Por Sabrina Sandrín
Seudónimo: Molly
Siento una gran nostalgia y todavía no nos montamos en el avión, por mi cabeza pasan muchos episodios, es como si tuviera muchas personas hablando al mismo tiempo repartidas en distintos cuartos, unas están discutiendo cómo llegan al aeropuerto buscando el taxi, otras personas son de color amarillo y hablan de cómo guardar los dólares para que no nos los quiten en inmigración saliendo de Venezuela, otras personas ondean la bandera de Estados Unidos y se preparan en inglés para la llegada al aeropuerto y una persona empoderada con un megáfono le grita a todas: “Tranquilos, no pasa nada: vamos bien ”.
Regreso a mi presente y le comienzo a contar a mi hijo, por enésima vez, la historia de su abuelo de cuando llegó a este país, como para darle ánimo, mientras hacemos dos maletas y solo podemos llevar lo indispensable, ordeno la ropa con cuidado para que todo quepa bien y meto libros y libros y de repente siento que él me grita desesperado: “basta mamá, no más”.
Venezuela acogió a mi padre con los brazos abiertos, se enamoró perdidamente del país, como cuando te enamoras por primera vez. Era un italiano con ganas de vivir experiencias nuevas y salir adelante, como si hubiese vuelto a nacer. Eso hizo, formó una familia y se dedicó a aprender el español, a responder la bendición y a comer arepas con carne mechada y queso de mano, trabajando duro para sentar las bases de su vejez. Era otra época y otro momento en la historia de este planeta, que hoy vive convulsionado queriendo igualdad, pero no nos hemos dado cuenta de que la paridad empieza dentro de uno como ser, para luego dar al mundo lo que en reciprocidad y por ley universal te devuelve.
Esa noche a mi hijo le dio un ataque de pánico, le picaba el cuerpo, no podía respirar, se tiró al piso y le dije: “Ya Mau, entendí el mensaje, no nos vamos”. Fueron palabras mágicas para sus oídos. Con pasajes comprados y personas esperándonos, nos quedamos varados en el “start” de la emigración, así nomás. Sencillamente no pasamos a engrosar la lista de aquellos que valientemente decidieron buscar otra vida, otro rumbo, porque era su destino y el nuestro era pasar a engrosar la lista de aquellos que con coraje seguimos viendo a Venezuela como nuestro hogar, a pesar de todas las vicisitudes, a pesar de todas las noticias, decidimos que las cosas están y van bien cuando asumimos verlas así, con felicidad y armonía en el corazón, trabajando por ellas, enfilando la mente hacia un objetivo, reinventando, transformando, educando y por último migrando a una versión 7.0 de un venezolano con nuevas expectativas, con nuevos pensamientos, con más energía, trabajando primero en mí para dar lo mejor al país.
La emigración, no solo está en pisar una tierra nueva, no sólo está en asumir a otro país como tu patria, no sólo está en decidir quedarte en el país de origen, la emigración está en el pensamiento, en las ideas de quien decide hacerlo desde el sentimiento de cambiar de rumbo la vida, estés donde estés, porque lo cierto es que vivimos en un mismo planeta, que los límites territoriales nos los ponemos nosotros en la cabeza, que es cierto que la tecnología se ha encargado de romper con las barreras de la comunicación y nos ha puesto en marcha en el cruce de las culturas y queramos o no, “somos uno” en la inmensidad de un universo que nos está invitando a unirnos, sin tierras y sin límites.
MOLLY
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Por The Wynwood Times