Por Richard Rey.
El origen de este artículo se basó en una encuesta que decidí publicar en mis redes sociales a raíz de la polémica causada por la actual Miss España, Angela Ponce, una chica transexual. La pregunta en cuestión fue: ¿Puede una mujer transexual participar en un concurso de belleza como Miss Universo? Y las respuestas, en su mayoría, estuvieron en desacuerdo.
Hasta ahí todo bien. Las posturas negativas las encuentro respetables e incluso entendibles pues pienso que el foco principal de la polémica es el contexto de la situación. Si Angela Ponce o cualquier otra mujer Transexual, Transgénero, Intersexual u Homosexual optara a un cargo público o incluso a la presidencia de su país, la cosa habría sido menos relevante, menos “Ave María Purísima”, que el hecho de presentarse al certamen de belleza femenina más importante del mundo.
Hubo quienes arremetieron en contra del concurso. “Qué no podía ser. Que si no aceptaron a Miss Ucrania por ser mamá. Que si el certamen es misógino”, en fin. Pero donde sí quise ahondar fue en los comentarios de tinte intolerante como “Ese es un concurso para mujeres que nacieron mujeres”. “¿Mujer transexual?, o es mujer o es hombre y punto”. Y otros similares.
Cuando se indaga y profundiza en las razones que originan un comentario heterosexista o algún acto homofóbico casi siempre nos encontramos con que son sostenidos por dos grandes pilares: La ignorancia y el miedo. Y, frecuentemente, en la base de estos pilares se encuentra la religión. Esa misma religión que condena el aborto, que desaprueba el matrimonio igualitario, pero que se hace cómplice de un aberrante delito al proteger a sus curas pederastas.
Todo lo que no entendemos nos asusta y por ende lo rechazamos y atacamos. Rara vez nos tomamos el tiempo de averiguar, de tratar de entender, de aprender. Lamentablemente lo único que puede destruir estos pilares es el tiempo, pero suele tardar su tiempo. De hecho tratar de evolucionar y mejorar nuestra calidad humana nos ha tomado los últimos veintiún siglos y así seguiremos, pues justamente la evolución trata del surgimiento de cosas nuevas, de cambios importantes. El problema está en lo que tardamos en adaptarnos a esos cambios.
Creo que si un ser superior nos observara, llámese Dios (en cualquiera de sus acepciones) o criaturas de una galaxia muy, muy lejana concluirían en que nuestro mayor denominador común es la capacidad de emitir juicios de valor a priori entre nosotros mismos y especialmente en temas irrelevantes. Por ejemplo, me impresiona ver cómo en Venezuela se le presta más atención en las redes sociales a una pelea de muy bajo nivel entre ex-mises que a la desgarradora entrevista del ex-preso político Lorent Saleh. Quizás por ello somos unos expertos en demostrar nuestra agudeza por twitter, pero incompetentes a la hora de elegir a quienes conducirán el destino de nuestras naciones.
Vivimos “defendiendo” los derechos humanos hasta que el derecho de un ser humano nos hace sentir incómodos. El doble discurso moral se ha convertido en el deporte más practicado en el mundo. No nos preocupamos por descubrir qué es lo que verdaderamente está bien y qué está mal. La historia está plagada de incongruencias basadas en nuestros miedos e ignorancia. A Jesús lo mató su propio pueblo por blasfemo y creerse el hijo de Dios, a pesar de que días atrás multiplicara el pan y el vino, caminara sobre las aguas y resucitara a los muertos. Sin embargo, cuando el pueblo tuvo la oportunidad de liberarlo de la crucifixión todos gritaron a coro: “Pero no me acuerdo, no me acuerdo y si no me acuerdo no pasó”.
La esclavitud es una práctica abominable. En especial por los crueles y salvajes tratos a los que eran sometidos los esclavos. No obstante su abolición fue uno de los cambios más lentos por los que ha pasado la humanidad. Desde 1772, cuando Lord Mansfield declaró su ilegalidad en Inglaterra hasta 1980, cuando Mauritania se convirtió en el último país en abolirla. Y sin embargo, existieron algunos esclavos (en especial los de edad más avanzada), que justamente por el temor que representaba salir a un nuevo mundo que desconocían más allá de los predios de sus amos, prefirieron quedarse en el entorno que conocían. Quizás por aquello de “vale más malo conocido que bueno por conocer”.
Luego vino la discriminación por razas. El holocausto judío cobró la vida de al menos once millones de personas y todo por las delirantes ideas de un demente que quería crear una “raza pura” y al que, evidentemente, nadie le mostró un espejo, pues aquel enano de facciones poco agraciadas y con un intento de bigote que nunca llegó a ser, no era el modelo más idóneo de esa “raza” que pretendía liderar.
Pero tenemos una discriminación más antigua: el color de la piel. En países como Estados Unidos, la lucha por los derechos entre blancos y negros fue larga y llena de situaciones trágicas (El asesinato de Emmett Till, 1955; Rosa Parks y el boicot de autobuses en Montgomery, 1955-57; el triple homicidio por parte del Ku Klux Klan en Mississippi, 1964; el asesinato de Martin Luther King, 1968) que desencadenaron grandes logros en materia de igualdad, hasta alcanzar que un “afroamericano” llegara a la Casa Blanca.
Luego tenemos las luchas por los derechos igualitarios de los homosexuales quienes también han tenido que pasar y siguen pasando por múltiples discriminaciones y aunque se ha avanzado bastante, aún queda mucha oscuridad por iluminar de mil colores. Una de las peores discriminaciones más reciente es la que se originó a causa de la aparición del SIDA. En los inicios fue relacionada con la comunidad gay masculina llegando a ponerle epítetos como “El cáncer gay” o “La peste rosa”. Incluso no se le dio la importancia necesaria en su momento pues se creía que si tú no eras gay no tenías nada que temer. Y los más ortodoxos hablaban de “un castigo de Dios para esos aberrados”. No fue hasta que empezaron a aparecer los primeros casos en mujeres y hombres heterosexuales que se comenzó a investigar con más ahínco las causas de la enfermedad y tratar de hallar una cura. Sin embargo al existir tanta ignorancia sobre el tema y las posibles formas de contagio, el trato hacia los pacientes fue terrible. Se les aislaba, se evitaba tener cualquier tipo de contacto físico con ellos. Muchos eran abandonados por sus familiares y al fallecer los cadáveres que no eran reclamados se incineraban, o en el peor de los casos eran arrojados en bolsas de basura junto a desechos tóxicos del hospital sin que nadie pensara en los derechos de esas personas.
Pero quizás quien más ha tenido que luchar sin descanso por su igualdad y derechos es la mujer. ¡Cómo le ha tocado! Me pregunto cómo habría sido la historia si hubiera sido Adán el que mordisqueara la manzana en lugar de Eva. Quizás Dios hubiera enviado a su hija y —estoy seguro— que en ese caso a Pilatos se le habría dificultado un poco más el asunto del lavado de manos. Pero bueno, el hecho es que la mujer ha tenido siempre que soportar una doble discriminación, pues el hombre tuvo que lidiar con ser esclavo, judío, negro o gay. Mientras ella debió hacer lo propio con ser esclava, judía, negra o lesbiana y además mujer. Por eso su lucha ha sido más meritoria pero a la vez mucho más dura y desgastante. Años atrás podía ser encarcelada por usar pantalones. No le era permitido votar. No podía administrar sus propios bienes en el matrimonio, ni heredar, ni divorciarse sin que mediara la autorización de su esposo. Participar en actividades orientadas exclusivamente al hombre como enrolarse en las fuerzas armadas, no estaban permitidas. Aún hoy en día, en muchos países no pueden decidir sobre su propio cuerpo al no contar con amparo legal para el aborto.
Pero han ganado muchas otras batallas. Y quizás la última es entender que no hace falta tal empoderamiento. Lo que hace falta es justicia, equidad y coherencia. Justicia para que de una vez cese tanta violencia de género sin sentido. Equidad para que se reconozca su capacidad de desempeño en cualquier trabajo y que se le remunere en consecuencia, obteniendo el mismo salario que el hombre. Y coherencia para que no estemos dando discursos de que “ya basta que se vean a las mujeres como una mercancía sexual” a los pocos segundos de cantar una canción cuya letra reza “si tú me llamas nos vamos pa’tu casa, fumamos marigüana y nos metemos en la cama sin pijama” ¿”the show must go on”?
Quise hacer este pequeño y muy escueto resumen de cómo hemos evolucionado en materia de derechos humanos para percatarnos de que muchos aún no hemos aprendido nada. Seguimos discriminando lo que nos parece inconcebible. Podemos ser hombres o mujeres, judíos, cristianos, musulmanes o agnósticos, podemos ser negros o blancos, podemos ser heteros o gays, pero no podemos aceptar que una mujer transexual ejerza su derecho de reafirmarse como mujer.
Tengo la esperanza de que en un futuro muy cercano cualquiera que lea este artículo se ría al enterarse de que una vez se discriminaba a las personas trans y que el problema en ese momento sea la lucha de los derechos de los clones. Un futuro donde se comprenda la diferencia entre los conceptos de Transexual, Transgénero, Cisgénero, Travesti, Intersexual, Homosexual, Heterosexual, Andrógino, Orientación Sexual, Identidad de Género, Homofobia o Heterosexismo. Porque todos, absolutamente todos, estamos representados por una o varias de esas palabras y es muy probable que ni lo sepamos.
No olvidemos que cada vez que señalamos a alguien no pensamos que mañana pueden señalar a alguno de nuestros hijos o seres queridos.
Aprendamos a aceptar las diferencias porque en ello radica el respeto.
Actor y cronista teatral
Columnista en The Wynwood Times:
Textos y guiones