Por Nixon Piñango.
Hace un par de días estaba comiendo en un restaurant del centro de Montevideo y vi que tenían allí un gran televisor en el que transmitían videos musicales. Sólo ponían videos de reggaetón de celebridades top, algunos más antiguos, otros más recientes… Me puse a ver los videos con detenimiento y caí en cuenta de algo ¿obvio?: todos, en mayor o menor medida, muestran lo mismo. Claro, tú me dirás, «ajá, sí, teta, culo, gánster, nada que no sepa», pero esa afirmación tiene un problema del que casi nadie se percata: darlo por sentado implica no cuestionar lo que hay detrás.
La figura gansteril del intérprete de la ¿música?, rodeado por un montón de mujeres semidesnudas bailando (la representación ¿artística? de prostitutas pagadas por él), y contextualizado en escenarios ostentosos: mansiones, yates, discotecas lujosísimas, todo eso me hizo volver a esa idea de que hay algo, más allá de la admiración, que relaciona a este ¿género? con el crimen organizado.
Todo el mundo lo sabe, sí. Pero ¿de verdad todo el mundo lo sabe? A ver, voy a puntualizar un par de casos extraños que relacionan a reggaetoneros con actividades criminales y, cuando los leas, pregúntate a ti mismo si sabías los detalles y qué tan malos te parecen:
- A Nick Rivera Caminero (mejor conocido como Nicky Jam), quien tuvo una estancia en prisión en el año 2002 por conducir un auto robado, se le acusa de haber usado un lujoso Lamborghini en el videoclip del tema Travesurasque supuestamente pertenecía a un narco puertorriqueño. No hubo consecuencias más allá de un simple escándalo mediático porque nunca se pudo comprobar algún tipo de relación directa entre el reggaetonero y el narco, aunque, pues, no deja de ser extraño.
- No sé si recuerdan que hace unos cuantos meses a Carlos Efren Reyes (mejor conocido como Farruko) lo metieron preso por traficar cincuenta mil dólares en efectivo. Ahora está libre porque pagó una fianza de cien mil dólares pero sigue siendo investigado y debe pedir permisos especiales para poder salir de su natal Puerto Rico. A ver, yo no estoy en contra de que la gente prefiera cargar su dinero en efectivo pero, ¿cincuenta mil dólares? No deja de ser extraño.
- Un caso más reciente y delicado es el de Juan Carlos Ozuna (mejor conocido por su apellido, Ozuna). La aparición de un video porno gay en el que el reggaetonero se muestra masturbándose y que fue filmado cuando éste era aún un menor de edad, desató todo un escándalo de extorsión que hasta le volvió sospechoso del homicidio de un tal Kevin Fret, quien supuestamente tenía posesión de la cinta y a quien tuvo que pagar cincuenta mil dólares para mantenerla en secreto. Aunque todavía no hay nadie preso, porque el caso sigue investigándose, no deja de ser extraño.
- De William Landrón (mejor conocido como Don Omar) podemos decir muchas más cosas: mientras tuvo relaciones interpersonales con narcos que utilizaban la fachada de productores musicales para lavar dinero, duró varios años en un juicio por portar armas de forma ilegal, juicio del cual fue absuelto en 2008. Sin embargo, terminó cayendo preso en 2014 por este mismo tema y tuvo que pagar una fianza de seiscientos mil dólares. Estamos hablando de un hombre que ha llegado a declarar a la prensa que le «encanta» el tema de la mafia. No deja de ser extraño.
Y ahora veamos el tema desde una perspectiva un poco más general. Cuando la mirada se va extendiendo más y más hacia ¿artistas? que son un tanto menos conocidos, entiendes que ese «no deja de ser extraño» es sólo un juego de niños: mafias, financiamiento de todo tipo de negocios relacionados con el espectáculo para lavar dinero, prostitución de alto calibre, conciertos privados en casas de prominentes narcotraficantes… Es esto lo que está detrás del reggaetón, y lo peor del caso es que no es un secreto y no es sólo un mal endémico de Puerto Rico.
En mi natal Venezuela, usar a los artistas como lavadoras de dinero es tan común como la escasez de alimentos básicos en los anaqueles de los supermercados. Todo el que trabaja en el medio artístico venezolano sabe del hijo de «este diputado» que sacó un tema, o del sobrino de «este capo» que grabó con «no-se-quién», o de «fulana de tal» que ni canta y que está allí porque le está dando cuca a «tal pran», etc.
Pero lo curioso del caso es que todos esos grandes criminales sólo lavan dinero con reggaetón y no con otros géneros. Es una especie de descaro artístico, como si te dijeran: «mira ese Porsche que aparece en ése video… ¿quiénes en Puerto Rico o en Venezuela tienen un auto así?» O quizás puede que se trate de alguna especie de adoctrinamiento o de promoción del crimen de una conjura del mal a la que le interesa que la gente vea a los criminales como héroes (o modelos a seguir) y no como la plaga que son.
Ahora, siendo más realista, puede que esto no sea más que esa pata de la que siempre ha cojeado Latinoamérica. No debemos olvidar que ésta no es la región más peligrosa de todo el planeta por nada, sino por una fuerte propensión o gusto hacia el crimen que se promueve incluso desde el poder y que poco a poco está consumiendo el continente. Con esto no pretendo que tú, que me lees, dejes de escuchar reggaetón, y menos si es lo que más te gusta, pero sí me gustaría que al menos lo tomaras en cuenta, que sepas que detrás de cada canción de reggaetón puede que haya todo este oscuro mundo.
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Escritor y periodista
Columnista en The Wynwood Times:
El escribiente amarillo