Por Jason Maldonado.
Hay libros que leemos con verdadera delectación; libros que desde la primera página de modo intuitivo y después literal, sabes que no podrás soltarlo hasta el final. Esto, además, se intensifica cuando estás frente a un texto de no ficción, bien porque venga del lado ensayístico, testimonial, diarios, o como es el caso, por ser una Autobiografía espiritual. Esta fue la sensación que tuve con La otra búsqueda, del profesor, escritor y poeta Rafael Arráiz Lucca, individuo de número (ocupa el sillón V) de la Academia Venezolana de la Lengua que, con sincera modestia, dice entre sus primeras líneas: “Confieso que me da una pizca de vergüenza la escritura en primera persona del singular, después de llevar años trajinando el nosotros en los textos académicos que escribo”.
Para los que tenemos la suerte de conocer en persona al autor sabemos que esa “pizca de vergüenza” es cierta. Al menos en mi caso particular, las veces que he conversado con él (par de veces en mi programa de radio y dos veces más en una librería caraqueña) he notado ese toque de timidez de quien sabe de lo que habla pero sin matizar lo conversado con arrogancia de ningún tipo, entreviendo por allí el rastro de un “supuesto” (las comillas son mías) miedo escénico al conversar rodeado de gente en cualquier lugar, ante un micrófono en la radio o dando clases en un auditorio repleto de estudiantes. Lo digo de otro modo, leer este libro es escucharlo, o como señala el propio autor, “cuando leemos entregados la voz del autor nos habla, literalmente nos habla.” Esta sensación me la causó también La lámpara maravillosa de Ramón María del Valle-Inclán, por algo será.
Rafael Arráiz Lucca. Fotografía de Blas Pifano
En La otra búsqueda Arráiz Lucca traza un arco de vida, desde los recuerdos de su infancia hasta la actualidad. Me causó gracia que sus primeros años transcurrieran en “la vieja urbanización El Paraíso”, en donde también viví, y en el callejón donde, muchas décadas después, yo también daría mis primeros pasos en busca de alguna noviecita; el referente a la capilla del Colegio San Agustín donde estudió mi padre y, por supuesto, sus primeras inquietudes religiosas que el padre Argüello le supo capear, especialmente el conflicto de aquel joven Rafael que, entre indignado y quizás aterrado, tenía como requisito fundamental renunciar a Satanás para hacer la primera comunión cuando ni siquiera sabía “quién era ese señor”.
En este tenor van las anécdotas y reflexiones trascendentales como la anterior, pero igual de importantes como la referida a la muerte cuando contaba con tan solo seis años de vida, y un par de años después, el recuerdo imborrable del terremoto de 1967. Luego la adolescencia y su primera motocicleta, todo bajo la tónica de la remembranza cálida y siempre afectiva, esos “estados iniciales y balbuceantes de meditación”. Inevitablemente también están los primeros pasos en torno al amor, de las veces que lo cambiaron por otro y las veces que él hizo lo propio hasta llegar a la mujer indicada; estado en el que supone que empezó a escribir poesía.
En todo el recorrido del libro son fundamentales los referentes, los pilares culturales y especialmente literarios que, en buena parte, formaron o abrieron la senda del lector, escritor y docente que es. Antonio Machado, Bertrand Russell, Cadenas, Montejo, Liscano, Rojas Guardia, Eliot, por el lado la poesía; Lacan, Freud y Jung por el lado del misterio que siempre ha sido la mente humana; cristianismo, budismo, taoísmo, por nombrar solo tres desde la perspectiva religiosa del mundo. Lecturas todas que fungieron para formar, no tan solo al poeta y docente, sino al narrador que también ha escrito una cantidad ingente de libros que son referentes para conocer y tratar de entender parte de la historia venezolana.
Con los años todo ese proceso de formación se decantaría en varias vertientes. Una de ellas fue el taller de poesía que dirigió y del cual nació el grupo Eclepsidra, que hasta el día de hoy, continúa avanzando bajo el mismo nombre pero como una editorial, de las más prestigiosas si de poesía se trata. En estas breves líneas es imposible abarcar todos los referentes, vivencias y anécdotas que formaron y aún forman parte de la vida de Rafael Arráiz Lucca. Dejo de lado la experiencia de trabajar en el Conac; el contacto con algunos presidentes de Venezuela; la partida y el regreso al país años después; el aprendizaje de la meditación; El Quijote, Cioran, Uslar Pietri y Sai Baba, entre tantas cosas más. Tampoco es mi intención contar más de la cuenta. Queda de parte del lector curioso sumergirse en estas páginas para que haga su propia búsqueda, que siempre será única y muy distinta a la que cada quien se pueda trazar. “El taoísmo goza de una virtud enorme: su humildad verdadera, su respeto”, palabras de un hombre que superó los conflictos y avatares de la egoteca de cada escritor, de cada ser humano. La otra búsqueda es una hermosa lectura que les recomiendo.
Fun facts:
- Imaginar el gol olímpico que marcó R.A.L. en el colegio San Agustín y que gracias a ello ganó cierta fama.
- La lista de los cien libros que toda persona culta debe leer. Elaborada junto a José Balza. Estoy a la espera de dicha lista.
- La extraña y misteriosa experiencia con “los mamos” en Bogotá. Prefiero referir las palabras del protagonista: “La magia me interesa mucho por su poder metafórico, pero le tengo respeto”.
- Sathya Sai Baba materializaba, entre otras cosas, unas cenizas llamadas “Vibhuti”. Al respecto dice el autor: “Las materializaciones siguen siendo un misterio para mí, no sé qué son ni qué significan, ni por qué las hacía”. Lo cierto es que en mi casa, cuando muchacho, vivía una tía que era muy devota de este gurú. Por supuesto, tenía un foto enmarcada (siempre me llamó la atención su prominente afro) y un pocillo contenedor con dichas cenizas, las mismas que boté pensando que eran cenizas de cigarrillo. Imagínense el monumental regaño que me dio… Om Sai Ram.
Licenciado en Letras y escritor.
Columnista en The Wynwood Times:
El ojo del vientre