Más allá de géneros y estilos, pienso que básicamente existen tres tipos de películas: las buenas, las malas y las feas.
Pero cada cierto tiempo surgen genialidades que logran una peculiar combinación entre los aciertos de las buenas, el prejuicio de las malas y lo arriesgado de las feas para crear cintas excepcionales como es el caso de La Sustancia.
Escrita y dirigida por la cineasta francesa Coralie Fargeat —de cuya corta filmografía destacan títulos como Revenge o el interesante cortometraje Reality+—, La Sustancia tiene como base argumental la historia de Elizabeth Sparkle, una estrella del cine que gozó de gran fama y reconocimiento en su juventud y que en la actualidad es la conductora de un programa televisivo de aerobics.
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El mismo día en que cumple 50 años, Elizabeth es invitada a almorzar por su jefe Harvey, quién le comunica con el menor tacto posible, que está despedida porque ya luce vieja en cámara.
La noticia la devasta y mientras conduce su auto sufre un accidente el cual la lleva, circunstancialmente, a entrar en contacto con una especie de experimento clandestino que ofrece la posibilidad de poder crear una versión más joven y mejorada de sí misma a través del uso de cierta sustancia.
Luego de recibir un ramo de flores con la nota “oficial” de su despido y al descubrir en la prensa que se abre un casting que busca la nueva imagen joven del programa que sustituirá al suyo, Elizabeth toma la decisión de inyectarse la mencionada sustancia.
Es así como de su cuerpo comienza a emerger un nuevo ser con toda la belleza y fuerza de la juventud, el cual adopta el nombre de Sue.
Dentro de las indicaciones para el uso de la sustancia se especifica como condición obligatoria que los dos cuerpos deben intercambiarse cada siete días para poder mantener el equilibrio simbiótico entre ambos, haciendo énfasis siempre en recordarles que se trata de una misma persona.
Bajo esta premisa, en apariencia sencilla y nada novedosa, pues a primera vista nos hace pensar en referencias literarias como El Retrato de Dorian Grey, Fausto o El Dr. Jekyll & Mr. Hyde; Fargeat confecciona una de las películas más impactantes del año y además nos obsequia lo que será, me atrevo a vaticinar, un clásico de culto a partir de tres puntos fundamentales como la cuidada realización cinematográfica, un elenco que nos entrega magníficas actuaciones y un guión que puede parecer superficial, predecible y hasta excesivo en su forma, pero con un fondo compuesto de múltiples y complejas capas que lo convierte en una experiencia única para aquellos que se permitan dejarse permear por él.
CINEMATOGRAFÍA
Lo primero que se destaca en la dirección de Fargeat es la maestría de hacer arte con pocos recursos. El manejo de la fotografía —a cargo de Benjamin Kracun— es tan arriesgado como hermoso. Picados, contrapicados, primerísimos primeros planos, ojos de pescado, acercamientos extremos, que nos permiten disfrutar de encuadres que van desde lo preciosista hasta lo perturbador.
Después tenemos una paleta de colores brillantes y cálidos en contraposición a blackouts o imágenes psicodélicas junto a una banda sonora hipnotizante, que ayuda a reforzar las emociones y conflictos de los personajes.
Mención aparte merece el impecable trabajo de sonido realizado por la tríada de Emmanuelle Villard, Valérie Deloof y Stéphane Thiébaut que logra generar en el espectador tal inmersión en la película, que ya no podrá escapar aunque aparte la mirada de la pantalla.
Y a todo esto hay que agregar el paseo que el filme se da por diferentes géneros, lo que hace confuso poder catalogar el tipo de película que es La Sustancia.
La cinta se ha publicitado esencialmente como un filme de terror perteneciente al subgénero del “Body Horror” (Horror Corporal), no obstante, durante sus 140 minutos nos topamos con códigos de ciencia ficción, sátira, gore, pero esencialmente la historia nos muestra un profundo drama.
A esto debemos sumar varios guiños a grandes obras cinematográficas como: El Resplandor y 2001 Odisea en el espacio de Stanley Kubrick, El Hombre Elefante de David Lynch, La Mosca y Crash de David Cronenberg, Requiem por un sueño de Darren Aronofsky, Carrie de Brian De Palma o La muerte le sienta bien de Robert Zemeckis, por nombrar los más evidentes.
Claro que al leer esto mucha gente pueda pensar que se trate de una combinación difícil de digerir, pero la genial forma como todo se engrana y si uno como espectador no prejuzga sino que se deja llevar por el juego que propone la autora, créanme que la experiencia será similar a la de un niño entrando a un parque de diversiones con boletos para subirse a todas las atracciones que quiera (aunque las náuseas estén incluida en el paquete).
ELENCO
Comencemos hablando de Dennis Quaid (Juego de Gemelas, El día después de mañana, La razón de estar contigo), quien interpreta a Harvey —no por casualidad se llama igual al Weinstein de la vida real el repulsivo, patán y despreciable presidente de la cadena televisiva y jefe de Elizabeth.
Este personaje iba a ser realizado inicialmente por el actor Ray Liotta pero a causa de su lamentable fallecimiento, el papel fue a parar a manos de Quaid y pienso que resultó bastante bien, pues al salir de su zona de confort lo vemos en un registro actoral al que no estábamos acostumbrados y en el cual se luce al cien por ciento.
Luego tenemos a una maravillosa Margaret Qualley la cual deslumbra en pantalla, más allá de su belleza, por su talento y arrojo. Esta chica ya me sorprendió gratamente en la miniserie Las cosas por limpiar y seguidamente en las dos últimas cintas de Yorgos Lanthimos, Pobres Criaturas y Tipos de gentileza.
Qualley da vida a la voluntariosa y egoísta Sue, que deslumbrada por su meteórica carrera como la nueva estrella del canal y a la vez atormentada por depender del cuerpo de Elizabeth para poder seguir disfrutando del éxito, comenzará a cometer errores que serán irreparables.
Pero sin lugar a dudas, la actuación incontestable y sustancial de esta película recae en Demi Moore (Ghost, Una propuesta indecente, G.I. Jane), quien se ha dejado la piel, casi que literalmente, en su fantástico rol de Elizabeth Sparkle. El personaje tiene muchos paralelismos con lo que ha sido la propia carrera de Moore en la industria de Hollywood, por lo que es fácil intuir que este trabajo implicó un reto profundamente emocional más allá de la exigencia física que demanda la historia.
No en vano, a pesar de las vulnerables tomas de desnudos, los incontables acercamientos de bustos y traseros o las imágenes asquerosas que se precipitan sin contemplaciones —especialmente en los últimos 20 minutos de la película—; la escena que más se queda con los espectadores es la secuencia de Elizabeth frente al espejo mientras se alista para salir a una cita con un antiguo compañero de preparatoria. En dicha escena no se emite una sola palabra pero Moore logra transmitir toda la inseguridad, frustración y quiebre de su personaje.
Al respecto la actriz comentó: “Fue una experiencia nueva. No puedo compararla con algo que hubiera hecho antes. Nada que fuera tan emocional ni que tuviera una repercusión tan dolorosa”.
Creo que este trabajo pudiera valerle a Demi Moore su primera nominación al Oscar y el verdadero reconocimiento, que siempre ha sido tan esquivo en Hollywood, al talento de esta actriz.
EL GUIÓN, CAPA POR CAPA (con todo y SPOILERS)
La Sustancia fue reconocida con el premio al mejor guión en el reciente Festival de Cannes, y aunque no soy mucho de dejarme llevar por la credibilidad de los premios, en este caso pienso que fue una decisión muy acertada.
Lo primero que hay que acotar sobre este guión es que está diseñado a conciencia para manipular al espectador mientras lo va empujando a experimentar su propia capacidad de aguante ante una serie de situaciones llevadas al extremo de lo inverosímil. Es como si la directora buscase ir decantando al público superficial y vacuo para luego quedarse con el que entendió las reglas de su juego e inocular en ese público la sustancia de su obra.
En consecuencia hay una película que verán los jóvenes menores de treinta años de ambos sexos y que seguramente se quedarán en lo anecdótico de la trama, criticando incluso cosas que les parecen absurdas o poco creíbles luego de que acaban de comprar que Elizabeth “dé a luz” a Sue por la espalda.
Otra diferente visión es la que disfrutarán los hombres, mayores de 30 años y cuya apreciación se hará proporcionalmente más interesante según la década ascendente en la que se encuentren, a pesar de que los varones sean retratados en la cinta como unos seres desagradables, babosos y de instintos básicos.
Pero la mayor contundencia recaerá en las mujeres entre cuarenta y sesenta años.
Fargeat propone un manifiesto doloroso, violento y profundamente femenino —mas no feminista— en tiempos dónde el empoderamiento y la facturación en lugar del llanto, son solo máscaras que terminan empujando a la mujer hacia la depresión y la autodestrucción.
Pues si bien la película echa mano a la narrativa específica de la cosificación de la mujer en la industria del espectáculo, el monstruo esperpéntico en el que terminan convertidas Elizabeth y Sue, puede manifestarse en la psique de cualquiera de nosotros independientemente de nuestra edad, género o el ámbito profesional en el que nos desempeñemos.
En la actualidad los serios problemas de autoestima sumados a la necesidad de reconocimiento externo y de gratificación inmediata han contribuido a un alarmante incremento en casos de cuadros depresivos los cuales, en un alto porcentaje, terminan en suicidio.
En palabras de la propia directora: “La Sustancia es una película sobre el cuerpo de las mujeres, sobre cómo los cuerpos de las mujeres son escrutados, fantaseados y criticados en el espacio público. Sobre lo mucho que, como mujeres, se nos hace creer que no tenemos más remedio que ser perfectas, sexis, sonrientes, delgadas, jóvenes y hermosas para ser valoradas en la sociedad. Y lo imposible que es para las mujeres escapar de esto, por muy educadas, fuertes de mente e independientes que seamos”.
Y a tal fin, Coralie Fargueat no tiene miramientos con los extremos a los que pueda llegar para exponer su mensaje. Ella no pone un dedo en la llaga, sino que lo entierra hasta lo más profundo.
No usa diálogos para describir el dolor, la angustia y el horror por el que transitan sus protagonistas sino que lo recrea a través de una batalla campal de egos y codependencias entre ambas.
Elizabeth solo desea brillar —como el significado de su apellido en español— verse para siempre como la figura en la esfera de cristal, por eso es incapaz de valorarse, de ver lo verdaderamente hermosa que es a sus 50 años, eso es lo que la hace adicta a Sue y es la razón por la cual no la mata.
Sue, sin embargo, sí termina por destruirla porque siente a Elizabeth cómo un lastre, como alguien que le envidia, olvidándose de que el pasado es parte fundamental para construir nuestro futuro y que al destruirla se está destruyendo a sí misma.
Finalmente la directora da el giro final perfecto cuando surge un híbrido de Elizabeth y Sue, monstruoso esperpéntico y amorfo pero que representa la auténtica liberación de Elizabeth.
Un ser que ahora sí se acepta tal cual es y que frente al mismo espejo que anteriormente le impedía quererse, ahora se coloca zarcillos, se alisa el cabello, se maquilla y sale a mostrarse al mundo por primera vez, a gritarle a todos: “Soy yo”.
Pero la sociedad se aterra porque no está preparada para verse reflejada en un monstruo que comienza a desprender trozos de su deforme cuerpo como en una suerte de metamorfosis que va dejando atrás la “carne” por la que fue valorada y da paso a su verdadera esencia: la sangre.
De tal forma el monstruo “bautiza” al público que lo rechaza con un copioso y desbordado baño de sangre, en una secuencia que para muchos puede parecer excesiva, saturadora o incluso repugnante pero que, según mi punto de vista, encierra la metáfora más profunda y avasallante de toda la cinta.
Porque la mujer es sangre. Sangre que con su presencia le indica que ya dejó de ser niña. Sangre que la perpetúa en vida a través del parto. Sangre que un día le abandona dejándola indefensa ante la inhóspita temporada de carencias.
En definitiva, La Sustancia no solo nos enfrenta al monstruo que somos como sociedad sino que nos obliga a mirarnos hacia dentro, hacia nuestro verdadero yo y buscar en lo más profundo de nuestros miedos e inseguridades esa “sustancia” de la que estamos hechos y en la que radica nuestra verdadera fortaleza.
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