Por Jason Maldonado.
En contracorriente de lo que se haya dicho sobre La única historia, no me parece lo mejor de Julian Barnes. Claro, para eso están los gustos de cada quien y considero mejores, o me gustaron más, El sentido de un final; Niveles de vida; El loro de Flaubert; o Pulso, un libro de relatos sencillamente maravilloso. Pero mucho cuidado, si bien es cierto que en estos libros que menciono recuerdo que el impacto narrativo se da –a mi parecer– desde el primer párrafo, en La única historia esto se va dando poco a poco, en un constante y sutil in crescendo que pasa casi desapercibido. Y justo después de la mitad, esa maestría de Barnes se hace presente. En ésta, su más reciente publicación, asistimos a la historia de amor entre Paul y Susan Macleod. Pero qué hay de particular entre ellos, sus edades: él, 19 años; ella, 48, con más de veinticinco años de casada y dos hijas adultas.
Como puede imaginarse, a los padres de Paul no les gusta este jueguito de amantes en el que anda su hijo, y menos aún, a Gordon Macleod (alias Pantalón de elefante) y a sus hijas. ¿Pero qué pasa en el momento de la intimidad entre éstos aventureros? Que Susan no se desnuda frente a Paul y éste siente que los dos son unos inexpertos en la cama: él por lo joven que es, emocionalmente inmaduro porque apenas comenzaba su historia de amor y ella por tedio y aburrimiento marital. Sabe que el matrimonio Macleod tiene años durmiendo en camas separadas y, posteriormente, en habitaciones distintas, pero aún así el pudor de Susan se mantiene intacto frente a su joven amante.
En La única historia, también hay una suerte de denuncia al maltrato de la mujer, pues las violentas arremetidas de Pantalón de elefante contra Susan son de antología. Como señala el narrador, “la clase media inglesa dispone de mil medios para eludir la verdad… no se despoja de su fachada respetable…”, pues Susan nunca denunció a Gordon ante las autoridades, ni teniendo como testigo al odontólogo que le arregló los dientes después de una terrible golpiza. Dice Paul: “el hombre era malditamente culpable y yo lo odiaría hasta el fin de mis días”. Y luego, “en muchísimos lugares similares y silenciosos del país, hay mujeres que han sido condicionadas por la convención social y marital para no testificar contra el marido”. Amén de esta terrible situación, Susan fue víctima de la lascivia de su tío Humphrey cuando era apenas una jovencita, quien en las noches entraba a hurtadillas a su dormitorio para enseñarle lo que era un “beso de tornillo” entre otras cosas con el pasar de los años. Pero a pesar de todo eso, después de todo el maltrato que ha sufrido en carne propia, entiende que Susan jamás se divorciará; sabe que puede tener la determinación para huir con él, pero no la entereza y la fuerza para denunciar a su marido.
Otro tema que presenta Barnes en La única historia es el referente al alcoholismo, el mismo que padece Susan y, como suele pasar, niega rotundamente. “El alcoholismo es sin duda tan obsesivo -y absolutista- como el amor; y quizá para el bebedor el impacto del alcohol sea tan poderoso como el impacto del sexo para el amante”. Su amante alcohólica se va perdiendo entre licores y esto va mermando la relación, excusándose bajo la premisa de que pertenece a “una generación caduca”, valga decir, la misma generación de los padres del joven amante.
Lo delicioso de esta historia es el tono de evocación de su protagonista y narrador, ya desde una edad indefinida pero adulta, posiblemente desde una tercera edad melancólica, cuenta su historia. La única certeza que alcanza es que “algunos llegamos a un punto en la vida en que comprendemos que nada tiene importancia. Nada importa un puto bledo”. Deja en claro, casi como un apotegma, que el primer amor la mayoría de las veces se encarga de dejar cauterizado el corazón, dejando para los venideros protagonistas un “tejido cicatricial”.
Hacia el final, Paul, después de una lucha tremenda, logra conseguir un puesto en el hospital para que acepten a una Susan totalmente alcoholizada. Y esta terrible experiencia es el punto de inflexión hacia la madurez de un desencantado Paul, quien cuenta su propia historia desde la panorámica de la tercera persona que al parecer todo lo sabe y se permite la licencia de alejarse de los hechos como si fuera un Dios que evalúa con exactitud y sin piedad cada uno de los hechos. Trata en lo posible, a pesar de la distancia que marcan los años, de recordarla con precisión y de modo correcto; de recordar lo que fue la aventura de su vida, en donde fue amante de la mujer que fue madre de una de sus amigas y esposa de su protector.
Fueron doce años de lucha, suficientes para marcar la vida de un joven que apenas comenzaba a conocer los avatares del amor y por tanto de la vida. La única historia reflexiona a lo largo de sus páginas sobre la familia, el matrimonio, el sexo, los hijos y, obviamente, el amor, con un final memorable, tierno y duro a la vez, en donde el amor estalla desde el presente mientras rememora al ser querido en un pasado imborrable: ella en la cama de algún hospital, a un paso del desenlace final; él, joven aún en aquel entonces.
Fun facts:
1. Nada más serio que el amor, así que no hay nada que decir salvo el recuerdo de mi retahíla de fracasos amorosos en aquella adolescencia remota, dignos para un libro, pero esto ya lo hizo Fernando Iwasaki en el Libro de mal amor, que también les recomiendo leer.
2. “En mi opinión, todos los amores, felices o desdichados, son un auténtico desastre en cuanto te entregas por entero”. Julian Barnes.
Licenciado en Letras y escritor.
Columnista en The Wynwood Times:
El ojo del vientre