Por Gianinni Mastrangioli Salazar.
En Venezuela, la miopía sociocultural es infalible: los varoncitos deben jugar con carritos y las niñas, con muñequitas. Sin embargo, a él le gusta esa; la quiere a toda costa. Bastó una sola aparición publicitaria para que la imagen de la modelo de plástico se quedase grabada en su mente. Miguel cae fascinado. Se frota los ojos.
Nunca antes los carritos habían sido más aburridos; la defensa de la personalidad, más escabrosa.
–Bueno, mi amor, ella agarró su maletín y sombrero y se fue para el trabajo –dice Miguel, acordándose de sus tardes televisivas de la infancia–. Se trataba de la barbie “Día y Noche”: una tipa empoderada, como las llaman ahora. Cuando terminó el comercial, mi vida fue un antes y un después. Desde allí, no he parado de amar a barbie hasta el día de hoy.
El nombre “Miguel de la Rosa” suena ya como de asesor de concurso de belleza. Solo que, en este caso, él permanece tras vestidores; su pasarela de pequeñas candidatas es más bien un acontecimiento de sobrias exhibiciones. La colección de Miguel posee alrededor de cuatrocientas barbies, las cuales mantiene en lugares alejados del polvo y la corrosión de los años. Algunas tienen el privilegio de acompañarlo en diferentes viajes; él las peina, les cambia sus trajes y hasta platica continuamente.
Rostros de látex bastante pacientes, siempre prestos a la escucha.
–¿Cómo tomó tu familia este gusto tuyo?
–De niño me ridiculizaron, y las palabras se clavan en el alma. Las barbies eran como mis heroínas de cuento que me consolaban cuando estaba triste. En el colegio, tampoco me sentía ni querido ni aceptado. Mis notas eran bajas porque no hacía las tareas. Bueno, ¿con qué ánimo las iba a hacer? Mi mamá trabajaba todo el día. Mi papá vivía aparte. Un tema complicado por lo que conlleva.
–Aunque sí jugaste con tus primas, ¿cierto?
–Con mi prima Marifer jugaba a las telenovelas. Jugábamos a Marimar, con Thalía que era la barbie edición especial de 1993. Una edición Holiday; carísima…bellísima. También en el colegio había una compañera que tenía la barbie “Súper cabello”. Yo la miraba desde una esquina, con el rabillo del ojo. Claro, si me acercaba, los chamitos me iban a destruir. Cuando crecimos, la contacté por las redes sociales y le conté. Marisol, se llama.
–¿Es verdad que, en Venezuela, tienen el hábito de colgar las barbies con hilos?
–Mira, de pana que yo no sé de esa campesina costumbre –se ríe–. Ciertamente, había niñas a las que les compraban no solamente barbies sino todo aquello que se pudiera guindar en las paredes. ¡Y no las dejaban jugar! Quizás para exhibirlas como trofeo, no te sabría decir.
Pese a los tropiezos inaugurales, Miguel adquirió su primer ejemplar a los trece años, valiéndose de los dos mil quinientos bolívares que necesitaba para comprar un diccionario. Fue así cómo barbie “Puntual” se convirtió en pionera de muchas otras que irían llegando a la casa de la Rosa; un arsenal de mujeres inanimadas cuyo propósito sería eternizar, según los criterios del coleccionista, el concepto de belleza en la idiosincrasia venezolana.
Apuntando hacia el mercado local, la confección de la muñeca estuvo a cargo de la empresa Rotoplast. A mediados de los ochenta, la directiva concretó acuerdos con la firma norteamericana Mattel Toys para obtener licencia en cuanto a técnicas de ensamblaje y diseño. Una vez establecida la sede oficial en San Felipe, estado Yaracuy, Rotoplast alcanzó a fabricar un aproximado de quinientas unidades por día. “Tal era la calidad del producto, que incluso el vicepresidente de Mattel comentó que la barbie de aquí era más bonita que la de Estados Unidos”, dice Miguel.
–¿De dónde sale esta fusión entre barbie y el Miss Venezuela?
–Rotoplast y el Miss Venezuela produjeron en los noventa una colección inspirada en Alicia Machado y Jacqueline Aguilera. Igualmente, Irene Sáez prestó su imagen para que los empleados de Rotoplast no perdieran sus puestos laborales cuando Mattel retiró la licencia, en 1993. Fíjate que las ediciones nacionales portaban vestidos así pomposos, como el de barbie “Esmeralda”. Las barbies venezolanas se agotaban en las jugueterías; eso era una demanda constante. Algunos tenían que apartarlas con antelación.
–¿Crees que las barbies en Venezuela están extintas como el país mismo?
–Es muy rico irnos hacia el pasado y recordar nuestra bonanza. Las barbies, quienes fueron las reinas triunfantes en las jugueterías, desaparecieron. Las pocas que han sobrevivido, están encerradas en casa. Parte de las muñecas de mi colección provienen de chamas que se van del país y no pueden llevárselas. Antes de irse, me dicen “cuídamelas mucho”, y las besan.
La gente pasa por la estación Chacao en su típico tránsito apresurado; nadie tiene tiempo para detallar los elementos que conforman aquel caótico paisaje. No obstante, entre los basurales y buhoneros, Miguel se da cuenta de que hay una caja de cartón demasiado limpia para el entorno circundante. Se acerca. Al abrirla, ve que esta contiene una serie de cuerpecitos plásticos, considerablemente derruidos. Quizás una adolescente de los edificios aledaños haya decidido tirar a las barbies de su antigua infancia.
Miguel se las trae consigo. Las pone al remojo; las resucita poniéndoles ropitas nuevas.
Ya acicaladas, Miguel las acomoda en un estante y luego las contempla. Por lo general, es él quien siempre se mete allí de parlanchín; sin embargo, en esta oportunidad, son ellas las que quieren contar su propia historia.
El arte de jugar, el matrimonio entre el muñeco y su dueño, es una de las conexiones humanas más íntimas y preciosas que existe. El lenguaje que cobra, a través de los silencios, absoluto sentido.
Miguel es uno de los pocos coleccionistas de barbie venezolanos que se ha propuesto escribir un libro sobre la significación de esta marca en el territorio nacional. Durante sus indagaciones bibliográficas, ha tenido la oportunidad de entrevistar figuras como Irene Sáez, Bárbara Palacios y hasta la misma Carol Spencer, una de las diseñadoras estadounidenses que trabajó para Mattel Toys en 1963.
–Si tuvieras la oportunidad de ser tú una barbie, ¿cuál escogerías y por qué?
–Te pareces a Gilberto Correa cuando le hace las preguntas al cuadro de finalistas –se ríe–. Bueno, “Gilberto”, te responderé así: sería una barbie amiga, como lo han sido ellas para mí desde que era pequeño, esa amiga de los niños incomprendidos que no los dejan jugar con lo que desean.
La charla se interrumpe. Del otro lado del teléfono, se oyen unas fosas nasales congestionadas.
Miguel coge una bocanada de aire. Después, finaliza:
–Sí, sería esa barbie amiga que protege a los niños.
Historiador, escritor y colaborador de The Wynwood Times