Personas transedad, transraza y transespecie. ¿Cómo la sociedad responde ante sus derechos? Se habla de trastornos de identidad, pero no existe una diagnosis aun clara.
Hay un señor en Canadá, llamado Paul, que a los cincuenta y dos años comenzó a auto percibirse como una niña trans de seis años. Fue adoptado por una familia que ahora lo mantiene económicamente y lo seguirá manteniendo hasta que cumpla su segunda mayoría de edad. Cuando eso suceda, lo más probable es que Paul, que ahora se hace llamar Stefonknee, volverá a adoptar la postura de una chiquilla y seguirá así hasta que se muera. Como él, hay una señora estadounidense llamada Rachel Dolezal, quien se ha aplicado un bronceado químico para convertirse en negra e incluso ha creado una asociación no-gubernamental que promueve el transracialismo, palabra de la que se considera inventora.
Muchos no se han enterado aún que por todo el mundo existen individuos que se auto perciben de formas inusuales, no sólo asumen edades distintas y razas, como vimos anteriormente, sino hasta especies distintas y demás cosas: hay personas que se auto perciben como unicornios rosados, seres de otro planeta e incluso ciborgs, como el artista español Manuel de Aguas (que ahora que lo pienso, tiene mucho parecido con Mika, el cantante británico). Capaz siempre supimos que existían, pues gente pintoresca ha habido siempre, pero lo que no sabíamos era que pretendían que sus identidades asumidas fueran reconocidas legalmente para acceder a determinados derechos.
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Quizás no lo veamos claro en el caso de María José Cristerna, la mujer vampiro de México, pues no sabemos cuáles serían los derechos de los vampiros en nuestra sociedad, pero sí está claro en Stefonknee Wolscht, el transedad que ejemplifiqué al principio. Si en efecto se le diese a ese señor una identidad de niña de seis años, tendría todos los derechos asociados a la niñez aun siendo un cincuentón: una familia que lo cuide, no tener responsabilidades con sus hijos (que tiene siete, ojo) y no ir preso si llegase a cometer un crimen.
También está claro en el caso de Rachel Dolezal y su adquirida negritud: los negros en Estados Unidos, de donde ella es nativa, pueden usar el arma racial de manera muy conveniente. Si los despiden de un empleo, aluden que fue por racismo y, listo, se les reintegra o indemniza al respecto, porque es el empleador quien tiene la carga de la prueba. Además, la predisposición que tiene la sociedad americana de considerar a la raza negra como desigual hace que siempre sean las víctimas, y eso es una estancia muy conveniente a la hora de exigirle cosas al Estado, como hemos visto durante las protestas del Black Lives Matter.
Existe un mamotreto conceptual que algunos llaman ideología de género con el que se pretende explicar estas situaciones, pero en realidad no sabemos de dónde provienen, al menos desde lo que implican jurídicamente para una sociedad. Por su parte, es evidente que, desde el punto de vista humano, son comportamientos trastornados por el hecho de ser muy minoritarios. A ver, el que crea que hay muchos transedad, transraza o transespecie, se equivoca gravemente. Se trata de casos muy aislados y proporcionalmente pequeños para la población total que hacen mucho ruido por su extravagancia.
Aunque la teoría queer no habla en específico de estos, sí labra el camino del reconocimiento de la autopercepción, pues considera que el humano se define de tal o cual manera porque la cultura lo ha dispuesto así, una clara referencia al concepto marxista de la alienación, que concibe que el hombre distorsiona su propia naturaleza en el mundo donde vive. La teoría queer habla en sí de los roles de género, cuestiona que los seres humanos estén encuadrados en una dicotomía masculino-femenina por realidades biológicas sino por una disposición puramente cultural, cosa que es incierta, pero que se esgrime para justificar que cualquiera pueda auto percibirse como le dé la gana.
El fenómeno transgénero siempre existió como travestismo y ahora como transexualidad gracias a que la ciencia puede realizar procedimientos para cambiar el fenotipo sexual, pero esto de los transedad, transraza y transespecie es post-moderno; de hecho, ni siquiera a la psicología le ha dado tiempo de proporcionar una explicación concluyente. Se habla de trastornos de identidad, pero no existe una diagnosis como la disforia de género o el trastorno de identidad disociativo (mejor conocido como desorden de personalidades múltiples). Por eso me resulta un fenómeno sospechoso y potencialmente peligroso.
Los seres humanos han asumido parámetros básicos conforme a la identidad porque ha sido un mecanismo eficiente para la convivencia. Es más sencillo convivir en un entorno donde hay certeza de la identidad del tercero, y con esto no me refiero a nombres o determinados estatus sociales, sino a las cosas más básicas, a ser alguien descriptible y no un ser con características indeterminadas o raras.
Dirán que es prejuicio, pero realmente es un mecanismo muy antiguo que garantiza la seguridad: si una persona comete un crimen, es más fácil aplicarle la justicia al saber quién es y poder categorizarla. De allí que los criminales, sobre todo los grandes profesionales del crimen, se vuelvan maestros en el ocultamiento o cambio de sus identidades con el uso de máscaras, pasaportes falsos, hasta cirugías plásticas.
Asimismo, los parámetros de identidad sirven para que los humanos nos relacionemos al permitirnos establecer quién se parece más a nosotros o quién comparte nuestros códigos. Una sociedad en la que sea muy común auto percibirse de maneras alocadas y, de paso, que eso sirva como incentivo para ciertas modificaciones corporales, podría degenerar en una distopía de la introspección, un mundo donde sería difícil convivir porque, si lo diferente genera rechazo, lo que es muy diferente lo generaría más.
¿Significa esto que debemos defenestrar a los transedad, transraza o transespecie? Para nada. Son personas aunque muchos de ellos piensen que no lo son. Se merecen ser y actuar libremente como todo ser humano, una libertad que terminaría donde empieza la libertad del otro, y esto es importante destacarlo.
Estas personas exigen al Estado derechos especiales, la mayoría de los cuales devendrían de la idea de incapacitación o exoneración de deberes. Como vimos en el caso de los transedad, estos añoran los beneficios que tienen aquellos a los que la ley considera menores y los transraza buscan el reconocimiento de privilegios raciales. En el caso de los transespecie, el objetivo último es la incapacidad, tal y como pasa con Tom Peters, un hombre británico de treinta y cuatro años que se auto percibe como un perro dálmata, y según una entrevista que concedió en 2019, pasa todo el día haciendo cosas de perros: juguetear, comer galletas, morder cosas, dormir en una jaula… ¿Exigiría una subvención al Estado al ser un perro que no puede trabajar?, me pregunto.
He allí donde radica el problema de que la justicia estatizada reconozca las identidades transespecie, transedad y transraza; esas personas no son lo que dicen ser por mucho que lo aleguen: un cincuentón no es una niña de seis años, no sólo no tiene su complexión, tampoco tiene su psicología y mucho menos sus necesidades. Dudo seriamente que ese señor se siente a jugar con muñecas o sintonice el canal de dibujitos animados mientras nadie le mira, así como creo que ese perro trans no come galletitas ni se distrae sólo mordiendo cosas.
Otorgarle privilegios especiales sería un efecto llamada para listillos y gente que querrá vivir del cuento viendo lo fácil que resulta, y es que es muy atractivo que otros (los contribuyentes) paguen tus excentricidades. Vamos, no hablo necesariamente de prohibir estas cuestiones; yo no creo en prohibir. Para mí todo el mundo tiene derecho a hacer con su cuerpo lo que se le venga en gana, siempre y cuando no afecte a personas que no pidieron ser afectadas o no aceptaron previamente la carga de estas conductas.
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Escritor y periodista
Columnista en The Wynwood Times:
El escribiente amarillo