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Más allá de lugares de reposo, los cementerios son espacios de tradición e historia y en Miami no se les da el valor que corresponde.

Por Pedro Medina León

Un paso obligado para el turista que llega a Paris, es dedicarle una tarde a los cementerios de Montparnasse y Pier Lechaise. Lo mismo sucede en Buenos Aires con el de Recoleta. Estos lugares, tan monumentales, son un homenaje al pasado y la cultura. En Miami, donde aquello no sucede, el cementerio más histórico y antiguo es el Miami City Cemetery, del Downtown, establecido un año después de que se fundara la ciudad y en él reposan William Burdine y la madre de Miami, Julia Tuttle, y otros pioneros y a la fecha es parte del registro de lugares históricos de Estados Unidos. No menos tradicional, con exquisitos acabados en mármol, vegetación paradisíaca y un mauseleo es el Woodlan Park, Caballero Rivero, en la Calle 8, que pasó a manos del exilio cubano en los noventa y en él descansan el padre y creador de Coral Gables, George Merrick; William y Mary Brickell; Kirk Munroe, el primer escritor de Miami; el presidente Machado de Cuba y gestores de la lucha contra el castrismo; y el dictador nicaraguense Anastasio Somosa y sus familiares.

Miami es una suma de comunidades y algunos cementerios son cuna de sus raíces. En el Charlotte Jane Memorial Park, por ejemplo, están depositados los restos de los habitantes de la primera comunidad de inmigrantes que llegó a Miami, provenientes de las Bahamas. En esta pequeña joya en el corazón de Coconut Grove, vecina de la Macedonia Missionary Baptist Church y rodeada de casitas pintorescas sacadas de otra época, cuentan que fue escenario de Michael Jackson para el video de “Thriller”. Tan ancestral y olvidada es igualmente el resto de la comunidad afroamericana, que durante la segregación racial, bajo las leyes Jim Crow, negros y blancos no podían enterrar sus cadáveres juntos. Entonces Kesley Pharr, originario de South Carolina y embalsamador de profesión, afroamericano ilustre de los albores miamenses, poco a poco fue enterrando cuerpos en el barrio de Brownsville y con la ayuda económica de William Burdine, que no hacía distinciones de raza, pudo sacar adelante el Lincoln Memorial Park.

Miami también es una ciudad de leyendas urbanas, ahí están las de Hemingway y Al Capone y las de fantasmas en el Deering Estate, y sobre Key Biscayne giran muchas en torno a barcos y tesoros sumergidos de cuando la isla, en el siglo XIX, era la ruta de quienes viajaban hacia el Caribe y los piratas estaban al acecho para saquearlos. Esos tesoros probablemente fueron el motor que inspiró al artista Kim Brandell a diseñar una réplica de la Atlántida a tres millas de estas costas. El Neptune Memorial Reef es la pieza de coral más grande del mundo, con una extension de 16 acres, edificada a cuarenta metros de profundidad de la superficie y último bastión de quienes opten por incinerar sus huesos.

La prensa en 2018 circuló la noticia de que se estaban profanando tumbas para robar huesos y venderlos a practicantes religiosos del Palo Mayombe. Los reportajes, que más o menos recogían lo mismo, enfatizaban en el estado en que se encontraban nuestros cementerios; algunos, incluso, son puntos de acopio de jeringas de heroinómanos y condones. A excepción del Neptune Memorial, extravagancia muy Miami style, los demás son ignorados por la historia o se encuentran en total deterioro, como el Lincoln Memorial Park, en su momento el más importante del sur del país y ahora el más vandalizado y descuidado de Miami. Varias figuras se manifestaron en paralelo a la prensa, entre ellas Marvin Dunn, autor de los best sellers Black Miami y The Beast in Florida, y el Coral Gables Museum patrocinó la exposición “Caretakers”, de fotografías, documentos y testimonios con el propósito de rescatar el legado del cementerio y el de los afroamericanos, pero el panorama sigue siendo similar.

Pedro Medina León
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Escritor y conferencista

Columnista en The Wynwood Times:
Miami Pop Tour