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Era común que, a los niños de mi generación, lejanos como por necesidad éramos de los videojuegos y de las redes sociales, nos leyeran cuentos antes de ir a dormir. Recuerdo con cariño la imagen de mi madre sentada al lado de la cama con algún libro de fantasías que iba entonando con voz cálida intentando reproducir a los personajes. Princesas, príncipes valientes, brujas, dragones que plagaban el duermevela de los sueños. Los libros reposaban ordenadamente en una mesita de madera que estaba coronada con una pequeña lámpara. Supongo que, de aquellas noches llenas de fábulas, cuentos de hadas y aventuras diversas nació en mí el hábito de la lectura. Los buenos lectores, decía Borges, están asociados con la presencia de alguna biblioteca desde la cual alimentar la ansiedad de descubrir las aventuras y el devenir de los personajes. Recuerdo un viejo tomo de portada dura y que me parecía especialmente pesado, yo tendría unos cinco o seis años entonces, que recogía las maravillosas historias de los hermanos Grimm. Mamá leía con voz pausada las aventuras de la Caperucita Roja, perseguida por el lobo feroz, o las peripecias del increíble Gato con Botas. Hansel y Gretel eran, sin duda, mis preferidos. Me parecía genial la manera cómo había logrado engañar a la bruja malvada que quería devorarlos. Me imaginaba una casa hecha de caramelos. Proyectaba en mi imaginación la imagen de la bruja derrotada por los ingeniosos chiquillos. 

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Con semejante spoiler, inicia la miniserie Disclaimer (que absurdamente decidieron titular para Latinoamérica como “Desprecio”), a la cual accedí nuevamente —luego de un primer intento fallido que no me motivó a pasar del segundo episodio.

En aquella época pensaba que el Bien siempre lograba imponerse a la adversidad. Los años terminan demostrando que no siempre es ese el caso. Los malos ganan cuando juegan mejor sus cartas y al final de la historia no existen los buenos o los malos absolutos. Todos somos, a veces, víctimas de nuestras pasiones diversas, las cuales, cuando se desbordan, nos colocan a un lado u otro de la balanza. De alguna manera, los personajes de los Grimm son representaciones simbólicas, tipos ideales que recogen historias populares, personajes del folclor o hechos históricos de la Europa de su tiempo, que a través de su extraordinaria capacidad narrativa han llegado a universalizarse. Los Grimm son naturales de Hanau, una hermosa ciudad industrial en las cercanías de Fráncfort del Meno. Hanau es una antigua población alemana; la cual hasta el siglo XII había sido un asentamiento protegido por un castillo perteneciente a una familia noble, a partir de la cual fue nombrada la ciudad homónima en el año 1303. 

De Hanau me sorprendieron sus alrededores, densos bosques cruzados por arroyos, antiguos árboles que oscurecen los caminos. A medida que uno se adentra entre la vegetación crece la sensación de que de pronto de entre la vegetación aparecerá algún duende o alguna hada dispuesta a cumplir los deseos de los inocentes. Los Grimm publicaron por primera vez sus Cuentos de Hadas en 1815, justo después de las Guerras Napoleónicas, que terminaron despojando a la ciudad de sus antiguas murallas medievales. Nada podían hacer los muros de piedra en contra de la poderosa artillería francesa. Por supuesto que Disney construyó una versión atemperada de las historias de los Grimm, mucho más indicada para el consumo de las masas que para la reflexión intelectual. Los Grimm escribían con dureza, no intentaban hacer historias para niños. En su versión original no era la madrastra la que se deshacía de Hansel y Gretel, sino su madre lo que la convertía en un ser más degenerado y digno de desprecio. Los Grimm jugaban con diversas simbologías y quizás en ese sentido la más poderosa de sus historias sea la de Blancanieves. 

Blancanieves recoge la historia de dos princesas alemanas que vivieron en pequeñas poblaciones de lo que hoy es el Estado de Hessen. La primera vivió en el siglo XVI. Se trataba de la Condesa Margaretha von Waldeck, quien odiada por su madrastra fue enviada a vivir con su tío en el Castillo de  Valkenburg. En su camino siguió en trayecto medio del Rin cruzando las llamadas siete colinas (Siebengebirge). Más tarde se enamoró y tuvo un romance con Felipe II que fue mal visto por la Corte, lo que la llevó a ser envenenada. La segunda es María Sophia Margaretha Catharina von Erthal, quien al igual que la primera vivió, digamos, a la sombra de una madrastra, la condesa de Reichenstein, que no le tenía particular cariño y con un padre ausente. Es interesante decir que la gente del electorado de Mainz habría entregado un enorme espejo a la madrastra como regalo de bodas. La familia habitaba el castillo de Lohr que se encontraba muy cerca de las minas de Bieber donde habitaban muchos niños pequeños pero envejecidos por el trabajo en la extracción de minerales en pequeños y peligrosos túneles. Según algunos investigadores, las dos princesas terminaron siendo envenenadas con belladona, que es un veneno paralizante.  No existe documentación clara que permita comprobar que los Grimm efectivamente tomaron la historia de las damas como fuente de inspiración, pero los investigadores especulan acerca de las coincidencias. Ambas eran por lo demás mujeres blanquísimas, frágiles, delicadas, tal y como se las señala en la fábula. 

Me parece interesante que en la ficción sea precisamente un beso pero no cualquier beso, sino un beso de amor el que rompa el hechizo. De alguna manera el amor, comoquiera que lo entendamos, tiene una fuerza que nos trasciende. “Ama y haz lo que quieras” nos recomienda San Agustín en sus meditaciones. Vale decir que en esta época de las cancelaciones que nos ha tocado vivir. Algún grupo ha solicitado que la escena del beso sea eliminada de las películas de Disney. Recuérdese, a fin de cuentas, que la princesa está dormida y que no puede consentir el beso. El argumento parece correcto y ciertamente el consentimiento, tácito o explícito, es imprescindible. Nadie puede obligar a otra persona a participar de algo que no desea. Sin embargo, en el caso de la fábula es necesario hacer al menos dos consideraciones. La primera es que la misma debe ser leída de acuerdo con el espíritu de su tiempo. La historia fue escrita en el siglo XIX, durante el cual el rol de hombres y mujeres en la sociedad era distinto al de nuestro tiempo y, creo, que al igual que con Cenicienta, la historia esconde una profunda crítica social. Eliminar esta escena es el equivalente a reescribir la historia de los Grimm, lo que estaría bien si alguien quisiera hacerlo, pero nos coloca frente a una historia diferente. 

La segunda consideración es que no creo que el príncipe estuviese actuando según su libre albedrío. A fin de cuentas, en la naturaleza de los Príncipes de los cuentos está la obligación de salvar a las princesas, para lo cual luchan contra dragones, malvados criminales, brujas , o, simplemente, besan a la princesa para que esta despierte de su sueño fatídico. En la medida en que el hechizo solo puede ser roto mediante un beso, el príncipe está obligado a besar a la princesa, bien sea que quiera hacerlo o no. Más aún en la Sonatina de Rubén Darío nos encontramos con que el “feliz caballero” de aquella otra historia está obligado a amar a la Princesa aun sin conocerla, es su destino, es su obligación. Recordemos los versos finales: 

“—¡Calla, calla, princesa —dice el hada madrina—,

en caballo con alas, hacia acá se encamina,

en el cinto la espada y en la mano el azor,

el feliz caballero que te adora sin verte,

y que llega de lejos, vencedor de la Muerte,

a encenderte los labios con su beso de amor.”

 
¿Existen estereotipos de género en la fábula? Seguramente sí, lo que no implica que eso nos marque o nos condene como sociedad, o que, señalarlos como parte de nuestra evolución histórica nos haga particularmente primitivos. A fin de cuentas, uno no puede cancelar la realidad del presente y mucho menos la del pasado. Si así fuese no podríamos leer a Amadís de Gaula o a Neruda, en ambos casos la mujer es idealizada, lo que representa una imagen de lo femenino que no se corresponde necesariamente a lo real, lo que es terrible si consideramos que el amor requiere cierto grado de idealización. Podría consentir en el hecho de que Blancanieves tiene una actitud pasiva que me parece un poco aburrida. Ella espera a que el príncipe encantado llegue a encantarle. La verdad yo prefiero a Rapunzel, quien de manera voluntaria deja caer su cabello para que el príncipe trepe por él hasta la torre solitaria en la que está atrapada. De alguna manera, Rapunzel rompe los condicionamientos sociales de su época y aun cuando el príncipe la salva, ella también termina salvándola. ¿No es ese acaso el argumento final de “Mujer bonita”? Nada es totalmente original, decía alguna vez Cabrujas. ¡Esa capacidad de salvarnos mutuamente me parece de fábula! 

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Miguel Angel Latouche
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Doctor en Ciencias Políticas y escritor.

Columnista en The Wynwood Times:
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