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por Bernadette Ducournau

 

Después de una larga conversación que tuve anoche sobre racismo, bienvenidos a leer mi ingenua opinión.

En Estados Unidos, el racismo es un tema delicado, es una realidad muy dura y triste.

No dudo que en el mundo entero también lo sea, pero siento que en este país es un tema muy fuerte e intenso de conversar.

Recuerdo que, a pocos días de haberme mudado a la ciudad de Nueva York, un profesor me dijo «aquí no puedes decir la palabra que empieza por «N». Tienes que medir bien lo que dices cuando hablas de racismo». Y yo, que venía acostumbrada a la cultura venezolana, donde al chino se le dice «chino», al negro se le dice «negro», al gordo se le dice «gordo», y así todos nos llamamos -sin ofender- por lo que físicamente somos, entendí que había que hacer algo, que había que cambiar esa mentalidad.

Es cierto, el racismo existe, es una realidad y su historia está muy fresca. Pero tenemos la responsabilidad de trabajar para que sólo quede ahí, en esa parte triste de la historia.

Hay generaciones que han sufrido mucho y hay generaciones -como la nuestra-, que tiene conciencia de esto y es por eso que tenemos el deber de actuar.

La responsabilidad es de todos, de las minorías y de las mayorías, es un trabajo en equipo.

Debemos educar a los niños de la forma correcta para que aprendamos a conocernos de verdad, para que veamos más allá de las religiones, de los colores, del sexo y de todas esas características que nos etiquetan.

Creo que ensañarles a sentirse orgullosos de lo que son, es parte de la clave secreta.

Ese mismo profesor, un día me preguntó: ¿cómo te sentirías tú si te dicen latina?.

«Eso es lo que soy, estoy orgullosa de serlo. No me ofende», le dije.

Entonces he llegado a pensar, que el día que todos nos sintamos orgullosos de lo que somos, de nuestro color, de nuestra religión, de nuestra cultura, dejaremos de sentirnos sumisos y afectados, y poco a poco el respeto acabará con esta incómoda y triste realidad.

Lo diré siempre: «si enseñamos a los niños a aceptar la diversidad como algo normal, no será necesario hablar de inclusión, sino de convivencia».

Tomémonos entonces el tiempo de hablarles de igualdad, de la belleza cultural, de las libertades de sexo, de que las muchas religiones tienen en mismo fin. Enseñémosles a amar, a respetar y a valorar la fortuna de vivir en un mundo de diversidades, donde si cerramos los ojos, todos sentimos igual.

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