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Hay algo innegable y cierto: las mujeres somos nuestras enemigas verdaderas.

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Es real, es patente, es intrageneracional, es parte del ADN de las que tenemos trompas de Falopio y ovarios. Es algo que sabemos distinguir, por eso tenemos amigas y “las otras”. Para esas otras están las zancadillas, las críticas con ferocidad, los comentarios malsanos sobre el peso, el cabello, el estado civil, la preferencia sexual y sigue tú con las clasificaciones posibles.

Y ya sé… ese es tu caso, tú eres así, yo tengo suprema sororidad, yo amo a mi género… (inserta aquí un gran bostezo). Todas, todas las mujeres invariablemente hemos pecado de imprudentes y desconsideradas con nuestras hermanas de sexo en alguna etapa de nuestras vidas. Nos hemos guardado un dato importante, no hemos sido amables, hemos despreciado a algunas poniéndole etiquetas.

De hecho es parte de la cultura popular aquello de que las mujeres nos odiamos entre nosotras. Es lugar común ver chistes, aforismos incluso memes sobre el trato que nos damos las bellas hijas de Afrodita. La envidia, el chisme y las comparaciones malsanas permanecen allí, en las mesas con café o vino, en las reuniones sociales, en los cubículos corporativos. Todas estamos contra todas. Ni siquiera el feminismo puede agruparnos en paz y concordia, pues en ese supuesto oleaje integrador han surgido tormentas y cataclismos.

Las mujeres empatizamos en pequeños estancos. Nos asociamos en parcelas que a la vuelta de días terminan desechas por incongruencias al escoger el color preponderante. Nos analizamos entre nosotras así vayamos a terapia. Formamos equipo cuando nos conviene frente a un enemigo común. En el fragor de las discusiones con nuestras colegas siempre estaremos dispuestas a sacarnos los trapitos al sol.

Las mujeres no nos ponemos de acuerdo, somos complicadas, astutas y asesinas. Somos crueles, mal pensadas y egoístas. No cedemos ante nuestras opiniones y cada vez más nos estamos quitando espacios entre nosotras. De hecho algunas han aceptado compartir su denominación de origen en pro de personas que dicen sentirse como mujeres.

Vemos cada vez más la imagen de una mujer o bien con flores, lazos y vestiditos ligeros u otra con kilos de ropa encima, masculinizada y agria. Por otro lado se está vendiendo a la perfecta, única en el planeta y empoderada a todo tren. Todas dignas de las plataformas sociales, pero en el mundo offline las diferencias son enormes y la realidad rompe los filtros y es poco aesthetic, además.

Por fortuna soy de la GenX, lo que me hace ver a las mujeres de mi mismo sexo con lentes multifocales. Hoy valoro mucho más la lealtad de tener amigas, esas contadas con los dedos de una mano, una sola. 

En fin, es complicado ser mujer en estos tiempos, hay muchas propensas a bajezas de espíritu conjugadas en todos los tiempos y siempre en plural. Aquella que diga que es una exageración, que eso no le pasa, que se lleva de maravilla con todas, absolutamente todas las féminas a su alrededor, miente, y seguro lo hace con una sonrisa convencida de su excepción dentro de la regla mientras comparte un meme burlesco con una mujer de protagonista.

8 de marzo, ahí vienes, otra vez.

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Escritora y cronista.

Columnista en The Wynwood Times:
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