Entrevistar al maestro de las artes plásticas Octavio Russo fue de un profundo placer. Atención y emoción, eso sentí. Luego de conversar largamente con él, vía zoom, porque aun la pandemia nos tiene en la casa, concluí que su voz y dicción son tan fuertes como aquel poema que nos dejó Blas de Otero “Aquí tenéis mi voz, alzada contra el cielo de los dioses absurdos, mi voz apedreando las puertas de la muerte, con cantos que son duras verdades como puños…”
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Y es que si bien es cierto que el poeta defendía la importancia de los vínculos que unen a las personas y a los pueblos que conforman un país, Octavio Russo defiende su propia postura frente al arte. “El arte exige una rigurosa autocrítica y una responsabilidad firme. Es una actividad sangrante y yo no comparto la opinión de la gran mayoría que confiesa que el arte es una actividad que les gusta. A mí me disgusta el arte, me causa dolor, para mí no es una actividad placentera, pero es necesaria, es una necesidad fisiológica, diría. Tengo que hacerlo, tengo que expresarlo…”.
Octavio Russo nació en un pequeño pueblo del estado Monagas, el 21 de octubre del año 1949. “Pueblo emergente a partir de la explosión petrolera. Ese lugar antes fue, según he sabido, un hato de los altos llanos orientales. Punta de Mata, en voz local, se refiere a un grupo pequeño de árboles o matas, es un ecosistema que se dividen en una amplia extensión de sabanas”, dice Russo.
“Yo recuerdo poco de mi infancia pero hay un detalle que yo veo muy significativo y es que en mi casa no había libros, había revistas, periódicos, pero no había libros. Mi papá no era de una formación académica, mi madre tampoco, y pues no había exactamente esas necesidad de libros por parte de ellos. Recuerdo que estando en una casa me conseguí una especie de biblioteca y, hallé tres, uno de ellos era de Leonardo Da Vinci, otro de Miguel Ángel Buonarroti, y el tercer libro de un señor que hacía unos cuadros extraños, André Lhote, un pintor cubista muy didáctico Esos libros marcan mi vida muy temprano. Desde entonces yo no supe hacer más nada, sino dibujar, pintar”.
Pero esto que me cuentas me conmueve, te conseguiste con tres grandes representantes de la plástica universal ¿Qué descubriste en esas páginas?
“Debo decirte que yo casi soy analfabeta, yo soy un autodidacta. Cuando empecé a estudiar mis padres vieron que yo no tenía otra opción, sino ser pintor, pues en primaria perdí dos años, cosa insólita, ningún niño pierde años en primaria y yo perdí dos, porque me la pasaba rayando todos los cuadernos y no me gustaba la escuela, no me sentía cómodo allí”.
“Por supuesto, ahora entiendo que yo era un niño que requería una atención distinta. Los maestros que me tocaron pues no entendían mi condición, eran muy básicos, solo me apreciaban y me consideraban para el día del árbol, el día de la madre y el día de yo no sé qué cosa, me prestaban de salón en salón, cosa que me molestaba mucho, pero era una obligación, me pedían y me mandaban, yo tenía que acatar esa orden para que les decorara el pizarrón con tizas de colores, me lo pedían porque yo era el más destacado en la cosa del dibujo. Y para eso era lo único que yo servía, el resto del año era pésimo”.
“Ya a los 12 años tenía un premio de pintura, porque entré de oyente a la Escuela de Artes de Maturín que se llama Eloy Palacios, y recuerdo que me ubicaron con la gente del último año de formación”.
La importancia de la forma en el arte
Quiero que hablemos ahora de tu propio lenguaje, ¿cómo es tu expresión en estos momentos?
“Yo parto siempre de la idea de que no debo conformarme con lo que hago y siempre estoy rompiendo mis propias pistas, mis propias referencias. Siempre me estoy poniendo unos retos que me sacan de mi zona. Hay una constante, sobre todo en las últimas obras, que parten de una imagen que cuando me di cuenta, ya antes había estado germinando en mí. Lo hice como un impulso a dibujar, porque para mí lo más importante no está en el dibujo o la pintura, sino en la forma. Yo tengo un espacio en dos dimensiones, generalmente, llámese pintura, dibujo o grabado”.
“Hice estudios formales sobre el grabado y considero que tengo una deuda muy grande con él, el grabado me reclamaba una respuesta y por eso últimamente estoy haciendo unas gráficas que de verdad no es que me gusten, sino que me siento retribuido con las imágenes que estoy trabajando”.
“Cuando veo una obra actual me doy cuenta de que lo hecho hoy es el hombre que soy, que tiene 71 años. Y que esa cantidad de años confluyen en este momento y esa obra tiene 71 años de vida, de gestación. Me doy cuenta que no ha habido rupturas en cuanto a mis intereses, emerge con una madurez, tanto de pensamiento como de concepto”.
“Yo creo que todo acto de exponer es un acto político y es una gran responsabilidad con el público. Yo no soy de los que cree que para uno ser artista tiene que estar en el mercado; no tengo nada en contra del mercado, pero creo que le han hecho mucho daño al exacerbar el enfoque hacia el mercado y no hacia la obra. El arte no es una cosa que tenga cerebro, es mentira. Es el cerebro quien organiza las ideas, no el arte”.
“Por otro lado, llenar el currículum de exposiciones, no implica que la obra tenga o no validez. Un amigo me dijo recientemente que uno pintaba para el público, y le dije que yo no pinto para el público. Yo pinto para mí porque necesito hacerlo para mí. Si no lo hago, pues me voy a volver loco porque ya lo ensayé. Prefiero la soledad del silencio, madurar las cosas porque no tengo apuros”.
“Y si algo tiene de importancia mi trabajo, pues lo va a tener; si no merece vivir, pues que no viva. Nadie está esperando tampoco a Octavio Russo ni a sus obras extraordinarias, nadie. Solo el mercado infla o desinfla valores. Solo el mercado determina dónde están los clientes. Yo soy crítico y pesimista por el rumbo que lleva el mundo”.
En un país como el nuestro, Octavio, cuando pareciera que muchas cosas están en desventajas, ¿será que son necesarios los críticos de arte para valorar una obra?
“Creo que la crítica es muy importante, fundamental. Si yo no tengo capacidad crítica de lo que hago tengo que dejarles a otros que hagan las críticas por mí. En Venezuela creo que, en general, no ha habido buena crítica, no solo en el arte; estamos en el callejón en que estamos por no ver la crítica como algo necesario, sino más bien como un flagelo, como algo que hay que ocultar, tapar. Por eso estamos en la situación social, política, económica que estamos viviendo, porque no se escucharon las voces críticas (las pocas que hubo, pero que las hubo). Con respecto al arte, pasa exactamente lo mismo: la complacencia o el rechazo gratuito son comunes”.
“Sin citar nombres, considero que en general hay uno que otro que han hecho de la crítica una actividad responsable, pero la gran mayoría no, lo que hacen son comentarios. Es más, muchas veces ni vienen al taller del artista, no exploran”.
Mis pasos por el Museo Francisco Narváez
Fuiste parte de la directiva en el Taller de Arte y Diseño del Museo Francisco Narváez. Asumo que tuviste una relación muy cercana con él ¿Qué significó eso para ti?
“El Centro Gráfico fue casi simultáneo a mi retiro de la Cristóbal Rojas. Me dice Alirio Rodríguez, que en paz descanse, mira Octavio, se están creando unos talleres periféricos, así se llamaban, y hay un taller de grabado que están haciendo en San Martín, yo voy a dar clase allá de dibujo, así que yo me inscribí en ese taller. Ese fue el primer taller de grabado que se hizo en Venezuela. Eso lo hizo el INCIBA. Y ese taller que estaba en San Martín era bellísimo, una casita vieja que acondicionaron, la remozaron, y había una reproducción del Guernica de Picasso cercano a una batea, y aquello que se sentía era un clima distinto a la Cristóbal Rojas”.
“El museo se convirtió para mí en un lugar de estudio, de investigación, de conocimiento del arte y en una ocasión presentaron una exposición que se llamó «100 años de pintura en Francia» y trajeron de todo. Imagínate, había Monet, había Picasso, Braque, etc., y yo me quedé cautivado con unas litografías y unos grabados de Picasso y de Tapia”.
“Yo salí emocionado de allí y decía, yo quiero hacer algo como esto. Esas estampas me llamaron mucho la atención más que la pintura. Entonces fui a la escuela (la Cristóbal Rojas) y estaba Luis Guevara Moreno. Él era el director, jefe del Taller de Litografía y le pedí que me enseñara, que me permitiera entrar, y no sé por qué motivo nunca me permitió entrar a aprender litografía. Yo estaba 100% dedicado al estudio del arte y me lo negó, por eso me voy de la escuela. Pasé al Centro Gráfico y allí estuve 3 años maravillosos”.
“En un momento llegó una cohorte de estudiantes nuevos y ahí venía una muchacha llamada Marta Estrada. Nosotros nos llegamos a enamorar y posteriormente nos casamos. Era Marta Estrada, la sobrina predilecta de Francisco Narváez. Un día Francisco me dijo, mira, Virgilio Ávila, que va a ser el gobernador tiene un proyecto cultural que quiere hacer en Margarita. Quiere hacer unos talleres de arte y me pidió asesoría, me pregunto si yo conocía a alguien que se ocupe de eso ¿tú te irías para Margarita?».
“Yo trabajaba para ese entonces en publicidad, me pagaban muy bien como publicista, era asistente de un taller de arte. Y dije, «bueno, ¿cómo no?», y me fui para allá. Yo soy fundador de los talleres a los que le pusieron el nombre de Francisco Narváez y luego pasé a asistir a la construcción del museo que lleva su nombre”.
La docencia como accidente
Octavio Russo me dice que su incursión a la docencia fue por accidente, pero creo más bien que esa circunstancia fue producto de su sagacidad. Es evidente que estamos frente a un ser que se debate entre el orden y el desorden, y la angustia de generar tantos trazos en medio de su solitud, dieron como resultado que él se haya convertido en un buen docente.
“Después de la construcción del museo Narváez, me vine a Caracas y entré a la docencia por accidente. Cuando me vine me empezaron a llamar de distintos sitios, de Maracay, Valencia, hasta de Apure, y me invitaban a dar talleres. No todos los artistas saben enseñar y yo no tuve ninguna formación académica para eso, pero se fue despertando algo, no solo mi capacidad para enseñar, sino mi capacidad para aprender de todos esos muchachos. Para mí, quien más se nutrió de esa experiencia, fui yo. Seguramente porque yo era uno para 10, 15, 20, o 200, no sé cuántos alumnos han pasado por mis manos, he perdido la cuenta. El caso es que yo era uno para todos, en cambio todos ellos eran para mí”.
La xilografía en mi memoria
Me has dicho que ahora trabajas con la xilografía, que es una técnica muy ancestral ¿Desde hace cuánto estás explorando esta técnica que te gusta tanto?
“La xilografía es muy antigua. Ya en el siglo V se hacía mucho, pero antes de Cristo ya se estaban haciendo estampas. En mis estancias en Maturín, un día me devolvía a mi casa y observé en mi recorrido una casa que tenía la puerta abierta y cuando miré la sala, había unos grabados que me llamaron la atención. Eran unas xilografías. Esas imágenes se quedaron en mi memoria. No es sino cuando voy al Centro Gráfico que empiezo a hacer grabado, pero nunca hice xilografía”.
“Estando en el museo Narváez, tuve la oportunidad de viajar a México para hacer una pasantía de museografía unos meses, y allí conocí el grabado mexicano, que tiene muchos tipos, eso me llamó la atención. Cuando regreso finalmente a Caracas, me meto en el Centro de Enseñanza Gráfica, fui de la primera promoción, ahí estudiamos 3 años pero tampoco vi xilografía”.
“Llego a la xilografía por una consecuencia natural del desarrollo de mi trabajo. Hice algunos ensayos con las planchas de cobre, con las planchas de micro metal, aguafuerte. Pero yo vengo trabajando la madera hace mucho tiempo porque siempre he sentido una necesidad; había aprendido a trabajar una carpintería artesanal sin herramientas eléctricas, sin cables, y he hecho de esa actividad un rito donde todas mis herramientas, mis gubias, mis formones, mi martillo, para mí son objetos necesarios, tal vez todo esto sea la herencia de haber vivido en una ferretería, que era de papá”.
“Trabajo sobre madera y encontré que la xilografía era el medio que requería para el tema y para el problema como lo estoy resolviendo. Entonces se dio como algo obligado. No podía hacer grabado en metal, no podía hacerlo en fotografía o en otros medios”.
“En la actualidad estoy trabajando en el TAGA, me han dado allí una cierta responsabilidad y me han permitido hacer mis últimas obras gráficas que tienen que ver con xilografías”.
¿Cómo se ve Octavio dentro de los próximos 10 años? ¿Hablemos de eso que llaman proyecto de vida?
“La soledad me ha llevado a encontrarme conmigo, con las plantas, porque las plantas son unas compañeras extraordinarias. Mi proyecto de vida se manifiesta en este instante. El proyecto de vida es algo que se fue dando desde muy temprano, pero la conciencia de tal proyecto se dio hace ya muchos años ¿Quién soy? ¿Cuáles son mis intereses? Yo he vuelto a la tierra, he vuelto a mis andanzas por la sabana, solitario, no me gustan las ciudades. No tengo una gran relación social, generalmente no voy a las inauguraciones de las exposiciones porque me he dado cuenta de que soy muy penoso, muy tímido, la gente me intimida”.
“Esa palabra proyecto de vida se refiere a lo que he sido y lo que seguiré siendo, buscando romperme las propias pistas que ya son descifradas por mí y aventurarme a la sorpresa que me puede dar una obra que yo no esperaba”.
“La mayoría de mis trabajos o los pocos que hay al final resultaron ser otra cosa. No fue nunca ni siquiera parecido a lo que imaginé al principio. Lo mismo está pasando con estas gráficas que estoy haciendo porque en el grabado se trabaja casi a ciegas. Es una cosa de tacto, para mí ha sido una experiencia más fuerte que la misma pintura”.
“La relación y los resultados han sido maravillosos porque en el grabado no se puede corregir. Hasta ahora hay un logro, falta verlas expuestas. Yo creo que lo más importante de esto es la vitalidad con que uno asume su pasión o su misión. Esa entrega, al margen del mercado, es el valor de la existencia, nada más. Y allí, repito, el lenguaje, la palabra articulada, es insuficiente. Es una cosa que entra por todos los sentidos y para la que no hay descripción posible”.
Instagram y Twitter:
- @octaviorusso
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Licenciada en Comunicación Social, locutora y cursante Doctorado en Educación UCAB.
Colaboradora y articulista de The Wynwood Times.