Nuestro gran mal tiene nombre y apellido: Simón Bolívar
“Una sociedad que constantemente busca al Padre bueno y fuerte, con la expectativa de que ese padre nos de todo aquello a lo que tenemos derecho sin necesidad de hacer un esfuerzo, es una sociedad que se reduce a lo que hoy es Venezuela.”
Conversación entre Asdrubal Aguiar y Rayma
¿Con qué mito de la historia se relaciona la tragedia venezolana, con la pérdida del paraíso terrenal o con la entrada de Odiseo al infierno?
Yo creo que la tragedia venezolana es una tragedia que se resume en el dominio que tiene sobre nosotros la cultura de presente, es un país que se niega a la historia y que se niega al porvenir.
Es decir… ¿tenemos miedo a ser felices y nos saboteamos a nosotros mismos?
Se sabotea de manera permanente porque desgraciadamente nosotros sufrimos un trauma existencial que no hemos podido liquidar. Toda persona, incluso cuando sufre algún tipo de conmoción se le muere alguna persona muy cercana vive su luto, hace su terapia y logra además superar la pérdida. Los venezolanos no hemos hecho eso.
Pero también está la opción de dejarnos morir como nación
El problema es que si nosotros nos hubiésemos planteado la opción de morir, hubiéramos podido sublimar, en parte, nuestra existencia.El problema es que queremos vivir sin vivir.
¿Sin Crecer?
Anclados en el presente. Después de algunas lecturas históricas y de corregirme porque tenía percepciones distintas concluyo que a Venezuela le hizo muchísimo daño el haber roto con su breve historia, esa que Bolívar despreciaba (los trescientos años post conquista española). Haber roto traumáticamente con esa historia y no haberla asumido como una suerte de desafío para reconvertir su historia en algo nuevo. Se produjo una fractura que nos dejó en cero, sin ningún tipo de memoria y todo por la obsesión de un hombre para el que la comunidad que él buscaba libertar no tenía ni las características ni las condiciones ni los créditos suficientes para gozar del bien supremo de la Libertad.
Él nos veía como una suerte de pueblo débil que necesitaba de una especie de mesías que lo redimiera y pasa lo que siempre: cuando muere el mesías, sus seguidores se quedan en la desnudez total, en la orfandad. Porque siguieron al mesías pero no les convirtió la tierra en paraíso. En el caso de Venezuela teníamos, mal que bien, trescientos años de aprendizaje que podían unirnos a una cultura de mucho arraigo y de muchos cambios como era la cultura de la vieja Hispania y en cierta forma nos podría permitir preguntarnos: ¿Qué somos?
Pero lo cierto es que cuando uno ve la historia venezolana desde su brevedad (1830 hasta el presente) tan solo somos: el Escudo, la Bandera y Simón Bolívar. Un país que se reduce de esa manera, el día que esos símbolos simplemente se prostituyen como se tumban las estatuas, queda en la desnudez total. Venezuela es un país huérfano, que tiene venezolanos muy brillantes, venezolanos que han logrado tener éxito, exhibido en el exterior, pero que como colectividad y expresión cultural es la nada.
La orfandad que padecemos en Venezuela nos ha llevado a buscar padres y cuando murió el Mesías (Chávez), a mí me parecía que mucha gente lloraba al padre que nunca lloró en su vida real, lo trasmutaba en ese instante.
Vayamos un poco atrás.
No éramos el país que podíamos ser en el momento en que tiene lugar esa ruptura existencial que significa nuestra independencia. El país no se había mixturado todavía. Este era un país que carecía de lo que tenían otros países en América Latina, con comunidades indígenas muy fuertes. Aquí solo quedaron unos pocos caribes que huyeron ante la adversidad del hábitat. Cuando llegan los esclavos, el proceso de mestizaje con la migración española tardó años. Cuando apenas estaba avanzando, aparece un señor con pretensiones liberadoras, con características mesiánicas que pretende ser el libertador de la nada. En el fondo, había una guerra fratricida entre dos bandos, tanto en la colonia como en la metrópolis. Los que se llamaban criollos no eran sino hijos de españoles o españoles avecindados en unas tierras absolutamente abandonadas, sin mestizaje, enfrentados bajo una suerte de mito que se fue forjando en ese tiempo y que en el fondo toca un tema que los venezolanos no hemos asumido en esa historia muy breve que nos ha quedado de 200 años.
En primer lugar, nuestro gran mal tiene nombre y apellido: Simón Bolívar. Más allá de la gratitud que le debamos por su esfuerzo y el reconocimiento que tiene en la historia, es un hombre inteligente, leído, que bebía en las fuentes de la escolástica medieval, y que predicaba una lectura de esas fuentes: en el momento en que el pueblo desvalido le entrega su vida al monarca, no tiene manera de reivindicar su propia potestad, su propia fuerza.
Pero esa no fue la lectura que hizo la España que insurge contra Fernando VII, que se decanta por otra vertiente de la escolástica: el poder que entregas al monarca se lo puedes quitar cuando el monarca no responde a la idea del bien común. Bolívar se quedó solo con una parte.
Cuando uno lee su manifiesto de Cartagena, producto de su traición a Miranda, se comprueba el intento de justificar su propio fracaso como militar durante la primera República, arguyendo que la culpa la tenían unos señores ilustrados que estaban reunidos en el Congreso de 1811 cuyo 70% lo formaban egresados de la vieja universidad Santa Rosa de Lima y Tomas de Aquino, actual Universidad Central de Venezuela, doctores en letras, derecho, teología… los ilustrados que bebían en las fuentes revolucionarias, americana y francesa. Llega a decir: “Estos señores están creando Repúblicas aéreas”.
¿Qué era lo que Bolívar había imaginado para Venezuela?
Cuando llega a Angostura dice “yo me imagino un senado integrado por militares que tenga carácter hereditario porque Venezuela le debe todo lo que es a las armas”. Y ya en 1826, antes del ostracismo y posterior muerte, su imaginación salta al modelo monárquico boliviano. Asegura que el presidente debe ser vitalicio y escoger a su heredero en la persona de su vicepresidente. Eso es lo que provoca la ruptura de Bolívar con Colombia, significa su exilio dentro de Colombia y subraya la rabia que genera frente a sus propios compañeros que encabezan la verdadera independencia de Venezuela en 1830. Tal era la rabia que, cuando el congreso se reúne en Valencia para crear la actual República de Venezuela, se impuso la condición de que Bolívar fuese expatriado no solo de Venezuela sino también de Colombia. Le pedían eso a los colombianos para ellos poder reconstruirse e imaginar la posibilidad de tener un país medianamente ordenado. En Venezuela, se añade el mito del gendarme, de creación bolivariana, pero que luego lo retoma la escuela positivista de comienzos del siglo XX. Todos los plumillas al servicio del General Gómez eran positivistas y en el fondo ellos creían que los pueblos necesitaban del gendarme, de césares democráticos. Exaltan y potencian esa realidad que se suma a otro mito movilizador, que nosotros arrastramos: el mito de El Dorado.
Una sociedad que constantemente busca al Padre bueno y fuerte, esperando que ese padre nos de todo aquello a lo que tenemos derecho sin necesidad de hacer un esfuerzo, a eso se reduce hoy en día Venezuela. Y en el fondo, el drama que estamos viviendo es que la generación que logra vivir de los bienes de la modernidad, que va a las universidades, es una generación que se forma tan solo en los últimos 50 años. En 1958, Venezuela era un país de letrinas. Marcos Pérez Jiménez en su último mensaje del 18 de octubre de
1945, decía “resolví el tema sanitario en Venezuela, construí 450 mil letrinas”. Venezuela era un país de letrinas, descubrimos las aguas negras y las aguas blancas justamente en los últimos 50 años de la vida del venezolano. El país comienza a urbanizarse, empieza a construirse, mejoran los índices de vida.
Esos cambios positivos no se tergiversaron al ver el paso de la modernidad disociada con el tema de la libertad ciudadana ?
No porque volver a cambiar el discurso significaba matar el mito del gendarme necesario, y hay un hecho cierto, que los padres de nuestra república civil, lo digo con relación a Betancourt, Caldera, Villalba, intentaron crear una república civil y civilizada, pero tenían un gran defecto: eran cultores de Bolívar y en la medida que ellos no lograron enajenarse de esa atadura creaban una república civil pero acaudillada. Venezuela logra sus activos de modernidad solo en estos 50 años posteriores a 1958. En el tiempo de Pérez Jiménez, lo que había era una boutique caraqueña. El que viajaba al interior de la república, solo veía una república de letrinas. Yo conocí las letrinas. Yo, ¡un muchacho!
En 50 años, pasamos de 3 universidades a 400 universidades, de 6 mil kms. de carreteras a 98 mil kms. de carreteras, de una sociedad iletrada que tenía que ir a las capitales de estado para estudiar a poder hacer la primaria y secundaria en los sitios más recónditos del país.
Pero esa sociedad no ha roto con sus mitos, el mito colombino (este es un país rico, el más rico del mundo, si yo no soy rico alguien me roba) del gendarme necesario, el hombre redentor, el Robin Hood que viene simplemente a resolver mi desgracia. Ese Simón Bolívar. Tenemos un país de gente muy exitosa, que profesionalmente logra emigrar y situarse en los mejores pináculos de la vida universal, pero que no tiene arraigo, le falta su paraíso terrenal en el cual mirarse y que le sirva de empuje para mirar hacia adelante.
Somos un país con cultura de presente y, por ende, de parias culturales.
Yo digo ¿Hoy en día cuál es el desafío venezolano?
Resolver eso que no hemos resuelto en 200 años.
¿Nuestra identidad Nacional?
Saber qué somos. Cuando cae el muro de Berlín y se agotan los artificios republicanos que creó la vieja Europa, en Yugoslavia, los serbios dijeron “somos serbios”; los croatas, “somos croatas”; tenían una especie de base fundacional que les permitía mirarse en el presente y construir un porvenir.
La pregunta es: ¿nosotros qué somos sin Simón Bolívar y sin la bandera que nos deja Francisco de Miranda? Tenemos una relación de amor/odio con lo que sustantivamente somos: una prolongación de la cultura hispanogrecolatina y la asumimos con un complejo tremendo, mirando al extranjero como miramos a los gringos, con un sentido de curiosidad casi libidinosa, porque uno siente que ese coqueteo en el fondo es hasta pecaminoso… pero nos gusta, vamos y venimos, aunque realmente nos han cultivado la idea de que el mundo anglosajón es pecado y el mundo grecolatino también. Entonces, en definitiva, ¿qué somos? Nada.
Los mexicanos pueden decir que tienen una tradición indígena que les arraiga, los peruanos también, pero no lo pueden decir los venezolanos. Es la tierra de nadie.
¿Será que lo único que somos es cuartel?
Cuando nacimos como república, nacimos primero como una república dentro de los cuarteles. Frente a la disolución y la anomia del siglo XIX, Gómez artificiosamente creó el Estado a imagen y semejanza de los cuarteles.
Era la prolongación de la prédica bolivariana, pero Gómez (al final), y, sobre todo, López Contreras, Medina y Pérez Jiménez se dan cuenta de que era un cuartel vacío y quisieron replicar la idea de Páez. Cuando este asume el poder en 1830, dicta un decreto donde solicita una inmigración que forme comunidades y cree cultura: “los que más se parecen a los primeros que llegaron son los canarios, que vengan los canarios, piensan como nosotros, hablan como nosotros, son católicos, que vengan los canarios”. La guerra federal impidió esta inmigración.
López Contreras, Pérez Jiménez y Medina impulsan la llegada de europeos y montan las oficinas de inmigración para lograr llenar ese cuartel vacío.
El desiderátum de la generación del 28 y del 36 era “no queremos más al gendarme necesario”, cuyo referente era, para ellos, el general Gómez. Se decantaron por el pensamiento de Laureano Vallenilla Lanz, que escribía sobre cesarismo democrático pero que en el fondo venía a reiterar el imaginario bolivariano. El problema no era Gómez. Él solo era una prolongación de Bolívar, como lo fueron Cipriano Castro, López Contreras, Medina Angarita y Pérez Jiménez.
Ellos rechazaban al gendarme, pero no se atrevían a liquidar el patrón cultural bolivariano. Estoy convencido de que en la medida en que Venezuela no logre superar esos dos mitos perniciosos, el mito bolivariano y el del gendarme necesario, no logrará adquirir
identidad, no logrará emanciparse socialmente, no logrará arraigo cultural… porque, el arraigo nuestro ¿cuál era? ¿La arepa, la hallaca, el territorio? La tragedia es que Venezuela se encuentra hoy con el desafío del siglo XXI: no es el territorio sino el tiempo y la velocidad. Y lo único que puede perdurar en el tiempo son tus valores fundacionales.
¿Crees que nosotros los venezolanos estamos tratando de traducir una tragedia que lleva varias generaciones sin traducción? ¿Podemos traducir la tragedia venezolana a tiempo real o es algo que nos sobre pasa?
El esfuerzo intelectual está hipotecado por la cultura del presente. Todo el esfuerzo intelectual es un diagnóstico y el diagnóstico tiene una particularidad y es que la realidad es como es. Cuando tienes un paciente montado sobre una camilla, ¿qué sentido tiene que dos médicos comiencen a discutir por dónde comienza la operación? ¿Por la izquierda o por la derecha? Simplemente al señor hay que operarlo y es por eso que la realidad no admite moralinas. La realidad es lo que es y nosotros somos presas del presente, somos unos intelectuales diagnosticados. ¿Por qué? Porque para poder darle sentido a la realidad y transformarla en proyecto de porvenir, es imprescindible tener raíces. Quien carece de raíces no puede construir ningún porvenir. El porvenir es un hijo del pasado y del presente, no es algo abstracto que montas allí como una realidad arbitraria.
Si careces de raíces, careces de pasado, no tienes la propulsión hacia el paraíso terrenal, hacia esa ciudad que dejaste, tu ITAKA que estás tratando de encontrar en el camino de la vida, simplemente no vas a llegar a ninguna parte. Te sigues mordiendo la cola y esa es la tragedia de los venezolanos. Si los venezolanos no enfrentan esa realidad, podremos cambiar civiles por militares, camisas rojas por gorras tricolores, hombres letrados por iletrados, la vocación es repetir la experiencia mesiánica. El mundo judío es un mundo en permanente desarraigo, errante. Cuando se te muere el mesías te quedas a mitad de camino. Y Chávez murió.
Por The Wynwood Times