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Hace un mes caí en cuenta de que no había hecho el duelo de mi partida de Venezuela. Con la llegada de madre después de ocho años muy largos, sentí una alegría indescriptible y a la vez, una constatación, que sigue resonando todavía, de mi pelea con mi país.

Yo cerré ese capítulo, eso me dije más de una vez, se lo dije a otros inclusive. Yo creía que había encapsulado con firmeza mi sentido patrio y estaba a salvo de melancolías lloronas. Estaba muy equivocada. Hoy tengo una mixtura extraña de decepción, tristeza y alegría. Todo a la vez. Todo muy confuso.

Las elecciones me llevaron a disparar viejos sentimientos. Se alborotaron recuerdos ingratos. Se me llenó el cuerpo de entusiasmo y empecé a buscar cada video, a leer cada entrevista, a estar atenta al despliegue propagandístico de la oposición venezolana. 

Inevitablemente la sensación de desamparo se apoderó muy rápido de mí, así como de ti, seguro, tanto como a la de millones de compatriotas emigrantes. Allí me di cuenta de que estaba supurando todavía esa vieja herida patria. Venezuela seguía doliéndome y la incertidumbre se había despertado después de un letargo de ocho inviernos.

Hace dos semanas vengo escribiendo sobre lo que siento por mi país. He empezado a reconciliarme con la nación que me hace sentir orgullo de mi idiosincrasia. He valorado los esfuerzos de dos líderes antagónicos en su peculiar manera de transmitir esperanza, y he sonreído por la fiereza y la ternura que muestran al mundo. Ellos han sabido conjugar el verbo ganar. Hoy millones nos sabemos ganadores. Hoy me siento una ciudadana que ha ganado de nuevo la confianza en una dirigencia política. He visto renacer esperanzas, al igual que he revisitado situaciones dolorosas en ese pasado como otra ciudadana cansada de marchas, gritos y silbatos altisonantes.

Sin embargo soy de esa gente que expresa que esta vez se siente diferente. Y es algo en el ambiente, quizá es eso que llaman energía o son las ganas desbocadas de que el bien triunfe por arrolladora mayoría y de forma irreversible.

Estoy escribiéndome para entender qué me pasó en ocho años que no sentía apego alguno a Venezuela. Estoy sanando mi relación con la patria que tiene a mis muertos y a mis afectos con vida, resiliencia y una fe que mueve masas a pesar del miedo. Hoy estoy creyendo que la reconciliación, la unidad y el esfuerzo por hacer una patria de méritos está gestándose semana a semana. Solo deseo que el dolor de ese parto sea valioso y tenga un hermoso sentido histórico hasta el final de mis días. 

 ¿Tú también te estás reconciliando con Venezuela?

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Escritora y cronista.

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