector se da cuenta de que no, de que lo que acaba de leer le pudiera ocurrir a cualquiera como muestra de lo alucinante e increíble que pueden terminar siendo los hechos en la vida real. Ejemplo práctico que hallamos en el cuadríptico Grieta, en cuyos cuatro relatos Pared, Temblor, Cicatriz y Derrumbe, asistimos cual voyeristas a la historia de Lila y Marcos que, bajo el pretexto de una impertinente grieta en la pared, justo sobre el televisor, se desarrollan los hechos —temblor literal, en el medio— hasta llegar a un final predecible de una pareja ya ganada por el hastío.

Con los cinco relatos finales, Raymond Roussel se queda en casa, Un buen hombreMotel 66, Taxidermia y Equinoccial se cierra este inmenso retablo de posibilidades que es el libro Los escapistas: un excéntrico escritor que casi coincide con la fecha de nacimiento de Fedosy, un relato cuyo solapado homenaje a Pessoa termina siendo una particular y misteriosa metamorfosis al final; luego el tema de la culpa bajo el enmascaramiento de un monstruo, pero ¿cuál fue el error que cometió este monstruo, ahora un monstruo desterrado?; también tenemos un mini road-movie en Motel 66 en donde hay un acuerdo previo, sin sorpresa para los personajes pero sí para el lector; Taxidermia (ganador Concurso de Cuentos de El Nacional 2013) que vale la pena volver a leer con la inquietud que siempre causa la multiplicidad de sosias y, como es de esperarse, todo libro tiene su equinoccio, su cierre, con Equinoccial recordamos a un escapista universal como lo fue Alejandro de Humboldt, partiendo de su famoso libro Regiones Equinocciales hasta llegar a la historia de Hans Paulsen cuyo final en las impresionantes Cuevas del Guácharo (Caripe, Venezuela) era de esperarse, aunque con un detalle que deja a todos intrigados.

Sándor Márai, ese estupendo escritor húngaro que dejó un buen legado de novelas, comentó en alguna de éstas que “La realidad no es lo mismo que la verdad. La realidad son los detalles”, ergo, lo que importa en Los escapistas son las historias con sus pequeños detalles —ficticios o no, pero verosímiles— de cada uno de sus personajes, al fin de cuentas, ningún ejercicio es mejor que la lectura para escaparse. En estos relatos hallaremos monjas que se inspiran y cantan canciones de Simon and Garfunkel, Crosby, Still & Nash y hasta en Led Zeppelin. ¿Qué hay de malo con esto? Nada. En alguna parte del libro dice que “la malcriadez es la base, la esencia de toda profunda maldad. La malcriadez es la savia de la libertad”.  Quizás Fedosy escribe bajo esta premisa, entre desdoblamientos, sosias y viajes mentales. Un verdadero escapista. 

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Jason Maldonado
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Licenciado en Letras y escritor.

Una vez al mes, procuraré compartir mis lecturas a través de esta columna. Y digo lecturas, no reseñas, para quitarle un tanto ese halo académico que pudiera tener en términos conceptuales. Pueden incluso tomarlas como sugerencias de libros por leer. Está a la vista el ritmo trepidante con el cual se está publicando hoy día (en físico y digital), y cierta brújula no viene mal, aunque en mi caso, no hay instrumento de navegación que valga, pues como lector soy bastante desordenado.

Así que aquí se conseguirán mis heterogéneos encuentros con los libros. Quiero dar el crédito a quien crédito merece, pues decidí llamar a esta humilde columna “El ojo del vientre”, título homónimo de la primera novela publicada por Numa Frías Mileo. El porqué es simplemente estético: suena bien y me gusta. El ojo lo ve todo y el vientre lo siente: lo bueno y lo malo.