Por Jason Maldonado
Antes de cumplir sus doce años de vida, Gwendy Peterson –Gwennie, como le decía su padre– era una niña regordeta, “rellenita”, que con el tiempo fue adelgazando y cambiando su figura gracias a las subidas constantes por “la escalera de los suicidios”. Pero antes de la notable transformación fue víctima de un bullying persistente no sólo por su gordura, sino también por usar anteojos. El encargado de los constantes atropellos contra Gwendy es Frankie Stone, que para colmo, también le puso el mote de GoodYear.
No obstante, todo esto cambiará para siempre cuando un buen día de ejercicios por “la escalera de los suicidios”, G. se consigue con un misterioso desconocido de chaqueta negra que lee un libro y después de una inquietante conversación le regala una caja de botones. ¿Qué hay en ella? ¿Para qué sirve? ¿Qué hay en la pequeña bandeja que se despliega al tirar de una palanca? Preguntas que hallarán respuestas con el pasar de los años y otras que no. Richard Farris, que así se llama el misterioso hombre que también usa un pequeño sombrero tipo bombín, le dice: “El anhelo de saber y hacer cosas es lo que define a la raza humana”. Y así, La caja de botones de Gwendy de Stephen King y Richard Chizmar te envuelve de principio a fin, tanto por la historia como por las ilustraciones del libro.
G. se vuelve atlética, deja de usar lentes al punto de llegar a ver perfecto, mejora su memoria, ya no tiene esa terrible ansiedad por comer-comer-comer, entre otras bondades, ¿pero eso es el resultado de qué? ¿De lo que le da la caja cada vez que acciona su mecanismo o simple casualidad? Con tantas virtudes, incluso Frankie se reciente aún más al ver a Gwendy cada vez más bella con el pasar de los años, aunque el detonante definitivo se da cuando se hace más que evidente el amor entre ella y Harry Streeter, el más apuesto de los chicos del instituto.
El gran misterio gira en torno a los botones de la caja, el que le dispensa unas deliciosas golosinas para saciar su apetito y otro que le ofrenda unas antiguas monedas de plata valoradas en cientos de dólares, pero los botones rojo y negro son los que más despiertan su curiosidad, sobre todo este último del cual recibió la advertencia de no presionar jamás salvo que sea capaz de atenerse a las consecuencias.
Por la brevedad del libro pudiera parecer un simple y delicioso entremés para los amantes de la obra de Stephen King, pero que no los llame a engaños el hecho de que se lea de una sentada. Tiene todos los elementos del misterio y el suspenso -nada de terror- como sello de fábrica de su autor, apoyado en el momento crucial para cualquier ser humano: el paso de la infancia a la adolescencia.
Hay opiniones encontradas con respecto al final del libro, yo estoy del lado de los que le gustó. Así que ahí tienen una misión de nueva lectura para que se forjen su propia opinión. Como reza en la historia, “con la caja de botones siempre se produce alguna crisis, una prueba de fuego, se podría decir”. Ahora le corresponde a ustedes descubrir cuáles son esas pruebas de fuego y si pulsarían o no alguno de sus botones.
Fun facts: 1. El libro que lee Richard Farris en “la escalera de los suicidios” es El arcoiris de gravedad de Thomas Pynchon. 2. Stephen King, al verse embotado con la historia y no darle un final de su agrado, dejó el mismo en manos de Richard Chizmar, entre otras partes del libro.
Licenciado en Letras y escritor.
Columnista en The Wynwood Times:
El ojo del vientre