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Por Florángel Quintana.

Todo comenzó por (culpa de) Facebook y el deseo de responder a su habitual pregunta. Yo estaba pensando en lo rico que es conversar.

A mi memoria llegaron gratísimos recuerdos con amadas amigas y amados amigos, esos que la distancia hace extrañar en demasía. Recordaba a Marielena, ese localcito mexicano en Paseo Las Mercedes y las birras que acompañaban las confesiones de nuestros entuertos amorosos. Las largas caminatas con Reynaldo hablando de poesía, el ser educador en Venezuela y las clases con adolescentes. Conversas libres y extensas, ¡tan fácil por todo lo que había para compartir! Pero saben qué, es muy entretenido también —y para mí es casi un arte— conversar con alguien que estás conociendo o que pretendes conocer.

Conversar es escuchar con la mirada atenta, y hablar, por supuesto, con el entusiasmo de quien reconoce estar en sintonía con otro. Allí se encuentran el carisma, la amabilidad, la inteligencia… más una serie de atributos que si se juntan puede ser una dicha. He tenido encuentros conversacionales con gente desconocida que han sido una delicia: gente de la que aprendes desde el efecto en su manera de cómo gesticulan hasta un tópico que nunca pensabas que te pudiera atraer.

Ahora bien, charlar a través de las redes sociales es otro nivel. Entran en juego la pericia en la comunicación escrita, la intencionalidad clara en transmitir un mensaje y reitero, la inteligencia. No es fácil conversar en las plataformas digitales. Hay mucho desencuentro: en maneras de ver la vida, en ideologías, en la coincidencia en simples ideas.

Por eso cuando alguien inicia una charla por Messenger y solo hace una pregunta tras otra, pues es un interrogatorio burdo. Hay buenas personas que se acercan sin tino… Gente que desconoce o ha perdido la costumbre de abordar a otros y partir a conversar desde algo interesante. Eso lo he comprobado en Facebook, poco, por fortuna. La verdad no busco hacer nuevos amigos a través de esa red. Me cuestiono ese automatismo de darle aceptar a cualquier solicitud de amistad. Lo primero que hago es averiguar a quiénes tenemos en común. Luego espero un mensaje que me diga [al menos eso haría yo]: ¡Hola! ¿Sabías que tenemos en común a Fulanita de Tal? Ella es un encanto y extraño tanto su risa desenfadada y las veladas con un Merlot en su casa. Soy Florángel y es un gusto saber que estamos dentro del patrón de los 6 grados de separación. ¿No lo crees? Vale decir que eso ¡jamás me ha pasado!, nadie me ha «explicado» porqué quiere ser amigo mío en Facebook.

Mi hijo se ríe con mi exageración [dice él] en esta materia de los amigos instantáneos. Le cuento que alguien la noche anterior me solicitó amistad, yo verifiqué a quiénes conocíamos y le di aceptar. Acto seguido apareció una manito saludando. Yo respondí con idéntico emoji. Y como por impulso arrebatado, la persona en cuestión empezó a preguntarme dónde vivía, cómo se vivía en esta ciudad, cómo se ganaba la vida la gente aquí, de qué vivía yo… Mi hijo en este punto me mira sorprendido, se ríe muchísimo y se mofa de mí. Me dice que tenía que burlarme, no perder el tiempo si no me interesaba, en fin, levantar la mano y decir más bien: Talk to the hand & bye!

Tengo solo 431 amigos en Facebook, donde el 98 % es gente que he mirado a los ojos, he escuchado su voz, he estrechado sus manos y he abrazado sabroso, en el mejor de los casos. Uno que otro ha llegado por vía digital porque ha tenido “algo” que me ha hecho pensar y he deseado conocer más, aprender.

Yo al final del “cuento facebookiano” respondí amable un par de preguntas, fui a mi perfil y aproveché para eliminar a un par de instantáneos llegados por Navidad.

Quizá, a fin de cuenta, no estoy muy alejada de ser una Millennial, ¿no lo creen así? 🙂

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Escritora y cronista.

Columnista en The Wynwood Times:
Vicisitudes de una madre millennial / Manifiesto de una Gen X