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Fortín San Joaquín de La Cuchilla

Historias abundan en el cerro el Ávila como para darle rienda suelta a la imaginación y escribir una novela, un guión cinematográfico, una serie televisiva o un cuento. Se dice que Miguel de Cervantes se inspiró en el anciano Alonso Andrea de Ledesma —un héroe de carne y hueso—, y éste ante la alarma de la llegada de un número abrumador de piratas ingleses, que sorprendieron a la ciudad de Caracas, el 29 de mayo de 1595, a través de una antigua trocha indígena desde La Guaira, montó sobre su caballo, armado de caballero, con lanza y adarga, y se presentó frente a los invasores intimidándolos para que se retiraran.

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El capitán a cargo de los filibusteros, Amyas Preston, al ver al anciano solitario ordenó a sus hombres a que mantuvieran la calma, a no hacerle daño —es posible que se hayan burlado de aquella estampa—, pero don Alonso Andrea cargó contra ellos, hiriendo a algunos, y Preston se vio obligado a dar la orden de fuego. El anciano recibió un disparo mortal en la cabeza. Amyas Preston reconoció la valentía de este hombre y con honores le dieron sepultura.

Fortín San Joaquín de La Cuchilla. Vista desde el patio interior.

Otro ejemplo es el de Eva Luna, personaje de Isabel Allende, basado en una mujer vinculada al doctor alemán Gottfried Knoche, el misterioso médico que inventó una fórmula para conservar por siglos a los difuntos, y embalsamó a amigos, familiares, desconocidos, incluyendo al cadáver del presidente de la república Francisco Linares Alcántara —quien gobernó sólo por 18 meses, desde el 2 de marzo de 1877 al 30 de noviembre de 1878— y al famoso periodista y político caraqueño Tomás Lander a quien sentaron, por casi medio siglo, en su escritorio con actitud de escribir.

Aún quedan los vestigios de lo que fue, durante aproximadamente 280 años, el único camino —oficial— directo entre el puerto de La Guaira y Caracas. No obstante, el científico alemán, Alexander Von Humboldt comenta en su obra, “Viaje de las Regiones Equinocciales del Nuevo Continente”, que los contrabandistas utilizaban otros senderos, es decir que existían otras vías; también, detalla que a lo largo del Camino Real se pasaba por varios fuertes que formaban una línea defensiva en la montaña, las fondas, y una interesante descripción del valle de Caracas, y los hechos sobre su detención en el fortín de “San Joaquín de la Cuchilla”.

Almenas del fortín de San Joaquín de La Cuchilla. Al fondo, el camino hacia el fortín El Portachuelo

Otra personalidad que escribió sobre este anecdótico camino —al arribar a La Guaira en 1825— fue el diplomático británico Sir Robert Ker Porter, en su diario íntimo, editado y publicado por la Fundación Polar. No puedo dejar de mencionar a “La Puerta de La Gloria” de Luis Ramón Hernández, un libro delgado, escrito en un lenguaje ameno, con palabras que capturan las escenas de otros tiempos.

Entrada a la posada «La Venta»

Desde hace muchos años he venido escuchando a mi padre acerca de una posada a la que llamaban “La Venta”, parada necesaria de los viajeros. Allí comieron y descansaron: Humboldt, Bolívar, Monteverde, Morillo, Páez, Miranda, Sir Robert Ker Porter, Santiago Mariño, Juan Bautista Arismendi, Luisa Cáceres de Arismendi, el padre Madariaga, Francisco de Miranda, Vicente Emparan y otros tantos protagonistas que hicieron vida en Caracas desde finales del siglo XVIII hasta la inauguración de la carretera de Caracas a La Guaira, el 14 de enero de 1845 durante la segunda presidencia —del 26 de enero de 1843 al 20 de enero de 1847— de Carlos Soublette.

Motivado a que me encuentro desarrollando mi nueva novela —en este caso, histórica—, he leído y escuchado anécdotas relacionadas al Camino Real, que se conoce desde hace muchos años como el Camino de los Españoles, y, durante esas horas me he trasladado, obviamente dentro de mi imaginación, a la era de la Venezuela colonial donde los viajeros transitaban en mula, o andaban a pie con calzado de cuero y madera, alpargatas o, descalzos, subiendo o bajando inclinadas y largas cuestas sobre un camino empedrado al estilo romano, cruzando un angosto y elevado puente a través del fortín El Salto y otro levadizo en el Castillo Negro, descansando en “La Venta” o en otra fonda, “El Guayabo”.

-Columnas de la fonda El Guayabo
-Fonda El Guayabo vista desde el patio
-Fortín El Salto. Por allí pasaron los restos del Libertador 

Sin embargo, necesitaba vivir presencialmente esa experiencia —pero con las comodidades de los excursionistas de la actualidad—, y, por fortuna, hace unos domingos, por invitación del Centro Excursionista Caracas (CEC), me interné en el túnel del tiempo —sin necesidad de consumir algún psicotrópico— desde La Puerta de Caracas hasta La Guaira. Segmentos del camino empedrado aún se conservan, construido con la técnica de los romanos, con piedras cortadas y perfectamente encajadas sobre varias capas de otros materiales. Si consideramos la tecnología de construcción de a mediados del siglo XVI, aunado a las dificultades que ofrece la montaña —la longitud, las pendientes y la densa selva de algunos pasos—, el Camino Real es una verdadera obra de ingeniería. Actualmente, una cuesta empinada de cemento —del siglo XX— da la bienvenida, por donde transitan vehículos rústicos y peatones; más adelante la capilla de San José; luego, la zona de Sanchorquiz, nombre proveniente de la deformación coloquial de don Sancho de Alquiza, un prominente militar y funcionario español, que ejerció de Capitán General de la provincia de Venezuela a comienzos del siglo XVII; le sigue, Los Dos Caminos donde existió una pulpería y un patio de bolas, de lo que sólo queda tierra y una especie de parada que ofrece una vista al Oeste de Caracas, continuando hasta las ruinas del fortín San Joaquín de la Cuchilla en donde uno de los miembros del CEC, el ingeniero e historiador, Salvador Santoro impartió una clase magistral acerca del Camino de Los Españoles, su sistema de defensa, las fondas y haciendas, y variadas anécdotas, acompañado de material gráfico y, sobre todo, nos presentó un magnífico trabajo, que confieso lo desconocía, de los autores Miguel Von Fedák y Gerardo Rojas, con interesantes ilustraciones, fotografías y planos, titulado, “Fuerza de Santiago de León de Caracas”, impreso en una hermosa publicación de Oscar Todman Editores.

Es importante destacar, para quienes deseen visitar este fortín, que los guardaparques tienen plena conciencia del valor histórico de este lugar y atienden a sus visitantes con esmero. El fortín de San Joaquín de la Cuchilla aún conserva un aljibe en el centro de su patio y un sistema de túneles que llevan a diferentes áreas, y utilizados en su tiempo, para la defensa y escape.

Por un sendero estrecho se llega a las ruinas del “Portachuelo”. En este lugar sólo queda una huella de que alguna construcción existió, al menos unos peldaños. Allí hay una panorámica del abra de Catia, las montañas del Junquito, el Oeste de Caracas, el fortín de San Joaquín de la Cuchilla, hacia el Este Picacho de Galipán, el Hotel Humboldt, sembradíos en la falda de los cerros, al Norte el mar Caribe; siguiendo, se llega a las ruinas del Castillo Negro. Allí existió un puente levadizo. La guardia lo levantaba para evitar el paso de alguien no autorizado o ante algún peligro.

-Ruinas de la fonda y hacienda El Guayabo o El Guayabal. Vista desde el Camino de Los Españoles
-Ruinas de la fonda y hacienda El Guayabo/Guayabal. Vista desde el patio trasero

Por falta de presupuesto, todos estos fuertes no fueron concluidos en su totalidad, siendo el fortín de San Joaquín de la Cuchilla —el más cercano a La Pastora— el que más avanzó en su edificación. Todas estas estructuras estaban dotadas de artillería y funcionaban como puntos de control y de alerta en caso de una amenaza de fuerzas enemigas. A través de cañonazos de salva se transmitían señales, tal y como se hizo cuando la flota de seis barcos artillados del pirata Amyas Preston —ya mencionado— atacaron La Guaira.

Punto de control del Fortín El Salto

Nos comentaron los guardaparques que el estrecho sendero que continúa desde el Castillo Negro es impenetrable. De hecho, en las fotografías satelitales provistas por “Google” se observa que llega hasta una pantalla metálica —quizás de rebote de las señales de radio del aeropuerto de Maiquetía—. Esta pantalla se ve con claridad desde la muralla del Castillo Negro. Desanduvimos hasta llegar al inicio que conduce al Portachuelo y, bajamos por el camino empedrado, que es más ancho. En un largo descenso, en algunos segmentos muy resbalosos, se llega a “La Venta”. Allí hicimos una parada entre las ruinas, abrimos nuestros morrales y comimos sentados sobre restos de muros. Las ruinas de este establecimiento están situadas en un gran llano de pasto verde, y se observa al frente una cavidad que, posiblemente, sirvió de pozo. Es un lugar olvidado, por el que en otro tiempo circulaban constantemente viajeros. En ese sitio se gritaron los “vivas” a Fernando VII o a la República, dependiendo de las circunstancias y de los intereses.

Descendiendo se observa un desvío, tragado por la vegetación que conduce a las ruinas de la hacienda “Corozal”. Más abajo, por El Camino de los Españoles, se pasa por las ruinas de la hacienda El Tabacal; luego, a la fonda El Guayabo o el Guayabal. Aún permanecen en pie algunas columnas dóricas lisas sosteniendo el techo invisible y algunas ramas de árboles aledaños. Nos internamos en esta estructura y, al salir al otro extremo, observamos un camino que cruza a través del monte hasta un gran galpón moderno e inconcluso, típico de este régimen, donde se pretendía establecer un comedero, y muy probable con música de mal gusto al máximo volumen. Afortunadamente, no prosperó y mi deseo es que la naturaleza lo deglute..

Segmento del Camino de Los Españoles.

Las últimas ruinas, apartando el camino empedrado, pertenecen al fortín El Salto. Una estructura en pie de la cual permanecen algunas murallas. El puente de madera que lo cruzaba desapareció. Sin embargo, la capitana de la excursión, Francisca Peña me contó que en 1986 ella cruzó por los restos del puente. A un lado, pasa un camino más ancho que permitía el paso de carretas y por donde transportaron al féretro que llevaba los restos del Libertador Simón Bolívar y, posiblemente, por allí pasó el piano del general en jefe José Antonio Páez.

Bases donde reposaba el puente.

El descenso es largo, en algunas partes se observa el aeropuerto de Maiquetía, hasta descansar en un llano al que le llaman “El Plan”. A pocos metros nos internamos en un bosque curioso de “Lenguas de Suegras” y, al salir, observamos al lado Este a la montaña vestida de una densa selva tropical. En una de las tantas curvas, aparece el puerto de La Guaira. Ese día lucía desolado, con apenas tres buques y otras tres embarcaciones menores. Recuerdo al puerto —durante los años 70, 80, 90 y primera década del presente siglo— repleto de buques mercantes y cruceros internacionales, nos visitaban todo tipo de embarcaciones y, en algunos, se organizaban visitas guiadas. Ahora esa estructura ha quedado en el atraso, con escasas grúas. Sin embargo, la vista al mar Caribe, es hermosa. Finalmente, llegamos al barrio Quenepe. Sus habitantes muy amigables y donde disfrutamos de una fría cerveza.

Camino real por donde pasaban carretas, ubicado al lado del extinto puente

Nuestro país ha sido poco cuidadoso con los lugares históricos. Algunos gobernantes ignorantes, y con la intención de manipular a las masas inmaduras, han pretendido borrar nuestro pasado con el objeto de implementar una absurda política identitaria. Caracas y su entorno están llenos de curiosidades y la única manera de tomar posesión de lo nuestro es andando, sin temor, a lo largo y ancho de nuestro territorio.

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Manuel Planchart Arismendi
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Escritor, fotógrafo y publicista. Colaborador articulista en The Wynwood Times