Por Claudia Bosco
Seudónimo: Gisela
Suelen ser mis primeras palabras en el chat o video-llamada, imaginando siempre que estoy entrando a casa de alguna de ellas o pasando ellas por la mía (hola friend!, hola catira querida!, hola mi negra bella!, qué tal comadre?), como solía ser alguna tarde o noche de amigas, reuniones improvisadas, otras planificadas, encuentros casuales que ya no existen, que ya no hay, que ya no quedan, que ya no huelen, no se sienten, porque para sentirlo debíamos continuar juntas, acompañándonos, sabiendo una de la otra en persona, en vivo, con los cinco sentidos, con la certeza de tenernos a la mano, al alcance, para abrazar y conversar miedos, rabias, cafés, penas, confusiones, vinos, dudas, logros, alegrías.
Queda la ausencia, los recuerdos, las casas cerradas y medio vacías que te hacen creer un difuso y dudoso regreso, oliendo a recuerdos, a cerrado, a polvo, a hojas secas de otoño que no se ven, porque son de un otoño de adentro que quedó insertado en las entrañas.
Desde hace unos cuatro años, así se han ido transformando mis días. Es que nadie me consultó si me parecía, como si eso fuese relevante para emigrar, para huir, para no quedarse, ¿o sí? ¿Cómo queda todo lo construído?, todo lo compartido, todo lo bailado, lo llorado, lo desgarrado, lo reído, lo cantado, lo gritado, lo callado; sí, sé que en el corazón, en los recuerdos, más todavía no tocaba, todavía no era el momento, siento que quedé en el aire.
Mucho kilometraje recorrido y se desmoronó, a pedazos, en días, en semanas, en meses, como si me hubiesen anestesiado sin darme cuenta, viéndome en cámara lenta, porque aún lo sigo digiriendo así, lentamente, para mantenerme engañada yo misma con que sí se le va a poder dar continuidad a todo lo que juntas formamos y sembramos.
No me quedan ganas, me da pereza empezar de nuevo, ya no existe ese tiempo para el otro, el que era holgado y al cual sacándole provecho lograba las mejores conversas, los mejores momentos de mi vida, los de calidad sí, los intensos, los enriquecedores, los más espontáneos, los más locos, los auténticos, los que me hicieron ser gran parte de lo que soy ahora, sin buscarlo.
La vida antes tenía tiempo para ponerte a las personas más espléndidas del universo en tu camino, pero ese recurso no es renovable, y me tocó asumirlo así.
Cómo me cuesta y me duele relacionarme en un país tan vacío, de corazones desalmados, con gente que ya no se parece a ti, que no tienen nada en común, con gente sumergida en sus apariencias, desesperadamente deseando pertenecer a algo que por lo general es tan triste, tan desenfocado, tan desentonado.
Me merecía y me había ganado el derecho de disfrutar de esta etapa de mi vida con ellas, entre ellas, con las que yo sí pude elegir desde mi ser, en nuestro país, aquí, en nuestros lugares favoritos, con nuestros soles y lunas, en nuestras playas, en nuestras calles.
Me queda aprender a abrazar una vista hermosa de mi Ávila, un atardecer de diciembre, una caminata en el parque, una práctica de yoga, un trayecto en carro por la Cota Mil, conectando desde mi corazón al de ellas, diciéndoles “pasaba por aquí para saludar”.
Por The Wynwood Times