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Por Florángel Quintana.

Venimos escuchando y leyendo sobre eso que ha dado en llamarse la “nueva normalidad”. Tras la llegada de la pandemia neooscurantista ha surgido la necesidad de creer que estos largos meses de retiro, confinamiento e incertidumbre no tienen un fin, sino que más bien debemos acostumbrarnos a esa mutación cultural de promover cambios en nuestra manera de hacer vida y de ser sociales.

Es así, el miedo ha brotado como la peste.

La histeria se ha acorazado en las casas. Se teme a un estornudo, un apretón de manos, un saludo afectuoso. Nada garantiza que seas la próxima víctima de una enfermedad cuya cifra luctuosa mundial es de 10.842.615 contagiados y de 520.785 muertos (Informe oficial al 2/7). Son 5.724.851 personas recuperadas, cifra que, al parecer, a nadie alegra porque se está más enfocado en hacer eco del peligro del contagio, no de las peculiares condiciones de quienes han muerto: problemas del corazón; una enfermedad crónica respiratoria o cáncer.

Hay que entender que el COVID-19 es una crisis epidémica que secciona las generaciones. El mayor número de muertos pertenecía a los Baby Boomers, ancianos en pobres condiciones de salud. Hay casos en los de la Gen X, cuarentones y cincuentones con patologías como la diabetes y la hipertensión. Los milénicos y la Gen Z tienen la cifra de más bajo rango.

La angustia se ha desplazado a la fuerza laboral. La imposibilidad de ir a tu oficina, a tu trabajo usual de 8 a 4 o de 9 a 5 y de estar en contacto con compañeros de oficina y clientes, ha puesto a más de uno a buscar la iluminación ante tanto mal augurio. ¿Y cómo se pagan las cuentas entonces?

La nueva realidad es que hay que descubrir nuevas maneras de hacer dinero.

Los Millennials han visto más oportunidades en el mundo digital, ese que conocen a la perfección. Los Gen X expuestos a tantas horas frente a sus dispositivos han visto la solución a sus dudas en las yemas de sus dedos. Se han lanzado charlas, cursos, seminarios a diestra y siniestra. Han aparecido por doquier asesorías, tutoriales en línea, consultas; se han activado las entregas a domicilio y las reuniones por aplicaciones diversas.

Lo nuevo es esmerarse en conectar con los demás a distancia dando una sensación de cercanía y atemporalidad. Parecer que estamos muy cómodos hablándole a un rectángulo en vertical con una cara que se mueve y habla con varios nanosegundos de retraso, pero que nos reconforta porque es otro ser humano padeciendo lo mismo que nosotros.

La realidad se ha vuelto distinta. No es peor o mejor, es solo un reto magnífico a las acostumbradas formas de comportarnos frente a otros. Lo sabemos, la sociedad ha dado un traspiés, y todavía no sabe cómo seguir la marcha. Con pasos tímidos saldremos de ese recorrido entre el sofá, el escritorio y la cama. Mientras tanto toca hacer ese curso, ese webinar; pautar esa Master Class; llenar bandejas ajenas con nuestros correos invasivos ofreciendo saberes al mejor postor.

 A ver cuánta creatividad se habrá despertado una vez se haga parte de nosotros vestirnos para la ocasión, incluyendo la mascarilla a juego.

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Escritora y cronista.

Columnista en The Wynwood Times:
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