
¿Puede ser la fealdad y la vejez una forma de expresar los horrores más dolorosos de la naturaleza humana? Se trata de una premisa que parece profundizar en los terrores colectivos, pero es mucho más que esa percepción específica. De hecho, la pregunta se formula con frecuencia en el libro Women, Monstrosity and Horror Film: Gynaehorror (2017) de Erin Harrington. En el texto, las diferentes versiones sobre el cine de terror en que la mujer anciana —y en forma más amplia, los ancianos y la fealdad— se utilizan para mostrar el miedo y la inquietud colectiva hacia lo desconocido, se analizan desde una óptica precisa. ¿Se trata de un recurso o de una expresión más profunda sobre el tiempo, sobre la opinión colectiva sobre el cuerpo fuera de los estándares de idealización cultural?

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No hay una respuesta para algo parecido. Aunque, por supuesto, el tema es cada vez más frecuente en el cine y en el gran universo de las miradas sobre el terror contemporáneo. En Cerdita (2022) de Carlota Martínez Pereda, Sara (Laura Galán), dedica una buena cantidad de tiempo y esfuerzo a tratar de ocultar su cuerpo de la mirada ajena. El personaje es una chica con sobrepeso que debe enfrentar el rechazo y la violencia verbal. De modo que se inclina, encorva, se cubre la cabeza y los hombros. Intenta empequeñecerse frente a las risas y burlas de sus compañeros de colegio, familiares, los extraños con quienes se cruza en la calle. Su cuerpo es un territorio en disputa, un espacio estratificado de horrores privados con los que no puede lidiar.
Hasta que llega la violencia. No hacia ella —que la sufre de forma directa durante la mayor parte del film— sino a través de la observación de la crueldad de otros. De pronto, la historia del cuerpo de Sara se traslada a un espiral de horrores que, de alguna manera, simboliza el tránsito mental del personaje a través de su dolor, frustración y rabia. Pero el mensaje subyacente es evidente. El cuerpo de Sara es la forma en que la película reflexiona acerca de la inquietud de lo grotesco y la ansiedad de lo desagradable. Incluso, la concepción de lo terrorífico como algo palpable.
Por supuesto, no es la primera vez que el cine de terror utiliza los problemas físicos para elucubrar acerca de lo terrorífico. En Old People (2022) de Andy Fetscher, la vejez es el enemigo. Tanto, como para que todo el argumento se construya alrededor de la idea temible sobre el miedo convertido en algo más elaborado y abyecto. En el film, ser un anciano —o el deterioro físico de la edad, en todo caso— es una minuciosa mirada a la oscuridad interior. A la vez, es un recorrido hacia espacios escabrosos sobre la búsqueda de identidad, elaborada a través de la ruptura con los códigos de la sociedad. Al final, el caos que se desmorona con rapidez sobre la pérdida de toda conciencia del bien y el mal.
Con una historia que mezcla lo distópico con los códigos del cine de terror, Fetscher profundiza sobre la debilidad mental y corporal de sus personajes de formas siniestras. También, para metaforizar acerca de la sociedad, la cultura y en especial, el rechazo moderno a la simple edad física. La cámara sigue a sus personajes con una inusitada crueldad, los muestra destrozados, empequeñecidos por las arrugas, la torpeza y la fragilidad. Hasta que, esa percepción cruel sobre la deshumanización, se convierte en un vestigio de lo sobrenatural y a la vez, una búsqueda inquietante sobre el terror más directo.
Una y otra vez, el cuerpo humano, alejado de los patrones de belleza tradicionales, se convierte en una búsqueda de terrenos sobre lo perverso y lo tétrico. La idea tiene un trasfondo inquietante, si se analiza a través de la percepción de la pérdida de la identidad en una cultura deshumanizante y con patrones de belleza específicos. O, en el peor de los casos, de los límites de esa versión ideal sobre la vida cotidiana que la cultura pop construye sobre la noción del temor a la debilidad.
Algo semejante planteó M. Night Shyamalan en su film del 2015, La Visita. En el argumento, los ancianos —o en el mejor de los casos, la consciencia sobre la pérdida de la lucidez debido al deterioro físico de la vejez— es un arma de manipulación. Tan dolorosa y violenta como cualquier otro artefacto psicológico que construye la idea sobre la crueldad que se narra en segundo plano. El director construyó una cápsula de oscuridad interior que se enlaza con una exploración angustiosa sobre la brutalidad, enlazada con el tiempo, el deterioro y el miedo a lo desconocido. Todo construido a través de un escenario en apariencia cotidiano que usa el cuerpo humano como terreno de una disección de lo grotesco y lo temible.
El miedo con un rostro retorcido y reconocible
En el cine de terror, se llama Hagsploitation a la obsesión por la vejez como forma de provocar o simbolizar el miedo colectivo. El término tiene una relación mucho más directa con el temor que provoca la vejez femenina y en específico, con la crueldad del estereotipo de la mujer anciana y temible.

En ese contexto, se utilizó por primera vez luego del impacto que causó la película ¿Qué fue de Baby Jane? (1962) de Robert Aldrich. En la ficción, dos mujeres ancianas (interpretadas por las espléndidas Bette Davis y Joan Crawford) se atormentan una a la otra, en medio de la soledad abrumadora y angustiosa de la vejez. Poco a poco, la atmósfera se transforma en una transgresora visión sobre el mal, hasta un desenlace doloroso, brutal y fatídico que sorprende por su explícita crueldad.
Pero para el cine de terror, también es una búsqueda inquietante del miedo a través de espacios espantosos relacionados con el cuerpo. Una concepción que puede destrozar y, a menudo, convertir la vejez, el paso del tiempo e incluso la enfermedad en terrenos para lo fatídico. En Relic (2020) de Natalie Erika James, Edna (Robyn Nevin), atraviesa la desorientación y los rigores de la vejez, en medio de un escenario sobrenatural. Pero poco a poco, su figura se transforma en la forma en cómo el mal —heredado y consistente— se expresan.
El concepto es una directa evolución de la forma en el paso de los años y la locura se convierten en vehículo de terror, en el film The Nanny (1965) de Seth Holt, en la que Bette Davis, se transforma de nuevo en una criatura monstruosa con el rostro de una anciana. Para la ocasión, la actriz creó un personaje pérfido y temible que se enlaza con la percepción de la pérdida de la belleza, la lozanía y la juventud como un motivo para el odio y al final, el asesinato.
Pero más allá, la cuestión parece estar directamente relacionada con la exploración del horror del ser humano convertido en su propia pesadilla. En una forma de dolorosa mirada a lo tenebroso que termina con vincularse con algo mucho más profundo y en ocasiones despiadado. La mirada sobre la debilidad —física y mental— como uno de los horrores insuperables que lo contemporáneo extrapola con un tipo de oscuridad interior indescifrable.
Pero ¿qué tan arraigado es ese temor por la vejez como para construir un nuevo tipo de monstruo mediante ese concepto específico? En Barbarian (2022) de Zach Cregger, el terror máximo, oculto bajo una capa de insinuaciones sobre lo terrorífico como elementos del error humano y la crueldad sugerida, es una mujer de aspecto terrorífico, fruto del incesto y la violencia.
Algo semejante muestra La Abuela (2021) de Paco Plaza, en la que el monstruo de ocasión es, también, una anciana en la que confluyen todos los elementos de lo temible. No solamente es la encarnación del mal como un terreno inquietante y abominable, por completo ajeno a la sofisticación —la brutalización total de lo humano— sino, también, una mirada a la oscuridad cultural.
Pero Plaza incluso llega más allá: contrapone a la víctima de ocasión (una modelo parisina que regresa para cuidar a la abuela titular) como un reflejo de lo terrorífico que se esconde bajo la piel y la figura antropomórfica. Un concepto directamente heredado de la película The Anniversary (1968) de Roy Ward Baker, que aunque no es explícito en su manejo de los códigos del terror, si lo es en su elaborada mirada sobre lo maligno primigenio amparado bajo el tiempo, la decadencia y la debilidad.
El tiempo como una forma de oscuridad
De hecho, para el cine de terror, la vejez y en un estrato más amplio la enfermedad, es un terreno en que se explora la oscuridad social con mucha más facilidad que a través de monstruos canónigos. Joan Fontaine, en The Witches (1966) de Cyril Frankel, mostró las raíces de lo inquietante en un sentido primitivo y voraz, que sorprendió por usar la percepción de la desorientación, el tiempo y la condición de la debilidad mental, para mostrar el miedo.
Uno, además, basado en la angustia insistente sobre los estragos que el transcurrir del tiempo puede provocar en la percepción de la realidad. La película, que no intenta —no de manera clara— analizar la edad de su protagonista, sino la condición de frágil víctima de sus temores, es una variación de un tema que, a la distancia, resulta cruel por su mensaje subyacente. Para cuando la película fue estrenada, Fontaine contaba con apenas 49 años, pero aún, se muestra en la película como una mujer cuya decadencia espiritual y corporal, le lleva a un rápido desplome mental.
Mucho más extraño aún, Die, Monster, Die! (1965) de Daniel Haller, en la que un meteorito produce todo tipo de problemas físicos y mentales en los protagonistas. Pero al trasfondo de la película, el mensaje es evidente: todos sus personajes envejecen, se debilitan. Su fealdad se convierte en una máscara terrorífica con la que simbolizan, construyen o muestran los males que habitan en su interior. Una versión sobre el miedo a la vejez que resulta incluso tragicómica por su subtexto. Los dolores del paso de los años, pueden ser la última frontera a transgredir en medio de un escenario de ciencia ficción con tintes terroríficos y oscuros.
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