Por Florángel Quintana.
Con el tornado que significó la llegada de ese virus mortal, se dispersaron nuestros lazos, volaron por los aires nuestras costumbres y desapareció ese rasgo tan humano de ser gregarios.
Desde los tiempos de cavernas, la reunión frente al fuego y la atención a las narraciones de los ancianos, el hombre ha sabido complacerse de estar en grupo. Nos volcamos a las fiestas, los encuentros; los espectáculos, la masificación de los gustos comunes. Gozar un concierto apretujados de alegría tras unas melodías que nos sensibilizaban la piel. Rugir en coro como enloquecidos ante un partido de fútbol. Disfrutar de la oscuridad frente a una pantalla que contaba historias maravillosas y suspirar, gritar y reír en sintonía con otros.
La pandemia nos alejó del contacto con extraños, esos que aceptábamos cerca, con los que compartíamos aficiones y preferencias. Gente que danzaba junta en festivales, que comía cerca en ferias gastronómicas, que arrancaba apiñada para hacer un maratón.
Dice la profesora en Filosofía del Derecho y doctora en Derecho Carmen Cortés, que:
“La sociabilidad es una dimensión a través de la cual se pone a la luz de un modo muy relevante la condición racional, comunicativa y perfectiva del ser humano”.
Me pregunto ahora, ¿Cómo se ha transformado nuestra sociabilidad? Ahora estamos experimentando mayor reticencia al otro. Miramos con recelo a quien tose cerca de nosotros, a aquella que ande sin mascarilla. Vemos con angustia una reunión de más de diez personas en la casa del vecino.
¿Cuánto estamos perdiendo en esta nueva realidad asocial?.
¡Cuánto hemos sacrificado de estar en compañía!
Estar en contacto con amigos, compartir con compañeros, conocer a nuevas personas, todo esto se ha vuelto un asunto para pensarlo. Ahora racionalizamos esos instantes que eran el summun de la espontaneidad. Esas juergas a propósito de nada, que resultaban espléndidas porque no había ningún plan y eso era lo divertido.
¿Nos estaremos olvidando del placer de estar entre otros? Ojalá no. Mientras tanto, recordemos a Aristóteles en su obra Ética a Nicómaco cuando plantea:
“Se reúnen los hombres siempre para satisfacer algún interés general, y cada cual saca de la asociación una parte de lo que es útil para su propia existencia. (…) por el simple placer de verse juntos.”
Se aquietarán los vientos, se alejarán los miedos y respiraremos conformes. Nos tocará seguir siendo gregarios desde lo digital. Ser humanos gracias a la tecnología.
Vaya simbiosis.
Escritora y cronista.
Columnista en The Wynwood Times:
Vicisitudes de una madre millennial / Manifiesto de una Gen X