Maestro, coreógrafo, intérprete escénico. Productor, gerente. Director artístico. Licenciado en Artes (UCV) y Magister en Políticas Culturales. Miguel Issa es uno de esos personajes que resuena con fuerza en la movida cultural del país. El arte es su manera más genuina de ser en el mundo y el medio para darse por completo, ya sea enseñando, actuando o dirigiendo. En escena se crece y hace crecer a otros. Podría decirse que Miguel es un creador que transgrede los límites habituales que la moral “políticamente correcta” pretende imponernos y eso se agradece.
Obsesionado por rescatar la memoria colectiva, la ciudad, el ritmo cotidiano donde se teje la fenomenología del espíritu civil, que nos descubre a través de temas humanos como la decadencia de un artista o el encuentro celebratorio de los caraqueños en su valle inmemorial, Issa nos presenta su manera de vivir: el arte como esa gran pregunta por responder desde el cuerpo en movimiento.
Miguel Issa. Foto Samuel Hurtado
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Y así, cada uno con café en mano, conectados en la misma frecuencia del sentir artístico, comienza nuestra entrevista.
***
¿Cómo defines a Miguel Issa?
Soy un hombre apasionado. Trabajador, disciplinado, ético, perseverante, algo temeroso… con miedos. El ego alborota el miedo. Amante de la justicia, de la verdad. No tolero la ambigüedad, el sí, pero no, el te quiero, pero tengo que pensarlo, eso me perturba. De ser un niño muy inseguro, empecé a indagar mi vida desde el arte, sobre todo cuando cantaba con el orfeón del liceo, donde me descubrí apasionado. Tal pasión descubrió en mí una capacidad de liderazgo connatural que nunca me creí. Pero con el paso del tiempo me di cuenta de las relaciones, ideas y productos que podía construir desde lo innato. Incluso, eso mismo me sucedió con la parte artística. Quería ser músico, estudié para serlo, quería ser cantante lírico, pero no tenía el instrumento adecuado. Luego empecé a tomar clases en el Taller de Danza de Caracas, del Negro (José) Ledezma. Pero no tenía el cuerpo ideal. No tenía las condiciones físicas de bailarín convencional. Entonces yo era un “más o menos”, “un sí, pero no”, un “tal vez”, y ello reforzaba mi inseguridad de fondo al no saber qué sería de mí, pero yo seguía adelante, creyendo.
Dirigiendo Carmina Burana (2016)
Aparte de eso, soy una persona que en cada momento de mi vida he encontrado mucho valor en cuanto a la capacidad de transformación de la realidad. Es decir, y esto siempre lo comparto con mis estudiantes: yo soy de la época de cuando ni siquiera en mi casa había teléfono. Cuando a mi casa llegó el teléfono, ese acontecimiento tuvo un valor determinante en mi existencia. Igualmente, cuando me mudé a mi primer apartamento y conocí el auricular. Esas novedades, viniendo de una familia humilde, criado en Propatria, una familia de clase media con sus limitaciones naturales de alcance cultural, inscribió en mi la impronta de la novedad. Por ejemplo, recuerdo aquella vez por los años 70 cuando un día me dijeron, Miguel Vicente, ¿quieres unos Adidas? Y yo no tenía ni la más mínima idea de qué eran unos Adidas. Y desde la más radical inocencia dije que sí, regálamelos. Dentro de ese espacio abierto al asombro todo se fue sumando como un gran acontecimiento. Mi vida ha sido eso, un compendio de asombros en movimiento.
Tienes orígenes libaneses, ¿qué conservas de esa cultura? ¿Qué es lo que más te gusta de ella?
Mis bisabuelos vinieron del Líbano, pasando por Cuba y luego se instalaron en Venezuela. Tuvieron entre 12 y 14 hijos. Yo soy Issa Ponce, el Issa es por papá que era del Líbano. Mi papá fue el primer hijo del matrimonio de mi abuelo. Particularmente papá murió muy joven. Mis tíos fueron los primeros que trajeron las fábricas de cartón corrugado a Venezuela. Ellos se fueron a Alemania sin saber nada del oficio y trajeron las máquinas que hacían cajas de cartón para zapatos y platos de cartón para tortas, y así se posicionaron fuertemente en el mercado venezolano, al punto de hacer fortuna con su empresa.
MIguel Issa. Foto Erlen Zerpa
Carmina Burana (2016)
Tuve la fortuna de ver la última etapa de una de las fábricas que quedaba en una de las calles del Centro de Caracas llamada, “camino nuevo”, que es lo que llaman “plaza Bicentenario”, justo detrás de Miraflores, al lado del liceo Fermín Toro, ahí quedaba, en un callejón Me encantaba contemplar cómo se hacías las cajas. De ahí conservo muchas memorias, incluso, quiero realizar una película sobre las anécdotas relacionadas con la familia Issa, que aparte de esa la vivencia histórica, han pasado muchísimas cosas que me hacen sentir su nobleza en las entrañas: la de ser gente trabajadora, perseverante, solidaria, con vocación de servicio.
Entre las costumbres que atesoro destaca la comida. Mi mamá, que aprendió con mis tías a cocinar comida libanesa, cada vez que preparaba comida árabe echaba cuentos de la familia Issa: yo recuerdo las panquecas que hacían tus tías, cómo elaboraban el Quipe con una piedra, los tabaquitos, esto, aquello, lo otro… porque la comida es lo que más nos conecta con las raíces. De hecho, en diciembre en mi casa no se acostumbra hacer hallacas, mi mamá nunca las hizo y muchos de los momentos especiales de mi vida han sido celebrados con comida árabe.
Buscando la nacionalidad libanesa recibí miles de fotos de la historia de la familia. Esas memorias me persiguen, van conmigo, al punto de incorporar algunas en mis obras. Yo estoy atravesado por la memoria de mis ancestros.
Yo sentí una comunión de alma, algo demasiado grande que con el tiempo fue la luz.
Miguel, ¿en qué momento descubriste tu pasión por las Artes Escénicas? ¿Cómo fue ese proceso’
Me vienen dos anécdotas fundamentales. La primera, cuando estuve en el orfeón del liceo. Porque fue la primera vez que recibí, como grupo, aplausos por un trabajo constante de meses, por un concierto. Es una sensación indescriptible, cuya vitalidad fue sentirme inmensamente feliz. Fue un éxtasis saber que había trabajado, ensayado y que nos hayan aplaudido por eso, es algo que recuerdo conmovedoramente Ahí estuve mucho tiempo indagando, investigando, trabajando con niños. Quería ser cantante, bailarín, pero no daba la talla. Hasta que, en 1985, estando en la UCV, surge el festival de jóvenes coreógrafos y un amigo de la universidad llamado Luis Viana, bailarín y coreógrafo radicado en Medellín, se había ido a Nueva York y regresó. Él fue uno de los fundadores de la compañía Acción Colectiva, de Julie Barnsley. A volver, viene con unas ideas novedosas de lo que era la danza y Luis, dentro de un proceso para el festival de jóvenes coreógrafos del año 86, un epicentro de la danza venezolana y latinoamericana dirigido por Carlos Paolillo, un visionario de la danza, me pide que le dé clases de voz a las personas que estaban participando en una de sus obras.
«El niño que yo era» | Foto de Lil Quintero
Y fui como asistente de esa pieza, una obra muy contundente, vanguardista, disruptiva para los valores tradicionales de la danza de la época. Al terminar ese proceso Luis me dice que quiere que yo viva el próximo proceso coreográfico. Acepté e iniciamos un proceso de investigación corporal y el primer día de la sesión yo estaba muy preocupado porque estaba con tres bailarines que tenía experiencia: Leyson Ponce, co-fundador de la compañía Dramo radicado en España, José Navas, una estrella de la danza en Montreal y el propio Luis Viana. Entonces pasé la noche anterior al ensayo obsesionado con la idea que me tenía que concentrar.
Tenía 25 años, edad tarde para la danza. Luego del entrenamiento, Luis mandó a hacer un ejercicio usado mucho en teatro, el de la metamorfosis de la semilla al árbol. Y en mi proceso de concentración, cierro los ojos y empiezo a probar mi árbol, mi experiencia. Cuando abro los ojos, todos me observaban. Yo me concentré tanto que me extendí en el ejercicio. Al saberme observado me sentí nervioso, y Luis tenía los ojos aguados. Y luego de una frase de Luis caí al piso preso del llanto, cosa que no entendí al momento y que con el tiempo me di cuenta que a través del arte uno se conecta con una serie de territorios mentales, emocionales y trascendentes… y te cuento esto porque ese fue el momento donde yo sentí que era eso lo que quería hacer en mi vida, aunque no sabía si lo iba a continuar haciendo. Yo sentí una comunión de alma, algo demasiado grande que con el tiempo fue la luz, a través de esa obra, “Silente”, año 87, magistralmente dirigida por Luis, donde estuve perfectamente equilibrado con los demás bailarines, pero que era debut y despedida. Mi vida siempre ha estado llena de momentos valorativos extraordinarios, como ese, a través de Luis Viana, su obra, en el teatro Cadafe y la ritualidad mística de llegar, respirar, calentar, ver las luces, el telón, el maquillaje, los aplausos… eso me fue abriendo mi camino en el mundo escénico.
Al referirte como “Creador”, ¿qué es lo más retador para ti en el proceso de creación?
Siempre está acompañándote la sensación que estás al borde de un precipicio. Porque no se sabe cómo va a terminar esa idea, esa imagen. Claro, el tiempo te va dando experiencia, entonces eso escrito, eso ideado va haciéndose de una manera más sólida, honesta, concreta. Yo empecé a crear en el año 92 con la misma atención y delicadeza, cuidado y vértigo con que vivía los procesos de mi vida: no sabía si la obra se iba a presentar, no sabía si el proyecto saldría adelante, no me sentía creador, coreógrafo, director. Tenía una buena imagen como intérprete porque venía de trabajar con muchos jóvenes coreógrafos y pertenecía al elenco de la compañía Acción Colectiva, una agrupación emblemática dentro de la danza latinoamericana, impulsora de la vanguardia escénica venezolana en los años 80 y mediados de los 90, dirigida por Julie Barnsley, bailarina, maestra, coreógrafa y gran investigadora de la danza contemporánea y los territorios del cuerpo.
Entonces abordé la creación desde un proceso de aproximación, e hice una pieza inspirada en un cantante de ópera en decadencia que escuchaba grabados sus aplausos y ovaciones. Y ahí se me destapó el mundo de la creación, donde el reto será el tipo de proyecto y espectáculo que te planteas: solo, grandes formatos, como la Carmina Burana en el Teatro Teresa Carreño, 2016, con casi 300 personas, donde el solo hecho de sentir que creían en mí me asombraba y donde la auto exigencia pone su listón muy alto, porque te debes al otro, desde donde se hace el proceso, la obra, el arte y eso es un gran logro, gente que cree en ti, porque hay gente que no cree, y esa es una gran lucha interior, un miedo movedizo, donde poder lograr llevar la idea a un producto artístico y estéticamente bien hecho que pueda cautivar al público, donde la ambigüedad marca la pauta, pues, vas escribiendo la obra desde el cuerpo, desde un proceso abierto, no literal, desde un formato si se quiere vertiginoso, estará siempre ahí, pellizcándote la fragilidad.
Me apasiona mucho trabajar con cantantes, sobre todo cuando los cantantes quieren indagar y ven los logros.
Impartes varios talleres de formación artística, ¿cuáles te gusta más impartir? ¿Alguna preferencia de público? ¿Cómo es la experiencia trabajando con niños y adultos mayores?
Tengo más de 30 años dando clases. Empecé con niños, a los 18 años con un coro, y eso me dio un músculo importante para entender a los niños de aquella época, que son muy distintos a los de hoy. Después trabajé en los institutos universitarios de arte, en el IUDET, en el IUDANZA y en el IUDEM. Entonces le daba expresión corporal a los de teatro, expresión musical y actuación a los de danza y expresión corporal y actuación a los de música. Fue un gran laboratorio de investigación corporal. Me gusta mucho trabajar con cantantes porque normalmente, y es una gran fortaleza por haber estudiado canto y trabajado el cuerpo, que a los cantantes no los enseñan a expresarse en escena, solo los enseñan a cantar, a manejar la voz, el estilo, la pronunciación, pero corporalmente no tienen la herramienta expresiva desarrollada. Estoy generalizando, hay quienes buscan talleres de actuación o en su formación les dieron clases de actuación y expresión corporal, pero la mayoría no la tiene.
Me apasiona mucho trabajar con cantantes, sobre todo cuando los cantantes quieren indagar y ven los logros. Una gran satisfacción para mi trabajar con ese cantante que entendió lo que es un escenario, mirar caminar, porque a veces no saben ni caminar. En general me gusta mucho la expresión corporal y creación a partir de la dramaturgia del movimiento, desde donde me forme. También me apasiona trabajar sobre la memoria ciudad. Cómo ir a un pueblo, o a la misma ciudad de Caracas y rescatar la memoria de los personajes de ese lugar. Desde la acción de, ve y habla con el zapatero, indaga en el señor de la bodega, ve sus gestos, movimientos, las palabras que usa y vamos a reconstruir esas memorias e inspirarnos en el laboratorio desde un ciclo de creación hasta llevarlo a un escenario. La memoria país, la memoria ciudad, me apasiona mucho.
En México, en el 2019, me invitaron a hacer un taller que se llamaba “Taller de presencia y dirección escénica para opera”. Y fue hermosísimo. Eran directores de teatro que por primera vez se acercaban a la ópera. Exploramos herramientas, ejercicios, dinámicas y orientaciones en el orden del laboratorio creativo. Y estoy muy interesado en abrir las puertas a personas que, desde su arte, su quehacer, les interese indagar en su cuerpo, pues, al final todos tenemos ese potencial. Yo no tuve las condiciones físicas de un bailarín y lo pude hacer, eso quiere decir que todos tienen la posibilidad de hacerlo.
En la pelicula «Que buena broma bromelia»
Y redirigiendo la pregunta, ¿qué taller tomarías tú?
Quiero tomar un taller de guion cinematográfico. Me llama el cine. Me gusta escribir, es un oficio muy respetado, de disciplina, y a ese tiempo tengo que darle la vuelta para crear y no tengo la disciplina. Por otra parte, todo lo que he desarrollado como metodología de clase quiero vaciarlo en un libro. He trabajado con cantantes, bailarines y actores y quiero plasmar toda esa metodología en un libro. He gerenciado, sobre todo en un país complejo como Venezuela, que es una vorágine. Eso me ha dado un músculo como gerente de lo humano, sobre todo haber pasado por la gerencia de un lugar como el Teatro Teresa Carreño, dónde el reto está en cómo se atiende a cada individuo desde su quehacer, don, experiencia y se valora, se dignifica, porque se olvida que gracias a ese señor que hace carpintería está montada una escenografía.
Yo desde lo poco hago mucho, pero hay quienes ese “mucho” les incomoda porque les hace sombra.
Gerenciando en la imperfección es el nombre del libro que quiero crear para vaciar mi visión de la gerencia, desde lo apasionante, desde ese ir más allá donde tantas veces me siento incomprendido, porque hay gente que vive desde la comodidad de un techo y salir de ese techo es un proceso incómodo. Yo desde lo poco hago mucho, pero hay quienes ese “mucho” les incomoda porque les hace sombra.
Me siento orgulloso de haber mantenido mi respeto artístico a pesar de la situación política del país, donde el trabajo ético resulta sospechoso
¿Cuál ha sido el mayor logro de Miguel Issa en su carrera y en lo personal?
Me desempeñé profesionalmente casi que como un funcionario de carrera. Yo trabajé siempre dentro del espectro público, en escuelas municipales de la gobernación, los institutos universitarios de arte dependientes del Conac, que luego pasaron al Ministerio de Educación y posteriormente los institutos se transformaron en Unearte. En el año 2009 le dan el edificio del Ateneo de Caracas a Unearte y yo le comento a mi hermana que ojalá alguien con verdadero criterio gerencial lidere el proyecto y no se convierta en un centro político. A los pocos días de ser creada, Elinor Cesín, la rectora, me llama para trabajar en la gerencia de la universidad. Fue una gran oportunidad para darle un auténtico sentido artístico y humano a ese proyecto. Así hice, así fue, hasta donde pude. Ocupé el vice-rectorado de extensión universitaria, cuestión que me dio mucha proyección para bien y para mal dentro de las dinámicas de un país polarizado políticamente.
«Lo que el cine nos dejó» | Creación y Dirección de Miguel Issa
Se abrieron espacios para acercamientos profesionales, entrevistas, escucha, pero en un ambiente político complejo aprendí a manejar mis opiniones, ya que decir cualquier cosa en este país puede ser entendido a conveniencia de medios que no se abren a comprender la visión del Otro. Fue un músculo que me llevó de Unearte al museo Jacobo Borges y de ahí al Teatro Teresa Carreño, entre proyectos que gracias al fogueo artístico que tuve, me permitió conocer, escuchar al sector y comprender el medio. Yo me siento orgulloso de haber mantenido mi respeto artístico a pesar de la situación política del país, donde el trabajo ético resulta sospechoso. Todo lo que he logrado ha sido por mérito propio, no por ser el ahijado de, estar empatado con, palanqueado desde; aprovechando positivamente el sentido de la oportunidad.
¿Qué te hubiese gustado hacer y que aún no has hecho? ¿Cuál es esa obra que siempre quisiste dirigir y que aún no has podido?
Yo quiero dirigir cine. No lo he hecho. Quiero actuar más en cine, tener experiencias más relevantes en alguna película. Siempre soñé con dirigir un gran centro cultural, como una especie de gran laboratorio de investigación de todas las áreas culturales: danza, teatro, música, literatura, sociología, psicología, antropología… un lugar donde pudiesen converger muchas tendencias. Me interesa la investigación, la multiplicidad, la memoria. Esa impronta se la debo a Francia. Siempre he tenido la idea de un gran proyecto llamado, “aquí estuvo”. Esta es una ciudad de memoria muy corta y destacar sus lugares emblemáticos, como el Hotel Majestic, y los personajes que estuvieron ahí: Gardel, Arturo de Córdova, las grandes estrellas del Teatro Municipal, me afiebra, me llena de vida.
Miguel Issa Interpretando Motherginger en el Ballet El Cascanueces. Foto Erlen Zerpa
Armar un árbol genealógico del país a partir de las experiencias de personas como tú, que puedo entrevistar y conocer su historia, desde los hacedores que aún siguen aquí, vivos, como creyentes, como respuesta ante un país desmemoriado que ha olvidado a sus referentes culturales más emblemáticos: José Ignacio Cabrujas, Sofía Imber, Vicente Nebreda, Fedora Alemán, Carlos Giménez, ¿quiénes de esta nueva generación los conoce? Aunque hay figuras emblemáticas como el maestro Abreu cuya presencia se sostiene por el apoyo mediático del estado, pero, ¿hay alguna sala digna en su nombre?
Afrontando los nuevos tiempos
¿Cómo se las ha ingeniado Miguel Issa con esta nueva etapa virtual debido a la pandemia?
Entré en un estado de ansiedad generalizado por la pregunta de, ¿qué hacer? Después entré en un estado de parar y observar la realidad. Por otro lado, observar qué puedo ofrecer, donde me di cuenta que puedo ofrecer más de lo que creía. Luego, ¿cómo ofrecerlo? ¿A quién llegarle y cómo para que se interese en lo que puedo ofrecer? Entre lo que he hecho está abrir un canal de radio desde la aplicación “Radio parece, pero no es”, desde donde tejo diálogos con artistas y sus procesos, pongo mi banda sonora, tengo un programa con una amiga sobre erotismo y arte.
Hay un músico venezolano llamado Adrián Suárez que me envía música y a través de investigaciones he hecho programas sobre esos audios. Entonces me fui reinventando entendiendo el ritmo de las cosas, he escrito más y sobre todo, atento el ritmo en que se mueve el mundo, donde todo cambia en una velocidad, voraz donde cuando creemos haber llegado a un lugar, resulta que vamos a mitad de camino.
Todo avanza rápidamente. Ha habido mucha introspección, búsqueda, para entender el momento, donde por instantes estoy sin aire, otros como un volcán, con el germen creativo ahí, moviéndose, desde la certeza de tener cosas preparada sin esperar a que las cosas cambien para que puedan darse.
¿Cómo ves el futuro de las artes escénicas en nuestro país?
Antes de la pandemia había un movimiento importante en casi todas las áreas. Tal vez la danza ha mermado un poco más porque los grupos y proyectos individuales han desaparecido prácticamente. Están las grandes estructuras como el Teatro Teresa Carreño y la Compañía Nacional de Danza, desde donde he recibido invitaciones para trabajar con ellos. El trabajo individual continúa. Hay gente en el interior del país haciendo cosas muy buenas, pero hace falta un espacio convergente e impulsor como lo fue el Instituto Superior de Danza en los años 80, que aloje y estimule la creación, porque hubo una época donde surgieron muchas compañías de danza, espacios de creación, investigación, y esas experiencias e instituciones se han reducido mucho. Incluso, ya antes de la pandemia era un drama negociar con el tiempo de todas las personas, ocupadas en producir dinero para mantenerse: unos dando clases de Pilates, otros de Yoga, y el tiempo ha cambiado drásticamente.
«Lo que el cine nos dejó»
Hay mucha dispersión, muchos artistas se han ido del país y hay talento que necesita ser formado. Sin embargo, este es un país efervescente, que de donde uno menos lo espera salen jóvenes con unos niveles intelectuales y de sensibilidad que te sorprenden, cuestión que me da la fe de hacer muchas cosas, atento a los modos de llegarle a las instituciones públicas y privadas para el respaldo en cuanto a producción. Yo tengo mucha fe en Venezuela.
Si siento la inquietud de que quieres crecer y emprender, cuentas conmigo. Me apasiona enseñar, servir, ayudar.
«Lo que le cine nos dejó»
¿Qué más podemos esperar de Miguel Issa?
Yo soy una persona que está completamente a la orden, a la disposición. Yo siento que tengo mucho que ofrecer todavía en muchas áreas: creativo, pensamiento, estimular el germen artístico en quien cree que no lo tiene. Tengo una extraordinaria experiencia a la que estoy agradecido y pongo la orden, para lo sencillo, mediano y grande. Y no lo digo desde la prepotencia, sino desde mi experiencia, desde donde puedo ayudar, aportar. Por ejemplo, Banesco me llamó para postular a bailarines para un libro de artistas, proyecto que se ha realizado con creadores del cine, del teatro, y a mi me encanta llamar a mis ex alumnos para pedirles un dossier con su trayectoria, esa cosa de impulsar al otro. Si siento la inquietud de que quieres crecer y emprender, cuentas conmigo. Me apasiona enseñar, servir, ayudar. Me da placer dejar esa huella de bondad donde el otro se sienta bien, como una forma de corresponder a eso que tantos, que muchos dejaron en mí en su momento al hacerme sentir que sí existía la posibilidad de seguir, de hacer, de crecer y crear.
Contactos:
- Instagram: miguelissa62 / miguelissawork
- Canal de Youtube: Miguel Issa
Miguel Issa. Foto Samuel Hurtado
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Escritor venezolano y editor principal de The Wynwood Times