“Una urbe áspera sella mi boca.
Yo viajo a los espacios transparentes.
Conmigo está tu chal de lana, el viejo fonógrafo que cuidabas tanto,
tus zarcillos con que ibas al mercado, tu pulsera de oro, la vajilla humilde.
El perro que nos despertaba pasa su hocico por mi lecho.
No es magia, sencillamente nada he olvidado a no ser que existo sin ti”
Rafael Cadenas.
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Acerca del exilio uno pudiera decir muchas cosas, pero creo que lo peor de todo son las devastaciones que van quedando en el alma. Esas pequeñas heridas que nos rasgan desde adentro independientemente de que hayamos cruzado las líneas cinéticas o las selvas del Darién. Claro que no es un chiste que seamos más de 7 millones de personas los que hemos salido del país. Todos tenemos razones válidas para habernos marchado, todos contamos una historia, todos hemos abandonado nuestras querencias. Siempre es difícil empezar desde el principio, sobre todo cuando a uno le toca compensar la juventud con la experiencia. Para mi generación la idea del Golpe de Estado y del Exilio parecía pertenecer a las viejas historias de los abuelos. Por eso nos sorprendió tanto aquel madrugonazo de tanques y metralla del 92 y sus consecuencias posteriores. Pero, además, creo que ninguno de nosotros pensó que nos tocaría hacer maletas, abandonarlo todo y empezar de nuevo. A mí me tocó aprender un nuevo idioma, he cambiado el Caribe por el Báltico y el calor tropical por un frio cortante que puede durar hasta 8 meses.
Extraño muchas cosas, por supuesto a mis amigos, a mis hermanos y a mi madre que tengo años sin ver. Mi historia no es extraña, somos muchos los que nos encontramos en la misma situación y nos maravillamos ante un trozo de cazabe o del dulce de arroz, hemos aprendido a hacer tratando de darle ese sabor caraqueño característico que nos alegra el paladar. Confieso que extraño mi biblioteca, desde siempre tuve una inquietud por los libros y empecé a comprarlos, a acumularlos desde muy temprano, siempre fui fanático de las ferias y de los libreros, me encanta buscar libros viejos, antiguas ediciones difíciles de conseguir. Tengo algunas piezas que realmente valen la pena y que ahora reposan en la casa de mi madre como si estuvieran esperando mi regreso. Aunque he iniciado una nueva biblioteca esta no se aproxima siquiera a aquella vieja colección que me tomó años construir y de la cual alguna vez me sentí orgulloso. Comparto con Borges la idea de que el cielo debe ser una biblioteca, de que el libro como extensión de la consciencia es un invento maravilloso.
Pero también hay gente que extraño desde la piel y los huesos, escribo ahora en tono de confesión. Hoy hablé con ella, la última novia que tuve en Caracas, quien ahora – mira que da vueltas el destino– vive en Miami, lejos también de una maravillosa biblioteca, la suya, que alguna vez convertimos en un pretexto para amarnos entre libros y escribir páginas enteras. Lo comento porque me asombra mucho la manera como el azar juega con nosotros. Yo la había visto muchos años antes cuando apenas entraba en la adolescencia y ella era modelo de cuñas de televisión. Yo la veía lejana, inaccesible, en la pantalla mientras ella con su sonrisa mágica y su cabello de Rapunzel hacía publicidad para productos de consumo diario y participaba en el concurso de Miss Venezuela. En aquel entonces me parecía inalcanzable, yo no jugaba entonces en aquella liga. No era más que un muchacho de un pueblo olvidado de Dios que jugaba basquetbol y ajedrez y buscaba novia entre las muchachas del liceo. Ella estaba en Caracas y salía en televisión. Para el muchacho que yo era se trataba de poco menos de un sueño imposible.
Luego me enteré de que habíamos estudiado en paralelo en la UCV. Yo Estudios Internacionales y ella Comunicación Social, la verdad es que nunca llegamos a vernos en aquel entonces. Fue muchos años después cuando coincidimos en una pequeña reunión con amigos. Ella iba acompañada con un estimado colega con quien yo me iba de farra de manera más o menos frecuente y yo estaba casado. Apenas nos saludamos, yo fui discreto y no mencioné en aquel momento mi antigua admiración, no era sutil o conveniente hacerlo, aunque debo confesar que me pareció una casualidad asombrosa, sobre todo cuando averiguamos que su familia al igual que la familia de mi esposa era de Coro y más aún cuando, de nuevo las pesquisas, que ellas compartían algún parentesco lejano por vía materna. Esto no quiere decir que volviéramos a vernos, de hecho, no fue así hasta varios años después –ella estaba sola y yo había enviudado– cuando la casualidad nos hizo coincidir en una de esas situaciones casuales e inverosímiles que parecen orquestadas por los hados del destino. Tuvimos un romance intenso cargado de amor y poesía y aun cuando a pesar de que todo parecía indicar que estaríamos juntos por mucho, el destino, nuevamente, metió su mano y nos llevó por rumbos distintos.
Aún hablamos con frecuencia, la distancia no ha impedido que sigamos en contacto y estemos pendiente de nuestra suerte. Hoy hemos hablado de poesía. Yo he redescubierto a Rilke, ese extraordinario poeta alemán capaz de construir imágenes extraordinarias, leerlo en alemán es simplemente alucinante, por supuesto que siempre me gustó perderme en aquellos laberintos borgianos en los que un ciego no puede leer los libros que resguarda, o en que las piezas de un ajedrez infinito son jugadas infinitamente por jugadores invisibles. Ella lee alguna compilación de poetisas latinoamericanas. Por supuesto que con ella al filo del amor leíamos a Neruda y a Benedetti mientras nos abrazábamos acostados sobre una hamaca en la terraza de su casa en el Hatillo viendo a lo lejos las montañas que resguardan a nuestra querida capital.
Hoy sin embargo nuestra conversación se centró en esa maravilla que es la poesía del Maestro Cadenas. Yo le comentaba que por casualidad había conseguido la obra completa del Poeta unos pocos días antes de conocer la premiación, una vez más el juego del azar objetivo, lo real maravilloso que nos acompaña y forma parte de nuestra identidad en tanto que confluencia. Nunca he podido decidirme entre Montejo y Cadenas, los he leído a ambos y siempre me ha quedado una sensación de completitud espiritual enmarcada por las letras de sus maravillosos poemas. Montejo murió pronto, apenas cuando su obra adquiría el carácter universal que hoy tiene. Cadenas, el viejo profesor, ha vivido más tiempo, ha escrito con intensidad. Son muchas las páginas que nos ha entregado y sin duda es el mejor de nuestros poetas vivos. Ella y yo leímos al maestro muchas veces, creo que ambos lo hicimos desde siempre. Leer a Cadenas era común entre la juventud universitaria de nuestro tiempo. Creo que uno puede decir que Cadenas ha sido para muchos una compañía espiritual imprescindible.
Es un orgullo, aun estando en el exilio y quizás precisamente por eso, saber que el Maestro se ha hecho acreedor del Premio Cervantes, es el primer venezolano en lograrlo. Un poeta que ha celebrado la vida, que le ha escrito a la libertad, que recoge nuestra identidad, que dibuja con palabras el espíritu de nuestra sociedad, que ha enfrentado sus derrotas y ha seguido caminando inquebrantable a pesar de los 92 años que carga a cuestas. Gracias Cadenas. ¡Arriba Cadenas!
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Doctor en Ciencias Políticas y escritor.
Columnista en The Wynwood Times:
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