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Siendo muy joven me encontré con un viejo artículo de Arturo Uslar Pietri que movió en mí cierta fibra y me llenó de inquietud. El artículo está escrito con cierta amargura y alguna ingenuidad juvenil.  A fin de cuentas, fue uno de los primeros trabajos que publicó quien, con el tiempo, se convirtiera en la representación más clara de nuestra consciencia colectiva y quien fuera protagonista de aquella maravilla que durante muchos años nos regaló la pantalla de Venezolana de Televisión cuando aún valía la pena sintonizarla, me refiero, claro, a Valores Humanos. Uslar refiere el caso de un conductor en aquella Caracas de principios del siglo, la misma de los techos rojos, las calles estrechas y las pequeñas casas taciturnas. Era una ciudad en la que el tiempo transcurría distinto, sin la velocidad acelerada que caracteriza la Caracas, siempre maravillosa, de nuestro tiempo. A la cual aún no habían llegado las Guacamayas que tiñen de colores su cielo humanizándola y que estaba marcada por los avatares del Gomecismo. El hombre de aquella historia tripulaba lo que sería, sin dudas, uno de los primeros vehículos que llegaron a aquella Venezuela semirrural que apenas se empezaba a aproximar a las dinámicas civilizatorias propias del siglo XX. Uno podría imaginarse aquel bólido transitando a lo largo de las callejuelas, entre los cocheros, las carretas y los peatones que miraban asombrados aquella maravilla del ingenio. El conductor sería seguramente algún dandi o alguien asociado al incipiente negocio petrolero. Muy poca gente podían permitirse en aquel entonces un vehículo de motor.

El amor, el horror, el dolor y la feminidad

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Fue Wayne C. Booth quien, en 1961, articuló esta idea con precisión quirúrgica en La retórica de la ficción, donde propuso que la voz narrativa no es solo un vehículo para la historia, sino un ente con sus propias agendas, capaz de moldear o quebrar la confianza del lector. En ese espacio movedizo entre lo dicho y lo oculto, la novela se transforma en un espejo roto

Exposición “Retratos de Edvard Munch” en el Reino Unido

Exposición “Retratos de Edvard Munch” en el Reino Unido

Edvard Munch Portraits es la primera exposición en el Reino Unido dedicada exclusivamente a Munch como retratista, una parte esencial y que deja absortos, casi hechizados a los visitantes, sin embargo, hasta ahora, no se le ha hecho verdadero reconocimiento.

Clausura de la Exposición “Discursos en relación” | Miami

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Arts Connection Foundation anuncia el cierre de la exposición Relational Discourses este sábado 31 de mayo, a partir de las 7:00 p.m. La muestra colectiva, curada por Gerardo Zavarce, reúne obras de los artistas venezolanos Lourdes Peñaranda, Elsy Zavarce y Luis Gómez, quienes abordan, desde distintas disciplinas, los temas de migración, identidad y memoria.

“Arpita Singh: 60 años de creación” en la Galería Serpentine

“Arpita Singh: 60 años de creación” en la Galería Serpentine

La prestigiosa Galería Serpentine presenta Remembering, la primera exposición individual de la artista fuera de la India, en un recorrido que da cuenta de su compleja y fascinante trayectoria. A través de pinturas, dibujos y acuarelas, la muestra ofrece una mirada profunda al universo simbólico de Singh.

El Abstraccionismo de Ina Bainova en el CCAM

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Una retrospectiva que expresa el estilo y la creatividad de esta experimentada artista y docente búlgara, radicada en Venezuela desde los años setenta, puede apreciarse en el Centro Cultural de Arte Moderno, ubicado en La Castellana, dentro de la capital de Venezuela.

Así Vivimos El Sistema Fest

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La Primera Sinfonía de Vive El Sistema Fest reunió en tarima a más de 8.000 músicos en más de 250 conciertos que se llevaron a cabo en Caracas y 13 estados del país, Vive el Sistema Fest resonó por todo el país durante la celebración por el 50 aniversario de El Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela

“Los Escapistas” de Fedosy Santaella

“Los Escapistas” de Fedosy Santaella

Fedosy Santaella con Los escapistas (Oscar Todtmann Editores, Caracas, 2025), un libro de doce relatos en donde el punto en común de todos es el asombro y el escape —simbólico o real— en los que están inmersos los personajes

Exposición “Mujeres en el Centro”, 3 Artistas del collage muestran obra en el CCAM

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El Centro Cultural de Arte Moderno (CCAM) presenta Mujeres en el Centro, exposición que reúne una selección de piezas en las que el espectador puede captar las miradas de Amalia Pereira, Carmen Michelena y Anita Reyna, tres artistas venezolanas que -en distinto formato y utilizando el collage-, muestran la belleza, complejidad, fuerza e intensidad de lo femenino.

Viejos aprendizajes, miradas renovadas | Manifiesto GenX

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Partimos de viejos aprendizajes que nos justificaron la colonización de la tierra, el cuerpo y la mente. Pero hay una historia que no se enseña, una escrita con cenizas, esa donde la herida aún canta melodías tristes para las estrellas y el maíz …

Escribir en soledad | Las mujeres escriben solas y otras versiones sobre el arte

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Algunas de las grandes obras de la literatura, se escribieron en soledad. O al menos, en un aislamiento considerable que permitió al autor, encontrarse en medio de una percepción por completa nueva sobre su obra. O en cualquier caso, de utilizar la soledad — el silencio, los espacios sin forma y sin sentido a su alrededor …

El caso es que el automóvil, según relata el joven Uslar, perdió súbitamente los frenos, incrementando su velocidad y dificultando su manejo. El hombre, hecho un manojo de nervios y luego de haber perdido su sombrero de copa, el cual le fuera arrancado bruscamente por la brisa, en lugar de intentar maniobrar hasta detener el vehículo, decide saltar fuera del mismo y dejar que la máquina fuera de control se estrellase contra una pared al final de la calle que transitaba. Uno pudiera decir que aquel hombre anónimo no tenía otra opción, a fin de cuentas, intentó salvaguardar su vida. Pero es claro que una vez colocado frente al volante tenía ante sí una responsabilidad que lo trascendía y que tenía que ver con las consecuencias de sus acciones en tanto que conductor. Uslar Pietri señala que, efectivamente, lo que correspondía era intentar operar el auto para evitar causar daños a terceros. Por suerte nadie se cruzó con aquel armatoste desbocado, no hubo heridos, quizás solamente algún desmayo provocado por el susto de los transeúntes poco acostumbrados a los avatares de la velocidad y el descuido. El artículo concluye con una sentencia. Aquel joven estudiante que pronto emprendería un largo viaje por Europa que lo llevaría a escribir las Lanzas Coloradas, termina diciendo: ¡No somos serios!

La sentencia es terrible. Creo que Venezuela está marcada por una tradición de desidia y abandono que nos marca como sociedad. Siempre tuve la sensación de que Miranda había lanzado una maldición sobre nosotros en medio de aquel bochinche que lo llevó a morir en la Carraca y a enterrar sus viejas y múltiples glorias bajo un inmerecido cargo de traición. Arturo Michelena logra captar en un cuadro maravilloso la profunda frustración de aquel Miranda reflexivo que murió sin ver materializada la libertad del lugar que lo había visto nacer y que asumió como su patria antes de que existiera como Estado independiente. Nuestra vida republicana ha estado de alguna manera marcada por el bochinche. Ciertamente, somos un pueblo alegre y dicharachero al que le gusta la guachafita y el desorden. Basta ver las locuras carnestolendas, los excesos feriales o nuestra consuetudinaria falta de planificación para darnos cuenta de la liberalidad de nuestro espíritu colectivo. No solo nos gustan los artilugios y los juegos Ulises se sentiría cómodo entre nosotros, aunque echemos de menos los caballos de madera y la ingenuidad de Príamo; sino que además nos gusta hacer apuestas arriesgadas esperando que un golpe de dados nos devuelva a Rosalinda.  

En nuestro caso no se trata de nada tan elaborado como cruzar el Rubicón, que también fue una apuesta. Tenemos la tendencia a dejar las cosas al azar, a la espera de que un golpe de dados nos permita salir del paso. Cuando no lo logramos, nuestra fértil imaginación nos ayuda a inventar las excusas más diversas e inverosímiles. Como si eso bastase para justificar nuestras taras y nuestras debilidades de carácter. Así hemos tenido presidentes engañados, políticos que no sabían lo que hacían, administradores que no se dieron cuenta, instituciones que se declaran incompetentes o que se hacen la vista gorda y que pretenden que cualquier crítica responde a una actitud malsana, a la envidia o al odio. Es la lógica del pisa pasito que se la pasa diciendo “yo no fui”, mientras señala con el dedo al vecino. En esto ni siquiera se salva la más antigua de nuestras instituciones republicanas, la más vieja del país. Hablo, por supuesto, de nuestra querida Universidad Central (UCV). Debo decir que no me gusta hacer leña del árbol caído y me desmarco de los idiotas que confunden la crítica con la maledicencia malintencionada o estúpida. Uno no puede hacer análisis político desde el odio. La UCV ha marcado al país desde sus inicios. En ella se han formado un número importante hombres y mujeres que han ayudado a construir el país que tenemos en lo malo y en lo bueno. Yo no creo en la crítica fácil que pretende destruir a la universidad. A pesar de la situación compleja de un país como el nuestro, la UCV ha supervivido a dos siglos de locura. La institución siempre se ha recuperado para volver por sus fueros. Hay que entender que, a pesar de sus muchos problemas, la universidad siempre ha logrado sobreponerse. No se puede pretender cancelar la institución suponiendo que todo allí es mediocre, eso es poco menos que mezquino e incorrecto. 

Ahora bien, tampoco se trata de tapar el sol con un dedo. No es posible que una institución republicana haya tenido unas autoridades que no han sido renovadas desde hace casi 15 años, cometa errores infantiles. La permanencia excesiva en los cargos es uno de ellos, pervierte la lógica de la renovación, evita el cambio generacional. ¿Nos hemos dado cuenta de que la mayoría de los candidatos a rector son profesores jubilados? En todo caso, que hayamos tenido a las mismas autoridades, por las razones que sean, durante tanto tiempo es poco menos que problemático. Luego de algunos años la gente se mimetiza con el cargo y empieza a creerse imprescindible y a cometer errores por hastío, se producen ciertas patologías que los llevan a creer que están llamados a salvar la institución de las manos de los enemigos, como si una institución de 300 años no tuviese capacidad suficiente como para salvarse a sí misma de los embates del tiempo, la infamia y el horror. “Venceréis, pero no convenceréis”, sentenciaba en Salamanca, Miguel de Unamuno, ante las huestes fascistas que en 1936 tomaban aquella Universidad. Cayó el fascismo y la universidad supervive junto al espíritu del Escritor. De igual manera entre nosotros sobrevivirá el espíritu de Vargas a estos tiempos oscuros. Las instituciones sólidas suelen tener la capacidad para reinventarse aún en las circunstancias más adversas.

Lo que sí resulta imperdonable es el drama que significó el intento de proceso electoral que se llevó a cabo el 26 de mayo y las contradicciones correspondientes. Ante una población que se dirigió a la universidad para ejercer su derecho a elegir nuevas autoridades, la Comisión Electoral se mostró incapaz. Incapaz de organizar el proceso, de garantizar la logística, de salvaguardar el derecho de los votantes. Yo creo que no es suficiente con poner el cargo a la orden, la Comisión debió dar el ejemplo y renunciar en pleno. A mí me asombra además esa capacidad tan nuestra de correr el bulto, de evitar las culpas, de justificar lo injustificable. El presidente de la Comisión Electoral terminó declarando que las condiciones de trabajo no eran las mejores, que el personal era insuficiente, que no tenían recursos, que el sitio donde estaban resguardadas las planillas se mojaba porque tenía filtraciones y yo creo que lo decía con sinceridad, convencido de que eso explicaba el desastre, lavarse las manos y correr la arruga. Peor aún es, sin embargo, la respuesta de la rectora, quien terminó diciendo que el hecho le parecía horrible, pero que ella no tenía responsabilidad, olvidando que ella es la autoridad y que le correspondía, como mínimo, garantizar que la Comisión Electoral trabajase en condiciones óptimas. Se corre la arruga para que no haya culpables, para que las responsabilidades se diluyan en el océano del desinterés, la desidia y el olvido, se guarda silencio ante lo obvio esperando que todo se disipe. El asunto, claro, no se resuelve con un escueto comunicado que dice menos de lo que debe, ni con el informe que la Comisión hizo público pocos días después. De hecho, ese informe que es suscrito por el profesor Carlos Martin al frente de la Comisión Electoral es de una estupidez insuperable. ¿Pueden ser tan descaradamente irresponsables? Al final no somos serios, tal y como sentenciaba nuestro intelectual más importante del siglo pasado. 

Los romanos, que, si lo eran, exigían de sus ciudadanos el cumplimiento cabal de sus responsabilidades públicas o el castigo correspondiente, a sabiendas de que lo público trasciende lo privado, porque es la garantía de que lo público funcione; lo único que puede garantizar el funcionamiento de la sociedad y su supervivencia. En Venezuela tenemos la tendencia a privatizar lo público, a apropiárnoslo como si se tratase de un feudo personal. 

De allí que la rectora le reclame a la gente la manera como el Consejo Universitario fue tomado. La regañina pretende decirle a la gente que no tiene derecho a estar molesta, que no debe reclamar. Se olvida de que el respeto se juega a doble vía.  La suspensión de las elecciones no se ha explicado suficientemente y esto quizás no tendría importancia en otra situación. Pero es que se crearon expectativas inmensas acerca de la voluntad electoral de los venezolanos, de la calidad del acto cívico, de la voluntad que tenemos de elegir de manera libre y democrática, la cosa adquiere un matiz que trasciende a la institución, colocándola frente al país como si de un espejo se tratase. 

La democracia no solo tiene que ver con el acto electoral, sino también, y, sobre todo, con la convivencia democrática, respetuosa de los derechos de los demás, con el trato cívico entre nosotros, con el reconocimiento del otro y de sus razones, con la capacidad ciudadana de asumir responsabilidades en serio y de exigirlas en serio. Parte de nuestro drama está asociado con el bochinche que nos caracteriza, con la normalización de la mamadera de gallo y el abuso. El que falla en el cumplimiento de sus responsabilidades debe irse y permitir que alguien más cumpla lo que el/ella no pudieron cumplir. El ejercicio de la convivencia democrática es, por necesidad, un ejercicio de responsabilidad ciudadana que implica asumir las responsabilidades que nos correspondan y sus consecuencias. Esto de correr la arruga hasta el infinito explica mucho de los que nos acontece. ¡No somos serios! No se debe responsabilizar a la universidad de sus fallos sino a la gente que la dirige. La universidad es transcendente, la gente no. La gente pasa, las instituciones quedan.

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Miguel Angel Latouche
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Doctor en Ciencias Políticas y escritor.

Columnista en The Wynwood Times:
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