Por Fernando Calzadilla.
Escribir sobre el lenguaje no es fácil ni tarea que me entusiasma. Sin embargo, quisiera aportar mis dos centavos, my two cents como se dice en inglés, a la discusión del lenguaje inclusivo y las maneras sobre cómo podemos acomodar el lenguaje a las necesidades de nuestro momento.
Hay razones históricas que me llevan a proponer cambios en el lenguaje y el vocabulario.
El historiador Yuval Noah Harari dice que el homo sapiens crea civilizaciones por medio del lenguaje. A diferencia de otros animales, el lenguaje le permitió cooperar en gran número y crear ficciones como el dinero, el estado o los derechos humanos. Estas ficciones están basadas en lo que Ludwig Wittgenstein, filósofo, matemático y lingüista, define como los “juegos del lenguaje”, es decir, el lenguaje como el juego es contextual y relativo. Los juegos son pertinentes a la sociedad o grupo que decide adoptarlos y usarlos para su comunicación y funcionamiento. En su ya muy citado ejemplo, a un albañil se le acaban los ladrillos, pide a su ayudante “piedras” y el ayudante le trae ladrillos. Es un ‘juego’ que les permite ser más eficientes y que fuera de su propio contexto no tendría sentido. De esta manera entendemos que el lenguaje no es una estructura rígida e inalterable, sino que podemos acomodarlo a nuestras necesidades, siempre y cuando estemos de acuerdo en qué juego jugamos, como también podemos cambiar las ficciones por las que nos regimos.
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El lenguaje no es inalterable mas cambiarlo no es fácil. Veamos por qué. Nos dice Richard Rorty, filósofo pragmático, que no podemos pensar acerca del pensamiento como algo diferente de usar el lenguaje. No hay manera de pensar acerca del mundo o nuestros propósitos excepto usando lenguaje. Esto quiere decir que el lenguaje nos estructura el pensamiento porque no podemos pensar fuera de sus leyes de sintaxis, morfología, semántica, pragmática y fonología. Es cierto que nuestro lenguaje no es la única forma de comunicación o el único lenguaje que conocemos. Podríamos decir que las matemáticas son un lenguaje o que un pintor piensa en colores, pero al final del día, una fórmula se enuncia en palabras y los colores tienen nombre. No dudo que mi perro Baró pueda tener un lenguaje. Puedo leer en su cara: “¿Por qué Fernando está enfadado si estoy masticando su zapato como un gesto de afecto?” Hasta allí puedo conceder, pero imaginar que por las noches en su casa Baró está pensando acerca del significado de una vida de perro requiere un pensamiento abstracto enunciado a través de un lenguaje similar al nuestro que él no posee.
Foto por E. Irizarry.
Con la digitalización hablamos del lenguaje de las computadoras, el html (hyper text markup language) o el iconismo, pero de nuevo, estos tienen sus referentes en el lenguaje de las palabras. El ícono que usamos en las computadoras para guardar o salvar un documento se corresponde a unos de los primeros dispositivos usados para almacenar data, el floppy disc o disquete. Un adolescente hoy en día ‘sabe’ que ese icono es para guardar, pero no necesariamente conoce su referencia, la cual subyace invisible en el lenguaje: salvar, guardar. Con esto quiero decir que siempre regresamos al lenguaje y que esta estructura nuestro pensamiento.
Ahora bien, el castellano, con sus concordancias de género (femenino, masculino y neutro), es uno de los lenguajes que más condiciona nuestro pensamiento en este sentido. Incrustado en estas estructuras hay siglos de ‘juegos’ de discriminación y opresión por parte de los grupos dominantes, en este caso me refiero al patriarcado como ideología dominante. Veamos algunos ejemplos. Un bebé recién nacido puede ser varón o hembra. El masculino de hembra es macho y se usan para distinguir el sexo de un animal o una planta. Según la RAE, varón es una persona del sexo masculino y varona una mujer varonil. Creo que sobran las explicaciones. De igual manera, una autoridad declara unidos en matrimonio a una pareja (heterosexual) con la siguiente fórmula: los declaro marido y mujer. ¿Por qué no marido y marida u hombre y mujer? Después de todo el masculino de mujer es hombre pero claro, marido no tiene femenino, ahora. Lo tuvo. En Latin, marita era el femenino de maritus, similar a esposo/esposa, pero cayó en desuso impuesto por la práctica dominante.
Y como pueden notar, la manera de nombrar en castellano es masculino primero y luego femenino. Aparentemente inocentes, estas estructuras condicionan pensamiento. En un artículo en The Guardian, la columnista Arwa Mahdawi (30.01.23) asevera que “El lenguaje que usamos para describir el mundo da forma a cómo pensamos sobre el mundo; la forma en que describimos a los grupos de personas afecta la forma en que los tratamos.” (mi traducción)
Por estas razones, creo que para cambiar la manera como pensamos y tratamos a las personas tenemos que cambiar el lenguaje. Luce Irigaray, filósofa del feminismo de la diferencia, nos propone en su libro J’aime à toi (Amo a ti) que para cambiar pensamiento y por ende la forma como pensamos y tratamos el mundo y sus personas, tenemos que cambiar el lenguaje. Me permito citar extensamente a Irigaray,
«Amo a ti» significa: no te tomo como objeto de mi amor ni de mi deseo. Te quiero como irreductiblemente otro. Mantengo la «a» como un espacio inalienable entre nosotros, garantía de tu libertad y de la mía. «Amo a ti» significa que conservo contigo una relación de in-dirección para evitar toda posesión o consumación amorosa y proteger de este modo el dos que somos y la relación entre los dos: «Amo a ti» como hablo a ti. «Amo a ti» indica un camino para respetar tu intención y la mía y para construir una duración del entre nosotros. «Amo a ti» significa que nunca te conoceré totalmente y que amarte implica respetar el misterio que tú siempre serás para mí.”
«ENTREVISTA. Luce Irigaray». DUODA: Estudis De La diferència Sexual, Núm. 7, enero de 1994, p. 177-188, https://raco.cat/index.php/DUODA/article/view/60084
Hemos oído como las personas que tratan de usar un lenguaje inclusivo y tal vez políticamente correcto nos agobian con masculinos y femeninos repetidos al infinito. Señoras y señores, trabajadores y trabajadoras, presidentes y presidentas, empleados y empleadas, participantes y participantas. Como si tuviéramos que decir sillos y sillas, mesos y mesas, adornos y adornas para ser completamente inclusivos y correctos.
No es este el cambio que nos va ayudar a cambiar el pensamiento pues no estamos cambiando la estructura del lenguaje. Lo que propone Irigaray es un cambio en la estructura. Yo te amo es una acción transitiva con sujeto y objeto. Amo a ti es una acción intransitiva entre dos sujetos. Añadiendo femeninos no cambiamos estructura. Tenemos que cambiar el juego que jugamos, los subyacentes que nos referencian y enunciar de otra manera.
Foto por Monstera
En castellano, un grupo de hombres es nosotros, vosotros, ellos. Un grupo de mujeres es nosotras, vosotras, ellas. Pero en un grupo mixto domina el masculino nosotros y se invisibiliza el resto.
La regla general del idioma es que los masculinos usan la ‘o’ y los femeninos la ‘a’. Digo regla general pues siempre hay excepciones, verbigracia, las excepciones que no terminan en ‘o’ ni en ‘a’ y son femeninas. Pero podríamos llegar a un acuerdo para jugar un nuevo juego, utilicemos la ‘e’ para aquellos casos en los cuales hablamos de personas, no objetos, y tengamos que referirnos a un conjunto mixto. Sé de mucha gente que rechaza el todes, está bien, pero si jugamos a la ‘e’ no tendríamos que decir trabajadoras o participantas y podríamos hablar de les estudiantes en lugar de los y las estudiantes. Podemos cambiar los juegos del lenguaje para hacerlos mejor y más eficientes.
De nuevo Rorty: siempre podemos hacer que un viejo juego del lenguaje se vea mal inventando uno mejor, reemplazar una vieja herramienta por una nueva. Pero esta necesidad de reemplazar es nuestra, no del lenguaje. Introducir un cambio gramatical en la concordancia de género es cambiar las estructuras y por ende cambiar nuestra de manera de pensar. Tal vez no es mucho, pero como diría Charles Dodgson alias Lewis Carroll, el preeminente filósofo del lenguaje: “Siempre puedes tener más que nada.” ¿Jugamos?
Artículo de opinión escrito por Fernando Calzadilla,
PhD Performance Studies, New York University
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Artículos propios de The Wynwood Times