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El pasado 6 de octubre el mundo lloró la muerte de Eddie Van Halen, guitarrista y miembro fundador de la legendaria banda de hard rock Van Halen. En 1983, la banda visitó Venezuela. Por tres noches El Poliedro de Caracas vibró con los acordes de este icónico guitarrista, considerado como uno de los mejores del mundo.

Eddie Van Halen

Dentro de la estructura en forma de cúpula, en el fondo de la gigantesca olla y frente al escenario: un bululú compuesto en su gran mayoría de adolescentes empujándose entre sí. A simple vista se distinguía un forcejeo por conseguir un buen sitio, y así disfrutar de la banda de rock del momento. Logré escuchar cerca de mí el grito de un joven clamando por aire; me imaginé que sería alguien de poca estatura dentro de aquella masa humana que lo asfixiaba. El apretujamiento había sido la ocasión para que algunos zagaletones les pellizcaran las nalgas a las muchachas que se escurrían entre los demás cuerpos, luciendo de cerca su contorneada figura en la plena edad del coqueteo con sus jeans pegados y camisetas con el ombligo al aire, sus acompañantes fingían en no haberse percatado del asunto para disimular que su hombría no había sido retada, proyectando hacia los demás, en especial a su pareja o protegida que su honor quedó intacto y, sin duda, su mejor opción era seguir adelante evitando un enfrentamiento desigual donde se tenían todas las de perder.

La muchedumbre pretendía moverse de un lado a otro, manotazos, golpes, borrachos, drogados. Era una época en la que los jóvenes de clase media o ricachones no usaban tatuajes ni “piercings”, si acaso uno que otro varón portaba un zarcillo, especialmente los punketos, y a escondidas de sus padres porque de enterarse sería una deshonra familiar, una afrenta contra el paterfamilias; aunque más de uno se sintió incómodo viéndose obligado a tomar medidas para poner orden al hijo descarrilado; en cambio, otros adoptaron decisiones sabias como mi tío quien al ver a mi primo con un zarcillo en la mesa del comedor, él simplemente no dijo nada, se levantó y al rato volvió con dos sendos zarcillos de gala colgando de sus orejas, con traje y corbata, carraspeando la garganta, y seguidamente ocupando la cabecera del comedor, donde se sienta el jefe de la casa, mi tía soltó una carcajada y mi primo partió fúrico dando un portazo: más nunca lo volvió a utilizar. Los tatuados generalmente provenían de estratos muy humildes, los albañiles, los guachimanes, quienes los llevaban en el hombro, en el antebrazo o en la muñeca luciendo un trazado azuloso torpemente elaborado.

 A mis 14 años me abría paso a través de aquella algarabía, buscando como diera lugar la baranda que separa al público del plató donde se presentaría el grupo de origen holandés. Mientras sorteaba mi posición Paul Gillman y su banda Masacre interpretaban a todo gañote una versión “heavy metal” de “Come Together”. Logré llegar a la primera fila justo pegado a la baranda, las cámaras de Radio Caracas estaban cerca de mí; los rockeros venezolanos habían culminado, no sé en qué momento; luego del anuncio del presentador, apareció repentinamente un tipo alto, o al menos así aparentaba desde mi posición ubicada casi que debajo de sus pies, Edward (Eddie) Van Halen frente a mí, con un “jumper” de barras rojas sobre un fondo blanco, cruzadas en diversos ángulos; se agachó hacia nosotros con una sonrisa de oreja a oreja ejecutando su guitarra eléctrica con maestría. La algarabía y la exaltación de la multitudinaria concentración pretendió avanzar como una ola aplastante. Todos los que logramos situarnos al frente de la barda quedamos aprisionados ante la brutal presión ejercida por miles de individuos que una y otra vez retrocedían y volvían a arremeter dejándonos sin poder respirar; finalmente cesó, de lo contrario no hubiese salido vivo.

Ticket de entrada al Poliedro – Van Halen 1983 (Fuente Pinterest)

Creo que la banda Van Halen nunca en su vida presenció a un público tan ansioso y alborotado, el cantante David Lee Roth quien en aquellos tiempos lucía como un “striper” manifestó en un buen español que “…Venezuela es el país más fino de Latinoamérica”. La actuación había sido enérgica, lo dieron todo en el escenario. Los oídos me quedaron pitando, el orden público compuesto por la Policía Metropolitana situados estratégicamente en las puertas, no causaron ningún episodio discordante, debido a las quejas que habían recibido las autoridades por las productoras y artistas que se habían presentado en años anteriores como el de Peter Frampton quien le pidió a los uniformados de azul que dejaran de golpear al público, el cantante/compositor se hartó de ver aquel comportamiento troglodita sin sentido y se detuvo por unos instantes advirtiendo que suspendería el concierto, siendo el primer artista extranjero del género rock que recibió Venezuela en un acto de enorme magnitud, le seguiría Queen a quien le cancelaron los últimos conciertos de la gira al decretarse el luto nacional por el fallecimiento de Rómulo Betancourt.

Video: Van Halen en Caracas (1983)

Ante los oídos caribeños de salsa, merengue, tambor y bongó del tombo/paco, como se les solía llamar a la policía, quienes en su inmensa mayoría provienen de los estratos más pobres del país, aquel espectáculo rockero de Van Halen les parecía un escándalo ruidoso de mal gusto, ajeno a nuestra identidad, con letras de canciones incomprensibles, puro wachiwachi, sin sabor, y como añadidura su público proveniente desde los estratos medios; todo aquello, posiblemente eran los condimentos de su resentimiento contra los asistentes de ese tipo de eventos.

Se rumorea que, en el hotel, Eddie Van Halen llamaba a sus compañeros haciendo sonar un chillido de su guitarra. Luego de sus presentaciones fueron llevados a los Roques, donde quedaron maravillados. Se dice que a los siguientes años David Lee Roth volvió de incógnito a esas hermosas playas.

Cuenta Edward Van Halen que su padre, un músico, tuvo que trabajar en muchas cosas para poder pagar la renta, el dinero no les alcanzaba, así que viajaron en barco a los Estados Unidos. Durante la travesía, su papá amenizaba al resto de los pasajeros tocando un viejo piano de su propiedad. Al llegar a ese país todo el grupo familiar se alojó en la habitación de una casa donde vivían otras dos familias. Su progenitor faenaba de conserje y su mamá de mujer de servicio, pero los ingresos seguían sin cubrir los gastos básicos; de modo que su padre consiguió unirse a otros extranjeros para hacer presentaciones musicales y ganar unos dólares extra. La primera experiencia de Eddie en el colegio le causó mucho miedo por no hablar inglés. Desde pequeño estuvo en clases de piano hasta llegar a los 11 años y, cuando escuchó por primera vez a los Beatles y otras bandas se fascinó por el “rock and roll”. A partir de ese momento logró convencer a sus padres a que le comprasen una batería, pero cada vez que llegaba del colegio para practicar se encontraba a su hermano Alex con las baquetas sumergido en el instrumento. La guitarra llegó a él como el último recurso para hacer música.

Fue un estudioso empedernido del instrumento, creó técnicas nuevas e innovó la forma de tocarla, fueron muchas horas de trabajo y experimentación, desarmaba guitarras y las ensamblaba con los restos de otras explorando sonidos del instrumento. Les Paul, guitarrista y diseñador de guitarras eléctricas de su mismo nombre y de gran prestigio, le admiraba y se hicieron buenos amigos. Otras bandas y músicos lo invitaron como ejecutante, arreglista y compositor a sus grabaciones y presentaciones.

En una ocasión, en una entrevista tipo foro efectuada a sus sesenta años, le preguntaron si había logrado el sueño americano, a lo que respondió:

—Llegamos a Estados Unidos con 50 dólares y un viejo piano —luego, sonrió.

—¿Y con quién, que ya no está en este mundo, le gustaría tocar?

Mientras se intuía que el público esperaba el nombre de alguna celebridad, inspiró profundo y expiró:  

—Con mi papá.

—¿Cuándo piensa retirarse?

—Ser músico no es como cualquier otra profesión, se es y se sigue. No me veo retirándome a los 65.

Como si hubiese desafiado a la naturaleza Edward Van Halen falleció a esa edad; aunque realmente nunca lo hizo, más bien celebró la vida desde el día en que él se entregó a su pasión. Una decisión que paraliza a muchos por miedo al fracaso, a no seguir los estereotipos, y en el fondo por no confiar en sí mismos.

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Manuel Planchart Arismendi
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Escritor, fotógrafo y publicista. Colaborador articulista en The Wynwood Times