Mario Vargas Llosa _ Foto AFP
Por Jason Maldonado.
Leer Tiempos recios de Mario Vargas Llosa implica encontrarse con esa voz literaria entrañable, la misma que fascinó a miles de lectores con la memorable Conversación en la catedral y aún más y por razones que explicaré a continuación con La Fiesta del chivo. Voz que, hay que decirlo, es fundamental para las letras latinoamericanas y mundiales. Todo autor, por grande que sea, tiene sus vaivenes con su producción narrativa. En tal sentido, el comentario viene por su publicación anterior, Cinco esquinas, texto entretenido y bien escrito, sin duda, pero que a mi manera de ver no deja aflorar esa voz tan característica, tan vargasllosiana que desde hace rato extrañaba. Por supuesto, habrá quien refute esto con respecto a Cinco esquinas, lo cual respetaría, pero no compartiría. Como dijo Evelyn Hall, que no Voltaire, “estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”. Pero vayamos a la obra.
A manera introductoria el narrador nos da a conocer dos personajes fundamentales para la historia: Edward Bernays y Sam Zemurray, cuya única coincidencia entre ambos es vivir la misma época y ser judíos. El primero, muy habilidoso con la palabra y quien se cree ser el creador de las “relaciones públicas” en este lado del mundo; el segundo, un hombre vulgar, ordinario, pero fundador y dueño de la empresa bananera United fruit, empresa que crecerá como la espuma en Guatemala, un país aún anclado al siglo XIX, racista, prejuicioso y profundamente beato; hombres de bajo perfil, poco reconocidos por la historia, pero que a juicio del narrador, indispensables para lo que fue la evolución del país centroamericano.
Ambientada en 1954, la historia nos pasea por el golpe de estado ejecutado por Carlos Castillo Armas, conocido también como cara de hacha, en supuesta componenda con la CIA estadounidense para derrocar a Jacobo Árbenz, y en torno a esto, Vargas Llosa despliega su característico arsenal narrativo para contarnos no solo esto, sino también, para expandirse sobre las pequeñas ramas que nos lleva al movimiento popular Revolución de octubre; al asesinato del coronel Francisco Javier Arana, con lo cual se abrió un flanco inmenso para permitir la entrada del comunismo a Guatemala; a la reforma agraria que terminó siendo el detonante que dio paso a dicho derrocamiento, entre otras tramas que, de una u otra forma, dan razones y vida al mundo político aquí descrito con la maestría que ya todos conocemos.
Paralelamente, Tiempos recios expone una pequeña parte del mundo político de los Estados Unidos como policía del mundo, con sus arreglos y componendas para surtir efecto en Latinoamérica. Vemos como con el presidente Truman no se pudo invadir Guatemala, pero sí bajo la presidencia de Eisenhower se decidió la invasión armada, y sobre todo, gracias al nuevo secretario de estado John Foster Dulles y a su hermano Allen Dulles, jefe de la CIA, ambos exapoderados de la mencionada United Fruit. Una vez puesta la renuncia de Árbenz, fueron cinco las juntas militares que se dieron en Guatemala para reestablecer la normalidad, es decir, la famosa “junta temporal” la cual se disolvería hasta que hubiera una nueva constitución.
Mientras todo esto sucede, se dan los respectivos saltos temporales para contar las diversas historias que van hilvanando la trama general. Asistimos así a la vida de Miss Guatemala, Martita Fermín, que termina siendo la querida del militar y nuevo presidente, Carlos Alberto Castillo Armas, cuyo mandato duraría solo tres años tras su asesinato en la propia casa presidencial. La política pasa a ser de vital importancia de Martita por razones obvias, pero ésta debe huir por ser la primera sospechosa y es Mike (que no se llamaba Mike, agente encubierto de la CIA) quien la advierte. También es inculpado Enrique Trinidad Oliva de complot por el magnicidio, así que huye del país pasando años terribles, de una indigencia absoluta. Vuelve aparecer el temible Johnny Abbes García, jefe del Servicio de Inteligencia Militar de Trujillo en República Dominicana, el mismo de La fiesta del chivo. Es precisamente él, el mismo que después de lograr sacar a Martita por la frontera de El Salvador por medio del matón cubano Carlos Gacel Castro, quien la viola en su primera noche de exilio. Amén de lo dicho anteriormente, uno de los pasajes más aterradores que haya leído en la obra de Vargas Llosa (he leído buena parte de sus libros, al menos los más emblemáticos), está aquí, y es el que describe la brutal matanza que llevan a cabo los abominables tonton macoutes haitianos contra Abbes García, su mujer, las tres mujeres de servicio y sus dos niñas, porque “aquello parecía, más que una matanza, una fiesta bárbara, primitiva y ritual”.
En resumen, Tiempos recios tiene de todo: perseguidos políticos, conspiraciones, exilio, tortura, historia… elementos a los que Vargas Llosa le saca partido como nadie. También están los militares que, demostrado ya hasta la saciedad, su presencia nefasta siempre termina en dictaduras, nepotismo y corrupción. No obstante y es lo más curioso de esta historia, es que Árbenz nunca fue comunista y, para esto deberán leer el libro y sacar sus conclusiones, todo este entramado internacional que marcó la historia de Guatemala, aparentemente obedeció a la astucia de unos pocos privilegiados que defendieron los intereses de la famosa empresa transnacional United Fruit, en un país, además, que se dividió entre los que iban a favor de la esposa legítima del presidente Castillo Armas y Martita, su amante oficial.
Fun facts, ninguno, pero enumero esto:
- Las últimas ocho líneas del libro terminan siendo una clase magistral del porqué Latinoamérica sigue en una constante desgracia entre dictaduras y miseria.
- En su propia voz y en plena ficción, Vargas Llosa entrevista a una ya anciana Martita Fermín para hacer un cierre hermoso a Tiempos recios,título que, al ritmo que vamos, es de una epifanía absoluta.
Licenciado en Letras y escritor.
Columnista en The Wynwood Times:
El ojo del vientre