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Por Angel Moronta.

A propósito del cambio de perspectiva que acompaña el ajuste cultural, los eventos recientes a escala mundial obligan a redimensionar la idea que inicialmente manejaría en esta entrega. La experiencia que ahora vive China, Italia, Irán, España y se extiende a otros 137 países de los 195 que comprenden nuestro hogar en este universo, nos lleva a buscar formas de responder a situaciones que retan nuestras experiencias y conocimientos formales.

Mi experiencia reciente como profesor de Español en Estados Unidos me ha permitido un acercamiento al ser latinoamericano. Aunque no dejo de ser Venezolano, en mi clase de Español soy mejicano, español, hondureño, cubano, argentino, colombiano, chileno. Hablar español como lengua extranjera me hace embajador lingüístico de 21 naciones. Por herencia lingüística y por el espacio educativo donde me desenvuelvo cada día, el rol inicial de embajador de mi país se expande dentro de una constelación de prácticas y productos culturales de todos los países de habla hispana que de alguna u otra forma llevo a mis clases. En el ejercicio constante de intentar contar historias de Venezuela y Latinoamérica mientras enseño mi lengua materna, una perspectiva global es la que me permite construir cuando el reto diario de la experiencia en otro país puede empujar a hacer lo contrario. Surgen así conexiones inesperadas.

Recientemente incorporé “La Vida es un Carnaval” en una de mis clases precisamente por las celebraciones en Latinoamérica y otras partes del mundo. En medio del diario acontecer, mezclado con historias del coronavirus, alumnos que se quedaban en casa por síntomas de gripe u otras dolencias comunes en esta zona, recordaba las medicinas tradicionales de la abuela. Un guarapo de malojillo con poleo era un aporte seguro al jarabe que recetaba el médico. La hoja de llantén complementaba la función antiinflamatoria de alguna pastilla cuando nos torcíamos un pie o salía un morado inesperado. Hasta la bebida en exceso podía ser controlada con unas semillas de lechosa deshidratadas al sol, trituradas y diluidas “en secreto” en el jugo favorito del “enfermo”.

Nuestra experiencia en Venezuela y ciertamente en otras partes de Latinoamérica confirma lo que Celia con su Yerberito expresa. Encontramos de alguna forma opciones “naturales” para resolver muchas dolencias físicas y emocionales. Sin embargo, cuando el rumor de un pregonar solo se escucha en la canción, y no se consigue yerba santa pa’ la garganta, la ruda pal’ que estornuda, o el apazote para los brotes nos acercamos al inevitable shock cultural.

La situación actual que vivimos a nivel mundial por temas de salud es inédita. El acercamiento de las personas por el avance tecnológico en el movimiento de las personas alrededor del mundo  incrementa el impacto. Las fronteras y las distancias ya no son barreras que contienen las enfermedades. En este devenir de la experiencia humana global, nuestras reacciones hacen aún más visible que somos seres interculturales.

Nuestra reacción a situaciones en entornos diversos estará de una u otra forma signada por nuestra visión de cómo se hacen o hacían las cosas que conocemos. En el caso particular del shock cultural se evidencia la tendencia a “regresar” para buscar seguridad en lo conocido. Recientemente, modelos que explican el ajuste cultural de forma más flexible reconocen el “shock cultural” como un evento recurrente, o múltiples ciclos de confusión y claridad.  Entonces ya no sería una curva definida, sino una línea y la vida pasa alrededor de ella, experimentado diversos momentos retadores.

Sería como ir en un tren, conscientes de que sabemos lo que encontraremos solo en algunas de las estaciones. Sin embargo, debemos bajarnos en todas. En este tren se va avanzando. Y nos detenemos en andenes conocidos. En otras paradas ya sabemos qué hacer por lo que hemos investigado o lo que nos han dicho. En otras, sentimos que el próximo tren tarda mucho. Los minutos parecen horas. Incluso podrían informar por altavoz que es necesario buscar dónde quedarse porque el tren no llegará…hoy.

Desde una perspectiva intercultural, la sensación de que algo no se da como queremos es precisamente causada por la naturaleza fluctuante del cambio cultural que se vive. Somos de otra parte mientras seguimos siendo en donde te encuentras ahora. La cultura, como hecho humano, tiende a evolucionar. La experiencia en el extranjero o en espacios desconocidos dentro de tu propio país, motivan, provocan y obligan a que nuestra forma de ver el mundo, nuestras perspectivas, se amplíen. Al final del día, este proceso involucra una “decisión” de cambio. Y este cambio se expresa con claridad en las palabras de Edward T. Hall, “el verdadero trabajo no es comprender la cultura extranjera sino nuestra propia cultura”.

Retornar a tu espacio cultural conocido en momentos de incomodidad, angustia, ansiedad, o confusión es una “zona de potencial”. Es un espacio de seguridad. Recordar una receta casera para sentirte mejor puede activar asociaciones que te hacen sentir mejor dentro de lo nuevo y desconocido. Recordar a tu abuelita definitivamente te hace empático con los abuelos a nuestro alrededor y más en estos momentos de crisis. Incluso, puedes encontrar recetas similares en estos nuevos espacios. Esto ocurre en la medida en que:

  1. Conectes tus experiencias presentes y pasadas. Tus tradiciones y las tradiciones locales se encuentran y se complementan.
  2. Tiendas un puente entre las emociones y las razones para explicar los eventos que te afectan.
  3. Hagas o te hagas  preguntas claves para generar respuestas únicas, innovadoras y reales. Evitar el ¿Por qué? Para dar espacio a más ¿Cómo?, ¿Cuáles?, ¿Qué? o ¿Cuándo?. De esta manera se puede ser un poco mas concreto en el presente, para definir un futuro sin restar valor al pasado.
  4. Identifiques valores que trascienden fronteras. Los valores como constructos universales permiten dar balance a las fluctuaciones del ajuste cultural.

En las recomendaciones de prevención y control para la pandemia que afecta a casi todo el planeta, puedo notar ese reconocimiento de la experiencia pasada ajustada al presente. Incrementar la higiene básica, y mantenerse en casa son medidas conocidas por todos. El reto del mundo globalizado podría hacernos colapsar. Sin embargo está claro, las conexiones que podamos hacer con nuestra experiencia cultural previa ajustada al presente nos permitirá continuar.

Esta incómoda experiencia global que nos toca vivir es una experiencia humana que nos transforma en seres mas allá del homo sapiens como clasificación de la especie. Al sumar la tecnología y la globalización, el mundo se aplana y nos hace homo culturalis. En esta nueva clasificación, la misma interacción te lleva a una evolución algo acelerada donde emerge la necesidad de conocer mejor tu cultura para entender a las demás. Simples pasos, un té  o un esfuerzo renovado por ser empático realmente impulsan un cambio positivo. En estas latitudes, el vinagre de cidra de manzana, la sopa de fideos en lata o los aceites esenciales son complementos. Así como simplemente quedarse en casa.

 

Aunque en ocasiones, los intentos por comprender y avanzar parezcan una quimera, siempre será posible encontrar dentro de nosotros mismos la fuerza para decir o decirnos que el Yerberito llegó, y estaremos dispuestos a comprar un poco de abrecaminos para nuestro destino y para compartirlo con los que nos rodean.  Mientras llega ese momento ajustamos nuestro pasos, nuestros escritos y nuestras perspectivas. Encontramos de esta manera herramientas para vivir un cambio constructivo.

 

Derechos de imagen: «global warming» por Herb Schnabel con licencia  CC BY-NC 4.0 

Enlace a la licencia: https://creativecommons.org/licenses/by-nc/4.0/legalcode

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Profesor Internacional de Inglés y Español como Lenguas Extranjeras. Coach y Facilitador Champion Influence®

Columnista en The Wynwood Times:
El ser intercultural