
Hay quienes descifran el cine mejor que otros. Ante cada escena son capaces de hacer comentarios acertadísimos desde muchos puntos de vista, tanto viscerales como técnicos: actuación, fotografía, guión… (esta lista es larga). No es mi caso. Es la primera vez que me atrevo a hacer algún comentario sobre alguna película (documental en este caso), así que esto se parecerá más a una reseña literaria que otra cosa y posiblemente contenga spoilers (frene ahora la lectura). Cubiertas mis espaldas —valga el plural— me tocó, quise hacerlo, sobre “Intemperie: la experiencia de Armando Rojas Guardia” con la suerte de atreverme, ánimo pletórico de felicidad, justo después de que Venezuela le ganara a Chile tres a cero en la eliminatoria mundialista. Digresión al paso y que justifico por la emoción que me causó ver el documental, para después recibir ese bálsamo de alegría gracias al fútbol (cosa que no es frecuente y que al parecer está mejorando).

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Transcurridos varios segundos, es la voz profunda y cavernosa del propio poeta la que dice “Sí, vamos a comenzar a grabar comunicando…” Tanto los que lo conocimos, como los que no pero que lo escucharon alguna vez, saben de manera casi intuitiva que de esa voz mana sabiduría y las palabras de un verdadero poeta. Eso que Rojas Guardia llamó “vivir poéticamente”, queda refrendado en su totalidad a lo largo de la hora veinte minutos que dura el documental. Un homenaje que destella arte y poesía por todos los ángulos que se mire.
El blanco y negro que en buena parte cubre las imágenes, las tomas o escenas (recuerden que soy un neófito en esta materia), impone una insoslayable melancolía a lo largo del documental. De principio a fin resulta imposible, al menos para mí, separarse de esa conmoción producto de la mezcla de colores (o sin colores), música (que merece también un párrafo aparte), performance de los actores, como por la presencia del poeta en su cotidianidad (en su casa, en alguna calle de Caracas, en su habitación…), bien sea contando anécdotas o con su propia voz en off recitando su poesía. En algunas ocasiones se juega con algunas herramientas técnicas como la del efecto ojo de pez, que da la sensación de que el poeta está siendo observado en secreto por una entidad superior que siempre lo acompañó en vida. Pero más allá de esta especulación mía como lector —me aproximo a esta obra como si de un libro se tratara—, escuchar al propio Rojas Guardia hablar sobre su padecimiento psíquico, su homosexualidad, entre otros temas, es tremendamente conmovedor.

Hay en “Intemperie” una estética de la depresión, reforzada con escenarios demolidos por la humanidad y el tiempo, en constante diálogo con la vida del poeta que se desnuda ante la cámara para contarse y contarnos. Es posible que en el proceso de edición de la película hayan quedado por fuera del producto final, otras tomas, otras historias, pero lo que quedó para el disfrute y la reflexión de todos es más que suficiente, como esa imagen conmovedora de Rojas Guardia viendo hacia arriba, sin camisa y del que pende —es lo que creo— una lágrima que se niega a resbalar por la mejilla.
La película narra un drama organizado que alcanza su clímax cuando se llega al tema de la locura, a “la desnudez del loco”, como uno de sus poemas. Aquí, toda esa música incidental orquestada en buena parte por Andrés Levell, da paso a la banda Quebrantos, y todo estalla con la contundencia de una música oscura, dolorosa, que llega a su punto máximo con la voz gutural y agudos de su cantante, Jesús Santana, para beneplácito de algunos e incomodidad de otros. Creo que es un acierto esta combinación, porque, ¿con qué otra música se hubiera podido representar esa “locura”? ¿Esa esquizofrenia paranoide que padeció el poeta? Además, hay que darle el merecido crédito a Quebrantos (Jesús, Rubén, Oswaldo y Alexis) por el hecho de musicalizar el poema “Tú” de Armando Rojas Guardia y entiendo que también han hecho lo propio con otros poetas venezolanos.
“Intemperie” también está enriquecido por una buena cantidad de personalidades del medio intelectual y poético venezolano, que no mencionaré por temor a que se me olvide alguno. No obstante, haré dos excepciones: la participación de Rafael Castillo Zapata, uno de nuestros poetas, ensayistas e intelectuales más reconocidos tanto fuera como dentro de Venezuela, cuyo espacio fue muy corto y creo que, en este sentido, se desaprovechó la ocasión de que se extendiera un poco más sobre su experiencia y reflexiones sobre Rojas Guardia. De hecho, su breve aparición alude al no menos importante poeta José Antonio Ramos Sucre, en una suerte de paralelismo reflexivo sobre la locura como tema.
La segunda excepción y ya para finalizar, la hago con el poeta y director de La Poeteca, Ricardo Ramírez Requena, quien comentó sobre su toma de conciencia en cuanto a “la marginalidad del poeta en Venezuela”, y quizás en el mundo (aunque él dice occidente), al atestiguar las depauperadas condiciones en la que vivía Rojas Guardia. Este testimonio me impactó, no por desconocimiento, sino por reiteración de algo que, como venezolano, conozco a través de las noticias y de las vivencias de otros.
“Intemperie: la experiencia de Armando Rojas Guardia”, con ese lenguaje cinematográfico del agua, del mar, que está presente como leitmotiv, como algo prometeico tan propio de los dioses, es un homenaje invalorable al gran poeta que seguirá vivo entre nosotros gracias a su obra y por su calidad como ser humano.
Fun Facts:
- Cuando llamé por teléfono a Rojas Guardia para entrevistarlo en su casa, me dijo: “Jason, ¿tienes buenas piernas? El ascensor no sirve y son ocho pisos.” Dos horas de gratísima conversación sobre su libro El deseo y el infinito.
- Gracias a los hermanos Rodríguez, Luis y Andrés, por permitirme ver este excelente trabajo que seguramente se hizo con las uñas y bajo presupuesto. Y a Jesús Santana por interceder para que esto fuera posible.
- “Intemperie” recibió el Premio de la Prensa del Festival del Cine Venezolano.
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Licenciado en Letras y escritor.
Una vez al mes, procuraré compartir mis lecturas a través de esta columna. Y digo lecturas, no reseñas, para quitarle un tanto ese halo académico que pudiera tener en términos conceptuales. Pueden incluso tomarlas como sugerencias de libros por leer. Está a la vista el ritmo trepidante con el cual se está publicando hoy día (en físico y digital), y cierta brújula no viene mal, aunque en mi caso, no hay instrumento de navegación que valga, pues como lector soy bastante desordenado.
Así que aquí se conseguirán mis heterogéneos encuentros con los libros. Quiero dar el crédito a quien crédito merece, pues decidí llamar a esta humilde columna “El ojo del vientre”, título homónimo de la primera novela publicada por Numa Frías Mileo. El porqué es simplemente estético: suena bien y me gusta. El ojo lo ve todo y el vientre lo siente: lo bueno y lo malo.