
Con frecuencia, un narrador poco fiable convierte a una novela en una interminable secuencia de interpretaciones incompletas, que juntas, sostienen una historia tan ambigua como poderosa. En el año 1961, Wayne C. Booth en su libro La retórica de la ficción, dejaba claro que la voz de quien cuenta la historia no sólo es un hilo conductor, sino también una búsqueda de motivos ulteriores para mentir o en todo caso, para analizar lo que yace debajo de la ficción como una incómoda estructura en la que el lector debe decidir, para bien o para mal, que creer o que desdeñar.

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En la Lolita de Nabokov —obra fundacional de este extraño juego de espejos ficcional— Humbert Humbert recorre todos los espectros del dolor y el deseo. Desde la retorcida perspectiva de los espacios más oscuros de su mente, a la vez que sostiene un diálogo —que puede ser real o no— con un interlocutor invisible, un reflejo de sí mismo o a lo sumo, la confidencia de la hoja de papel. Al final, el refinamiento del personaje para crear su versión de la verdad y analizar su trayecto a través de la concepción de su existencia —Nabokov logró trastocar la mínima concepción de la empatía hacia la víctima en algo desconcertante y amargo— convierte a la novela en un recorrido abrumador por la culpa, el deseo y la lujuria. Todo mientras la trama gira alrededor de una pregunta secreta ¿sucede lo que creemos que sucede? ¿Es la versión de Humbert Humbert la real en medio de una circunstancia de inimaginable crueldad y a la vez belleza?
Algo semejante —aunque con menor potencia emocional— la historia que cuenta Divorcing, la reedición de la novela de 1969 To America and Back in a Coffin de Susan Taubes, una narración que comienza desde un punto de partida angustioso: Sophie Blind, el personaje principal, cuenta con detalles superfluos el momento de su muerte. Pero no sólo lo hace como una acumulación de datos sin mayor importancia, sino que deja claro que lo que ocurrirá después, son los sucesos que unen el momento de su desaparición física con todo lo que cuenta la novela a detalle. Escrita en una época de cambios morales, sociales y culturales, el personaje atraviesa una extraña versión sobre la conmoción del hecho de no existir y a la vez, formar parte de la experiencia de lo que ocurre después de la muerte. Taubes evita cualquier connotación misteriosa o sobrenatural, para establecer desde las primeras líneas un hecho irrefutable: lo que cuenta tiene a la muerte por testigo. “Morí un martes por la tarde, atropellado por un automóvil mientras cruzaba la Avenida George V”.
El anuncio no deja lugar a dudas y recorre con una frialdad angustiosa, la cuestión sobre la narración como un paraje inconcreto de algo mucho más elaborado, doloroso y desconcertante acerca del personaje como un misterio a desentrañar. ¿Sophie está en realidad muerta? ¿se trata de un truco de atención para guiar al lector hacia una región por completo nueva? La novela no lo aclara —no de inmediato— y es probable que uno de sus mayores triunfos, sea que ese comienzo auspicioso construido a través de la incertidumbre. Si la muerte es el paso definitivo a lo desconocido, el hecho que Sophie esté muerta, hace de la novela un recorrido a través de algo más complejo. ¿Es la novela una especie de testamento? ¿una mirada hacia el último minuto en la vida del personaje? ¿una retrospectiva tramposa de todos los lugares que desea narrar? La autora no se detiene en explicaciones sencillas y la novela transita una comprensión sobre la naturaleza humana que resulta abrumadora: ¿Qué deseamos creer sobre la permanencia de la memoria como algo más intrincado? ¿Qué necesitamos entender del testimonio de Sophie?
Porque Divorcing se trata justo de un testimonio, un relato armado con cuidado acerca de la concepción de la vida de Sophie, antes y después del accidente que la lleva a la muerte. El personaje —de una poderosa y angustiada voz interior— elabora una hipótesis consistente sobre la memoria como vínculo entre la incertidumbre, la no existencia y la realidad, desde su ámbito más complicado. Y es la muerte —esa concepción de la nada, del silencio, de lo secreto— lo que hace que la estructura narrativa funcione con la cualidad ordenada de un mecanismo cínico. De hecho, lo mortuorio es un elemento que evade explicaciones sencillas y sintetiza la historia que Taubes cuenta hasta construir un entramado cuidadoso de suposiciones. Sophie está muerta —o al menos afirma estarlo— pero no aclara si lo está durante la mayor parte de la narración, si se trata de una puerta que se cierra hacia la esperanza o el mero hecho que Sophie, convertida en testigo de lo que está a punto de perder, es sólo una pieza cuidadosa en un juego inexplicable sobre la supervivencia en medio del temor. Hay una noción que se repite una y otra vez a lo largo de la narración: la concepción de lo real y el pesimismo como una única versión plausible de la realidad.

Cuando la novela fue publicada en 1969 con su título original, la editorial y todos los involucrados en el proyecto, lo encontraron profundamente desagradable. De hecho, Taubes llegó a comentar en una oportunidad que plantear la posibilidad de la muerte como un hilo narrativo, le pareció de “una incomodidad profunda” a los editores, algo que el escritor David Rieff recuerda en su excelente introducción a la actual edición, en la que narra cada circunstancia que el libro atravesó para publicarse en la primera ocasión —y resultar en una moderada polémica— y la segunda, en la que logró generar una expectativa suficiente para generar un interesante debate público a su alrededor.
Por supuesto, la obra de Taubes se algo más elaborado y consistente que la mera noción de la confusión que supone su juego narrativo: ¿Es realmente importante que Sophie esté viva o muerta? La novela evade la cuestión hasta que lo analiza en pleno y llega a un estrato por completo desconcertante, en que el personaje comienza a cuestionar la naturaleza de la realidad para comprender, el sufrimiento de su vida —como parte de un todo de situaciones cada vez más extravagantes— como algo ajeno a ella misma. Divorcing es un historia confusa que sin embargo, conserva la suficiente integridad como para dialogar con la posibilidad de lo irracional. La muerte, la vida, el amor, la desesperanza son más que emociones, eslabones de una cadena de situaciones que conducen al personaje a un recorrido a través de su vida, lo cual podría explicar su primer párrafo, tan corto como revelador: “La muerte de brinda la perspectiva de llamar a las cosas por su nombre, de evitar mentir otra vez al asignarles un significado y sostener lo que puede sorprenderte, con el miedo convertido en una pared infranqueable”.
Una vez que Taubes atraviesa la posibilidad de la muerte como caja de refracción de todos los sentimientos que atormentan a su personaje, la novela toma un sentido distinto, se compromete con algo más elaborado, doloroso y profundo, para por último alcanzar, una mirada sobre la naturaleza humana que sorprende por su crispación y angustia existencial. Sophie no sólo está muerta, también está atrapada en los incontables recuerdos de una vida deslucida, triste y agobiante, a la que recuerda atrapada en los confines de su ataúd. La metáfora no puede ser más cruel, en especial en la época en la que la novela fue escrita y en la forma en que analiza la figura de la mujer como rehén de su cuerpo, desde su nacimiento hasta finalmente, se libera de toda su identidad. O así creía Sophie que ocurriría, hasta que se encuentra atrapada en los interminables pensamientos sobre todo lo que perdió, lo que intentó obtener sin lograrlo y por último, el silencio de lo que espera encontrar “en la oscuridad, en cualquier parte, más allá de esto que no tiene nombre”.
Por supuesto, como su nombre lo indica, la novela es la historia de un matrimonio roto, pero a la vez, es la Sophie, perdida y destruida por el peso incalculable del desamor en una época en la que un anillo en el dedo y la percepción sobre la concepción de la identidad, dependían del amor romántico. Sophie dejó de ser amada muy pronto y pasó buena parte de su vida como esposa, preguntándose el por qué su marido —un hombre sin rostro que va y viene a través de la novela como una insinuación de lo masculino— dejó de sentir algún deseo por ella. “Sólo era una sombra dentro de todas las sombras del piso impecable, de la cama que ocupaba como una figura cuya espalda me era más familiar que su rostro. ¿Qué he hecho mal? ¿O debí hacer algo mal para que volviera la cabeza a mirarme?” se pregunta el personaje, cada vez más abrumado y angustiado, confinado a los límites de su ataúd. Antes de eso, Sophie reflexiona sobre la necesidad de evasión —“me vestí, peiné y maquillé para agradarle, pero da lo mismo hubiese encerado el coche. Era mi deber, ambas cosas y sin término de transición”— y al final, su necesidad de morir. Porque Sophie quería morir, lo necesitaba para dotar de significado al vacío y la novela conduce a la conclusión con una inquietante facilidad. “Estaba viva y quería estar muerta. Ahora estoy muerta y no sé en dónde me encuentro”.
Para Sophie, el divorcio fue la posibilidad antes de morir. “Intenté hacerlo, realmente intenté vivir y el divorcio fue una posibilidad, la mejor de todas” medita mientras su madre solloza sobre su rostro y baña su rostro embalsamado con sus lágrimas. “Pero una vez que el juez me impidió hacerlo, comprendí que entonces la siguiente puerta era la muerte. Porque lo cierto es que necesitaba escapar, que había una serie de destrozos irreparables en mi vida que tenían más sentido en el vacío que en la existencia”. La novela llega a su segundo tramo, envuelta en la noción sobre el miedo, sobre lo que espera ahora que el acto está consumado. “¿Cómo he muerto? ¿cuál ha sido el dolor que aguarda por mí en la periferia y en los lugares más oscuros?” Tabues no responde las preguntas pero tampoco deja que las respuestas —posibles— carezcan de valor, de modo que dota a su historia de docenas de experimentos de discurso y lenguaje que la hacen incluso más interesante. Sophie habla desde el ataúd, pero también viva y recién casada.
La escritora usa el drama, metalenguaje —Sophie está de hecho escribiendo una novela sobre una mujer que está muerta y deja entrever que es, de hecho, la que leemos— a la vez que va entre fragmentos, episodios, sueños y anécdotas que no parecen conectarse con nada, hasta que finalmente encuentran su lugar en el último tramo del libro. Divorcing es un libro que juega con la ficción, la memoria y la forma en que reconstruimos nuestros recuerdos, una percepción que Taubes acentúa con cada paso que da hacia el día de la muerte de su personaje. No hay nada sencillo en su manera de conceptualizar la pérdida —la propia, la de la vida, los sueños, la aspiración— y sobre todo, la forma en que Sophie asume lo inevitable.
Por duro que parezca —inquietante— Susan Taubes se suicidó unas semanas después de la publicación de su libro, por lo que toda la historia que narra su novela podría ser autorreferencial o sólo, un anuncio desesperado de la tragedia. Como un epitafio brillante y dolorosamente bello, Divorcing es un libro capaz de hacer llorar al mismo tiempo que reír, sólo para profundizar en todo tipo de condiciones sobre la mente humana en la búsqueda de un sentido al sufrimiento, a la necesidad de identidad y al temor, en medio de una perspicaz mirada sobre el tiempo, las tragedias invisibles y al final, las puertas cerradas de la memoria. Una reflexión elaborada sobre la manera en que la ficción traduce lo intangible en un ejercicio tardío de identidad pero en especial, la búsqueda del individuo en medio de la abstracción dolorosa y cínica, de lo colectivo. Una pequeña obra de arte brillante, imposible de clasificar. Dolorosa por su extraña versión de la realidad.
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