“Son doce los cuentos que componen esta antología de relatos de terror que se derivan de la cotidianidad del pueblo argentino”
Por Mariana Antúnez.
Fui diagnosticada con tafofilia después de mi primera visita al Cementerio del Este de Caracas. A mis 5 años, no sabía ponerle nombre a mi interés desenfrenado por las tumbas en los cementerios, las lápidas delineadas con bordes de mármol de los difuntos que en vida gozaron de un mayor poder adquisitivo, otras, adornadas con fotografías –casi siempre sonrientes– de sus ocupantes, todas con las mismas dimensiones, pero a la vez dando cobijo a despojos tan diferentes.
Recuerdo que mi papá me cargaba y me sentaba entre las dos ramas del único árbol que estaba cerca de la parcela familiar. No le gustaba verme gravitar sobre las estelas en un temprano ejercicio de lectura, así que se valía de mi temor a las alturas para mantenerme alejada de mi macabro pasatiempo.
Muchos años más tarde, en mi incansable búsqueda de literatura tafofílica, di con el nombre de la escritora argentina Mariana Enríquez. Escribió un libro delicioso sobre sus visitas a los cementerios en los países que visitaba y recuerdo que terminé marcando varios sitios en el mapa que solo me interesaron por las historias que ella entretejía a su alrededor. Ese –Alguien camina sobre tu tumba– cayó en la maldición de los libros prestados, de esos que juran venganza y no regresan jamás, algo que lamento profundamente hasta el día de hoy. Afortunadamente, la cuenta de Instagram de Patti Smith se encargó de recordarme el nombre de mi tocaya con su recomendación del libro que hoy nos reúne en esta columna: Las cosas que perdimos en el fuego.
Son doce los cuentos que componen esta antología de relatos de terror que se derivan de la cotidianidad del pueblo argentino. En El niño sucio, Enríquez nos devela una historia cuyo telón de fondo es nada más y nada menos que San Muerte y el Gauchito Gil. Este último fue un hombre desgraciado, acusado de desertor en 1878, cuya pena máxima devino en ser colgado de un árbol por uno de sus pies y degollado hasta desangrarse. Cuenta la leyenda que, como su último acto en vida, el Gauchito Gil pidió a su verdugo que le rezara todos los días y que a cambio sanaría a su único hijo moribundo. Cumplida la condena, el ejecutor regresó a casa para encontrar a su hijo al borde de la muerte. Desesperado, comenzó a rezarle al Gauchito y el niño tuvo una recuperación milagrosa. Esta primera historia es la combinación perfecta de los mitos que nacen de una tragedia, de la corrupción pululante en los cuerpos gubernamentales latinoamericanos y la cruda realidad que enfrenta una madre adicta.
En su libro, Mariana Enríquez nos invita a visitar una casa muy particular en Argentina. Tres niños son los personajes principales de La casa de Adela: una niña retraída y celosa, su hermano, un preadolescente con sintomatología suicida precoz, y Adela, también prepúber, mutilada desde el nacimiento, es quien sufre los embistes más terribles de lo que habita en esa casa abandonada. Es un cuento que sofoca, capaz de causar alteraciones hasta en el más apacible de los lectores. Fin de curso nos revela la historia de un grupo de adolescentes que presencian el descenso a la locura de una de sus compañeras. Las imágenes sensoriales son estupendas: hay uñas que se arrancan, una adolescente que sufre de tricotilomanía, mejillas que se cortan a tajos. Además, la aparición de un ente acondroplásico vestido con faldellín y brazos torcidos le agrega la medida justa de horror que necesitamos los amantes del género para alcanzar esa descarga de adrenalina que siempre anhelamos.
Vera es uno de los personajes más curiosos de todo el libro. Es una calavera que la protagonista encuentra en un vertedero de basura. Su obsesión por ella la obliga a terminar su relación amorosa, le compra pelucas, la maquilla, limpia sus cuencos oculares con agua perfumada y hasta se empeña en buscarle un cuerpo propio. En Nada de carne sobre nosotras, la ganadora del Premio Ciutat de Barcelona toma los tormentos psíquicos de una joven con gustos excéntricos y uno que otro desorden alimenticio y los transforma en lo que considero literatura de primera. La depresión, el stress postraumático y la esterilidad conforman las bases del cuento El patio del vecino. En una historia que desborda de imaginarios espectrales, Mariana Enríquez recrea perfectamente el escenario de The Yellow Wallpaper de Charlotte Perkins Gilman, esta vez en un ámbito latinoamericano.
Este es solo un abreboca de lo que les espera de la mano de Mariana Enríquez. Es una escritora que todo amante del terror debe leer. De epitafios o casas embrujadas, de gauchos degollados o de mujeres que se incineran para luchar contra el patriarcado, las historias que cuenta nuestra escritora argentina son dignas de admiración. Esperemos pues que, si la fortuna nos lo permite, podamos tropezarnos con el lente de su cámara en alguno de los rincones del cementerio de Recoleta.
Mariana Enríquez (1973) es una periodista y escritora argentina. Entre sus obras más destacadas se encuentran Nuestra parte de noche (2019) novela con la que ganó el Premio Herralde, Los peligros de fumar en la cama (2009), Alguien camina sobre tu tumba: Mis viajes a cementerios (2013) y Las cosas que perdimos en el fuego (2016).
Quizás puede interesarte:
Postgrado en Literatura Latinoamericana. Traductora y lectora voraz.
Columnista en The Wynwood Times:
Lecturas en la oscuridad