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La prostitución es la carrera más antigua del mundo. Hay registros de ella en hallazgos tan arcaicos como el código de Hammurabi, escrito en 1750 a.C. por el rey Hammurabi de Babilonia. En él se regula la actividad de los hieródulos o esclavos dedicados al culto a los dioses, entre quienes había mujeres que vendían sus cuerpos a cambio de fondos para los templos.

Después, la prostitución ha aparecido referenciada en otras partes: textos sagrados, filosofía, literatura, chismografía popular, y seguirá formando parte de nosotros por siempre, pero… ¿por qué? ¿Por qué miles de profesiones han muerto definitivamente mientras que la prostitución sigue allí?

El sexo es una necesidad fisiológica como comer o dormir; si bien no es vital para el individuo en sí mismo, lo es para la humanidad en su conjunto. La naturaleza ha dispuesto que sea placentero para garantizar su práctica; no obstante, también está condicionado por factores autoregulatorios, como la atracción física, el enamoramiento o, incluso, el status social. Por eso no cualquiera puede tener sexo con la frecuencia que desearía; depende de que el otro acepte proporcionárselo.

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Hubo una época en la que Hialeah fue el epicentro de la aristocracia de Estados Unidos y el mundo. John F. Kennedy, Winston Churchill y Richard Nixon, entre otros, eran asiduos concurrentes.

De hecho, copular nunca ha sido tarea sencilla. Aparte de los reguladores naturales de frecuencia, también están los rituales de cortejo, que en los momentos más anticuados de la civilización humana hasta años podían durar: un hombre (mayormente) le era prometido a una mujer, luego sellaban su compromiso y por último ocurría el matrimonio; o sea, procesos largos que debían cumplirse antes de la primera relación sexual.

Entonces, no era común tener noches locas. Casi todos creían que el sexo estaba reservado para momentos especiales de la vida, y he aquí donde la prostitución hacía acto de presencia: era consumida casi exclusivamente por hombres con ganas de estar con alguien distinto a sus esposas sin pasar por el largo proceso del cortejo.

A pesar de que Occidente ha dejado atrás esa realidad, practicar sexo hoy en día tampoco es tan fácil. Por mucho que se diga que los millenials somos unos guarros que cogemos con el primero que se nos pone en frente, la verdad es que ni los recursos con que contamos ahora (aplicaciones, moteles temáticos, métodos anticonceptivos económicos…) sirven para que nos entreguemos siempre. Todo lo contrario, esa relativa facilidad hace que nos volvamos más exigentes y que, paradójicamente, tengamos menos sexo (ya había mencionado algo de esto en un artículo llamado Cuando el amor virtual nos pone fecha de caducidad, publicado en una anterior entrega del Escribiente Amarillo). Eso sin mencionar a quienes no cumplen con los cánones de belleza, tienen avanzadas edades o alguna clase de defecto físico muy visible; a esos se les dificulta demasiado tener la vida sexual que desearían y por eso ven en la prostitución un alivio, una razón para no sentirse excluidos.

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¿Trabajo o vida fácil?

La prostitución siempre ha sido mal vista. Se cuestiona su ruptura con los procedimientos tradicionales del cortejo, establecidos caprichosamente por la religiosidad; pero más se cuestiona su aparente facilismo, y en esto me quiero concentrar: existe esa idea viciosa de que el trabajo debe ser un sufrimiento, aunque nos saca de la inacción, un estado en que el hombre se desgasta física y mentalmente, y quien haya pasado largas temporadas en la vagancia sabrá de lo que hablo. Además, trabajar es gratificante si casa con el proyecto de vida planeado, de allí que se diga (haciendo igualmente alusión a la tóxica idea que intento criticar) que «no se siente como trabajo hacer lo que te gusta».

Así como se asume que el trabajo es una condena, se asume que los prostitutos siempre disfrutan el oficio, y no. Basta con imaginarse a uno mismo haciéndolo para darse cuenta: atender sexualmente a personas que en su mayoría no nos atraen o que, inclusive, nos dan un poco de asco; hacer del dinero el único motivador de la repuesta erótica…

Algunos dicen que la prostitución es fácil porque no se necesita tener más que una vagina o un pene para ejercerla, y técnicamente es cierto, aunque tal afirmación sería comparable a cuando decimos que alguien con estudios básicos puede afrontar el mercado laboral y ascender allí sin talentos especiales. Si bien cualquiera con una vagina o un pene puede cobrar por sexo, no todos están dispuestos a pagarle. En la prostitución, el cuerpo es el capital y, como todo capital, será más o menos eficiente generando riqueza de acuerdo con sus características.

Es común que quienes se prostituyen tengan vidas organizadas y sanas; quizás suene raro, pero tiene que ser así porque sus cuerpos lo necesitan para funcionar sexualmente, sobre todo los varones, que dependen de una erección. Asimismo, deben ser atractivos o marcar la diferencia en un mundo donde casi todos tenemos órganos sexuales funcionales, de allí que se ejerciten o se operen, invierten dinero, tiempo y esfuerzo. Y es que, si fuera sencillo ser atractivo, la prostitución no existiría.

Entremos en terrenos más complejos y en el porqué de contratar a un trabajador sexual: la mayoría no lo hace ahora por falta de frecuencia sexual, sino porque idealiza a cierto tipo de persona que no estaría con él/ella si no hubiese una transacción económica de por medio. También se contratan por su disposición a cumplir fantasías, cuestiones que la gente normal no haría porque se lo impide la pacatería del común o ciertas aversiones.

No dudo que haya gente que se dedique a la prostitución pues le parezca más sencilla que otras labores o crea que no tiene talento para otra cosa, pero también es justo recordar que una buena parte la ejerce por necesidad, porque sus circunstancias de vida no le dan para hacer otra cosa; en la jinetería cubana se ve mucho eso.

De todas maneras, debería darnos igual que un trabajador sexual disfrute o no su trabajo siempre que lo esté ejerciendo de forma voluntaria, y es bueno que hagamos una pausa aquí: la prostitución es siempre una actividad voluntaria. Se habla mucho de mafias, como la Yakuza, que secuestran a personas alrededor del mundo (sobre todo mujeres) para convertirlas en esclavas sexuales, pero eso no es prostitución, es secuestro, extorsión, amenaza, esclavitud, y debe castigarse. 

¿Alguien sabría decirme por qué la prostitución está muy mal vista?

 Todo el mundo asume que está mal. Así nos diese igual en parte, nunca desearíamos que nuestros hijos la ejerciesen (ni siquiera los propios trabajadores sexuales quieren eso para sus hijos) y jamás sería la primera opción para nuestro futuro profesional. ¿Pero, por qué es así? El origen de tal vapuleo está en los libros religiosos, que no dan razones claras de por qué les parece mal más allá de que Dios diga que lo está (igual pasa con otras cuestiones que prohíben).

Si saliésemos a la calle e hiciésemos esa pregunta a la gente de forma random titubearían. De hecho, la pregunta ni siquiera se plantea comúnmente. He ido a YouTube pero no he visto ningún video que la tenga (o variantes) como título.

¿Será un problema de insalubridad? Se le cuestiona mucho eso; sin embargo, hay oficios muy insalubres, como la limpieza de cloacas, que no tienen esos estigmas. A ver, no nos vayamos tan lejos, la misma promiscuidad como modo de vida no está tan mal vista como la prostitución, aunque sea lo mismo en esencia. Para muestra un botón: mientras que a la promiscuidad se la trata desde la psicología, a la prostitución se la trata desde la legalidad.

 

¿Legal o ilegal? 

 

Lo que sí me he encontrado en YouTube son debates entre personas que están a favor o en contra de su permisividad. Quienes quieren prohibirla insisten en el tema de la trata, aunque ésta exista igual en países donde la prostitución es ilegal, y es que la trata está directamente relacionada con la ilegalidad del proxenetismo, que opera de manera similar al narcotráfico.

En casi todo mundo, el proxenetismo está penalizado. La figura del manager o la madame es más como la de un mafioso porque prohibir una actividad no la elimina, la vuelve clandestina. Los proxenetas se comportan como mafiosos porque la única manera en la que pueden dirimir sus conflictos (sea con su competencia o su personal) es violenta, a tiros. No pueden litigar en un tribunal porque el Estado no se lo permite. Además, para los trabajadores sexuales, la gestión de un tercero es necesaria, sólo hace falta preguntarle a cualquier prostituto sobre el tema y evidenciaríamos que casi todos trabajan en burdeles, con chulos o se anuncian en páginas web que les cobran una cuota mensual.

Aquí cabe destacar la opinión liberal en el tema: los liberales estamos a favor de que la prostitución y el proxenetismo se despenalicen no porque nos fascine que la gente incurra en dichos servicios, sino porque suponen contratos voluntarios que ocurren entre personas adultas y que no perjudican al conjunto de la sociedad. A muchos les molesta pensar que alguien esté dispuesto a vender su cuerpo de tal forma, y aunque opine que está mal ante los ojos de Dios, ciertamente es legítimo.

Cuando hablamos de tratamientos legales sobre una actividad determinada, debemos sacar de nuestra cabeza la mayor cantidad posible de prejuicios religiosos; estos no casan con el comportamiento natural de la gente y resulta en imposiciones absurdas cuando inspira las decisiones que toma el poder político.

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Nixon Piñango
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Escritor y periodista

Columnista en The Wynwood Times:
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