loader image
Disclaimer (“Desprecio”) | Series Sobre 9

Disclaimer (“Desprecio”) | Series Sobre 9

Con semejante spoiler, inicia la miniserie Disclaimer (que absurdamente decidieron titular para Latinoamérica como “Desprecio”), a la cual accedí nuevamente —luego de un primer intento fallido que no me motivó a pasar del segundo episodio.

Elvis Joan Suarez estrena obras Neocinéticas | Essen-Werden. Alemania

Elvis Joan Suarez estrena obras Neocinéticas | Essen-Werden. Alemania

El pasado domingo 10 de noviembre del 2024, en la ciudad de Essen-Werden, específicamente en teatro del centro cultural: “Bürgermeisterhaus” de dicha ciudad en Alemania, fue el escenario para que se estrenaran las obras del artista Cinético y compositor Elvis Joan Suarez, en marco del evento: “Folkwang Flutes”

Un paseo por el último Festival de San Sebastián | Parte II

Un paseo por el último Festival de San Sebastián | Parte II

A los pocos días de terminarse la 72.ª edición del Festival Internacional de Cine de San Sebastián (SSIFF), hay encuentros fortuitos con actores, directores, y los pinchos de La Cuchara de San Telmo duplican sus filas. El séptimo arte es una fiesta entre fuertes vientos, un mar helado bajo un cielo azul y un sol que acaricia.

I

La primera vez que vi la película de Frankenstein me pareció terrorífica. Lo hice junto a mi familia, siendo muy niño, sentados frente a un viejo y pesado televisor en blanco y negro, de aquellos a los que había que mover la antena para captar la imagen. Tengo grabado el recuerdo del final de la película: aquel “moderno Prometeo” que había sido “armado”, como un rompecabezas de piezas disformes, con diversos partes de animales y humanos y que había obtenido vida a través de un extraño procedimiento científico que involucraba el uso de la electricidad, era perseguido por una turba que intentaba asesinarle. El Monstruo atrapa a su creador y sube junto a él a un molino, desde el cual lo lanza al vacío, la turba procede a rescatar al científico y ponerlo a salvo para luego quemar el molino y poner fin al horroroso engendro. Las versiones cinematográficas, que son muchas, han tendido a variar con los años, en algunas se muestra como un inmenso hombre artificial con un alma noble que logra escapar de sus captores para ir a vivir en soledad, en otras como un ser miserable que no merece salvarse. Frankenstein fue publicado, por primera vez, en 1818. Su autora, la escritora británica Mary Shelley, lo concibió dos años antes, durante una estadía veraniega en Villa Diodati, una antigua mansión en las inmediaciones del Lago Lemán. La casa había sido rentada por Lord Byron quien, a la sazón, esperaba disfrutar junto a sus amigos del maravilloso paisaje de los Alpes Suizos. Aquel año, particularmente frío, obligó al grupo a refugiarse en la inmensa casona. Allí se dedicaron a leer historias de terror y de fantasmas y a conversar sobre diversas especulaciones científicas de la época, como por ejemplo las relacionadas con el galvanismo, o uso de la electricidad para producir determinadas respuestas fisiológicas. 

Se cuenta que una noche Lord Byron propuso a sus invitados que escribiesen una historia de terror. Se trataba de una pequeña competencia que ganaría quien lograse aterrar de manera más contundente a los presentes. De esta pequeña travesura surgieron dos libros memorables: El Vampiro de John Polidori, quien quizás pueda considerarse como un escritor menor, pero que es esta obra, que le proporcionó cierta fama en su tiempo, construye el arquetipo de vampiro que luego utilizaría Bram Stoker en su Drácula y que de alguna manera vive en nuestra memoria colectiva. La otra obra era precisamente Frankenstein, que como es conocido relata la historia de un científico suizo y profesor obsesionado por descubrir la manera de recrear la vida en un cuerpo inanimado. Se trata, claro, del ejercicio irracional de jugar a ser Dios. El texto quizás pueda ser considerado como un trabajo visionario, sobre todo en estos tiempos en los cuales tenemos a mano la manipulación genética y los laboratorios de experimentación biológica como aquellos desde los cuales, según se especula, se crearon las diversas variantes del COVID-19 con las que tuvo que lidiar la humanidad en tiempos recientes.  El tema es recurrente tanto en la literatura como en el cine. Las criaturas terminan al final revelándose en contra de su creador. El tema lo encontramos en la biblia, donde se nos relata la historia del ángel caído, así como también en la mitología. Es Prometeo, el hijo de Zeus, el que contraviniendo los designios de su padre les entrega el fuego a los hombres. En mi pueblo dirían que no hay peor cuña que la del mismo palo

El libro de Shelley plantea una reflexión importante acerca de los límites que la moral impone a la búsqueda del conocimiento. No se trata de decir que debamos plantear el problema del descubrimiento científico desde la negación propia de la inquisición, o que sea válido negar la evidencia que la realidad nos muestra, como intentan hacer quienes se alinean con el Creacionismo. Yo creo que era aceptable, por ejemplo, que Da Vinci desafiase los preceptos de la iglesia conservadora para explorar los secretos del cuerpo humano a través de la disección de cadáveres, pero no lo es la experimentación que realizaron los científicos del Nacional Socialismo en el cuerpo de sus prisioneros durante la II Guerra Mundial. El nazismo a fin de cuentas terminó despersonalizando a los sujetos que eran utilizados sin piedad como conejillos de indias, como simples cuerpos sin alma, como objetos sin voluntad. Sin querer parecer conservador, que no lo soy, creo que la ciencia debe estar sometida a un estricto código ético que nos permita sopesar suficientemente las consecuencias de los avances que nos planteamos como posibles, sobre todo aquellos que pueden transformar la naturaleza de la sociedad y afectar nuestro devenir como especie. Creo que Frankenstein, de alguna manera, nos habla de los riesgos a los cuales nos somete el avance de la ciencia. Ese es por cierto el argumento que se plantea en la película “soy leyenda” protagonizada por el ahora cuestionado Will Smith. 

II

Me encuentro en el “Frankfurter Allgemeine” con un interesante artículo de Alexander Armbruster, según el cual Tesla y Apple acaban de detener el desarrollo de inteligencia artificial con capacidad para competir con actividades humanas, por considerar que las mismas pudieran representar un riesgo para la sociedad. El tema es interesante, sin duda nuestra vida está marcada, desde hace algunos años, por la presencia de tecnología que nos permite aliviar parte del trabajo diario y obtener información de manera inmediata. Ya cuando estudiaba en la universidad, hace años, la verdad, se planteaba la existencia de los llamados “objetos nómadas” que son los que nos permiten, de alguna manera, trascender el tiempo y el espacio para comunicarnos con otras personas y obtener información. Se trataba, en aquel entonces, de la incipiente llegada de los celulares, de la internet antes de su masificación y del inicio generalizado de las conexiones de fibra óptica. Aun cuando la escritura de cartas a la antigua tiene algo de nostálgico y de romanticismo, sin duda, es una bendición poder enviar un email o comunicarse a través del wasap con gente que queremos y a quienes tenemos lejos.

Pero, como diría mi abuela, no todo es color de rosas. Nos hemos vuelto, en general, altamente dependientes de la tecnología. El celular se ha convertido en un objeto imprescindible, casi hemos olvidado escribir en manuscrito, pero además nuestros mecanismos de socialización que tenían un carácter tradicional y localizado se han globalizado, con lo cual la construcción de nuestra identidad se encuentra sometida a la diversidad, sin que podamos decir que somos ciudadanos del mundo. Nuestros chamos tienen un acceso exagerado a información que no siempre pueden manejar. El sexo explícito, la pornografía y la violencia forman parte de su cotidianidad. Eso sin que hablemos de la manera como los campos deportivos han sido abandonados a favor de los juegos en línea, o la manera como la conexión en red ha afectado el desarrollo de nuestras relaciones interpersonales. 

Pero, como diría mi abuela, no todo es color de rosas. Nos hemos vuelto, en general, altamente dependientes de la tecnología. El celular se ha convertido en un objeto imprescindible, casi hemos olvidado escribir en manuscrito, pero además nuestros mecanismos de socialización que tenían un carácter tradicional y localizado se han globalizado, con lo cual la construcción de nuestra identidad se encuentra sometida a la diversidad, sin que podamos decir que somos ciudadanos del mundo. Nuestros chamos tienen un acceso exagerado a información que no siempre pueden manejar. El sexo explícito, la pornografía y la violencia forman parte de su cotidianidad. Eso sin que hablemos de la manera como los campos deportivos han sido abandonados a favor de los juegos en línea, o la manera como la conexión en red ha afectado el desarrollo de nuestras relaciones interpersonales. 

Sin que lleguemos a pensar que el desarrollo de la robótica nos fuese a colocar, eventualmente, en un escenario “Terminator”, en el cual los robots capaces de pensar por sí mismos intentarán destruir a la humanidad. Ciertamente, el desarrollo de inteligencia artificial tiene el potencial de transformar y quizás desnaturalizar nuestras interacciones colectivas. Aun cuando ya estamos lejos de aquellos años en los cuales nos asombraba ver a una potente “Deep Blue” vencer a Gary Kaspárov, campeón mundial de Ajedrez desde 1985 a 1993, ciertamente debo confesar que a mí me sigue asombrando que luego de hacer una compra por Internet el sistema me envié recomendaciones sobre productos que podrían ser de acuerdo a las características de mis compras, lo que, según diversos estudios, tiene un impacto sobre nuestros hábitos de consumo, los niveles de gasto, etc. Se trata de una construcción artificial de preferencias que favorece determinados intereses. 

Un problema en este sentido es que estamos construyendo sistemas de inteligencia artificial que son cada vez más competitivos, que no sufren cansancio, que pueden ser utilizados para recolectar datos sobre nuestro consumo y nuestras preferencias, lo que tiene un efecto sobre nuestra privacidad y que puede llegar a ser restrictivo de nuestra libertad que quizás, en el peor escenario, nos coloque cerca del aquel 1984 de Orwell, en el cual los seres humanos pierden su identidad y terminan fuertemente controlados por un poder invisible que nunca se define claramente, pero que es omnipresente y que no responde a ningún sistema ético.  El tema es referido por el filósofo eslovaco Slavoj Žižek, en una interesante entrevista de la Sternstunde Philosophie, allí nos dice que a diferencia del pasado la autoridad ha adquirido un rostro más suave, quizás más humano, pero que detrás de ello se esconde una autoridad anónima, que se encuentra invisibilizada y que tiende de manera brutal, a limitar nuestra libertad y a manipular nuestras preferencias. Esto tiene que ver con el manejo de “big data”, el control de las redes sociales y el manejo de los flujos de información. Así, Frankenstein ha dejado de tener el rostro atemorizante que lo caracterizaba, luce más amable, más ejecutivo y cordial, su efecto; sin embargo, su efecto puede ser igual de terrorífico y peligroso. Como diría aquel “Terminator” del juicio final: “Hasta la vista baby”.  

Tal vez te interese ver:

Miguel Angel Latouche
Artículos recientes

Doctor en Ciencias Políticas y escritor.

Columnista en The Wynwood Times:
Otra mirada