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Por María Ofelia Leal

Comenzando 1998 se marca el inicio del mayor exilio venezolano. En el colegio nos reunieron para una charla en el mes de Julio, donde nos informan de la situación política que cambiará nuestras vidas y el país, si gana el candidato en cuestión. Existiendo tan buenas opciones, la gente prefiere castigar en vez de pensar con raciocinio y cabeza fría las consecuencias de lo que vendrá si eligen con populismo.

El director comienza: “Señores, lo que viene no es comunismo ni socialismo, es una dictadura disfrazada. Vienen muchos cambios, nosotros pasamos dos guerras mundiales, la invasión rusa (Ejército Rojo) ya hemos pasado por esto y peor, pero nos levantamos. El candidato en cuestión, es muy explícito en su Plan de la Patria, léanlo. Explica que cambiará el nombre al país, la moneda, surgirán las comunas, el trueque, las cajas de alimentación, en fin. Lo que viene es duro. Ustedes, como padres, tienen la decisión de irse o quedarse. Los inmigrantes ya saben, lo que es pasar de una vida plena económicamente y caer en el despeñadero de la inflación, escasez, inseguridad jurídica, etc. Pero ustedes, los venezolanos, no. Muchos no aguantarán la presión y los cambios por venir”.

Así fue, ganó y nosotros perdimos. Al llegar la huelga petrolera, muchos ya se habían despedido, vendido sus pertenecías y emigrado. Para el momento, ya muchos hijos, estaban fuera del país mientras se resolvía algo, que ya vemos con todos estos años, inevitable.

Comenzó el clavario familiar, tomar decisiones, buscar opciones. Mientras, resolver pasaportes. En el colegio los intercambios disminuyeron, hasta 2004, que se cerró por inseguridad y el control de cambio.

Explicar a los muchachos las opciones, pero ellos firmes: “No nos vamos, quiero terminar mis estudios aquí, y estudiar en la Simón Bolívar. Después de eso, pensaría en irme”. Así que tocó educar a los hijos para que sean independientes. Enseñar valores, cocina, limpiar, planchar, coser, ahorrar, saber administrar y atenderse solos. Pues lo que les venía era estar solos. En los intercambios, aplicaban el aseo, orden y cocina. Una buena manera de agradar a los anfitriones.

Al culminar los estudios, entre huelgas, marchas estudiantiles y más, siguió su planificación de prepararse y actualizarse para irse a trabajar al extranjero. Sus compañeros del colegio ayudaron con ubicación de habitación y entrevistas de trabajo. Mientras, se encontraba vaciando su habitación. Vendió, regaló, botó sus cosas, todo lo que no se utilizará más adelante. Y logró su meta, consiguió trabajo y a las dos semanas ya estábamos en el aeropuerto con una maleta, bolso y las esperanzas aderezadas con sueños rumbo a Europa. No le pegaría el cambio, pues con los intercambios, ya conocía la cultura de este país. La gente, las costumbres, su idioma, la gastronomía.

 Cuando llaman preguntan qué ingrediente se puede sustituir por otro para elaborar un plato, una sopa o tips de cocina. Comenta que el grueso de la comida se compra en los supermercados y algunos mercados menores. Hay mucho importado y nacional. Existen granjas hidropónicas, de allí se surten de vegetales. El infaltable aguacate es carísimo. Carne de res, nada. Pero sí mucho pollo y cochino. El pescado, sólo congelado. Fácil se consigue harina pan, y otros productos venezolanos, a precios altos pero los tienen. Al igual, no es barata, pero cocinando sí es económica sabiendo combinar proteínas, vitaminas, calorías.

En fin, la separación es muy dura, más si todos se van y te dejan lo que no se pueden llevar, sólo quedan las ganas de seguir, no tumbarse, mantenerse ocupado y vivir.

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