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Por Gustavo Löbig.

 

Comenzando un nuevo año en la historia humana, sigue siendo oportuno reflexionar acerca del complejo tema de la sexualidad, cuyos debates se han visto enriquecidos por la postulación de Miss España, nacida hombre, en el último Miss Universo, mientras sigue tan vigente en este milenio como en los anteriores el afán generalizado por querer resultar un individuo atractivo para los demás, debido inicialmente al instinto de supervivencia de la propia especie y luego a la industria manipuladora de las masas consumidoras.

sexualidad

Photo by Michael Prewett

A pesar del tiempo transcurrido desde que nuestra especie se reconoce como la más evolucionada del planeta, aún abunda la gente para la que los genitales, o la sociedad, o Dios, determinan la preferencia sexual, negándose a ver la sexualidad como una realidad multifactorial que suma características físicas, psicológicas y emocionales con aprendizajes, aportes, creencias, tradiciones, intereses y presiones del entorno sobre el individuo, deviniendo en una conducta personal asociada fundamentalmente con el placer, el poder y la evasión momentánea de otras realidades, junto con la búsqueda de seguridad que influye en todos los ámbitos de la cultura y del pensamiento, incluidos el deseo de continuidad, el arte y la conciencia.

Como toda conducta, la sexual puede variar en orientación o en intensidad. Hasta hace poco la sexualidad se definió como instintiva, lo que fue base de las teorías y normas sociales que establecieron la forma natural y no natural de la sexualidad, según estuviese dirigida o no hacia la procreación. Este aprendizaje tradicional del colectivo sigue ignorando que los mamíferos más desarrollados presentan un comportamiento sexual diferenciado, que incluye la homosexualidad (registrada en más de 1500 especies animales) y muchas variantes de la masturbación y de la violación. Tal realidad en la naturaleza fundamenta el reenfoque que está haciendo la Psicología moderna al plantear que la sexualidad puede aprenderse, porque no está sujeta únicamente al instinto orientado a preservar la propia especie pero sí a un juego de poder que admite muchas variedades.

Desde una visión inteligente con base científica, cada persona tiene su propio modo de situarse en un punto de la dualidad hombre-mujer que genéticamente origina la existencia humana, y el derecho de expresarse sexualmente a través de roles adaptativos definidos por su búsqueda personal de la felicidad, incluyendo el asexual.

La sexualidad es un sistema apoyado sobre otros cuatro sistemas también complejos: El físico (que abarca el genotipo o sexo genético y el fenotipo o sexo visible); el erotismo (capacidad de sentir y hacer sentir deseo, excitación, placer y orgasmo); la vinculación afectiva (capacidad de amar y de enamorarse, estableciendo interacciones personales significativas) y el instinto reproductor (capacidad de tener hijos y criarlos, más los sentimientos y conductas propios de la maternidad y paternidad). El género sexual comprende el grado en que se vivencia la pertenencia a lo masculino o femenino, con todas las construcciones mentales y conductuales asociadas. Más que el instinto, la interacción entre género, vinculación afectiva y erotismo es lo que define la orientación sexual del individuo, primariamente dividida en homosexualidad, heterosexualidad y bisexualidad.

El menor de edad que es orientado desde temprano para que acepte su sexualidad y la de otros, crece siendo más capaz de aceptarse integralmente y de cuidar lo que representan sus genitales y sus inclinaciones naturales y aprendidas, y tiene mayores posibilidades de vivir feliz. El adulto satisfecho de su sexualidad, por otra parte, será más libre al sentir placer y al buscarlo, generando un ambiente de cercanía afectiva y sexual con la pareja y un clima social más funcional, que a su vez repercutirá en el mejoramiento de las actividades personales, familiares, laborales y cívicas. Sobre esta base es que frecuentemente se asocian sexo y amor, se crean y mantienen vínculos sociales y afectivos, surgen patrones de identificación con grupos y subculturas, se sostiene la conciencia de la propia personalidad y el hecho de vivir cobra sentido. Muchas creencias confieren dimensión religiosa o espiritual al acto sexual (por ejemplo, Osho lo enaltece y la iglesia cristiana lo asocia en la mayoría de los casos con pecado), mientras otros ven en él una vía para mejorar o perder la salud mental, física y emocional, todo lo cual reconoce tácitamente la multiplicidad de factores que conforman la sexualidad. Obviamente, el sexo también se vincula con problemas tales como homofobia, pedofilia, violencia contra la mujer o el hombre, desigualdad sexual, prostitución, prejuicios, ataques religiosos, discriminación, y hasta movimientos sociopolíticos que buscan conseguir o mantener su lugar bajo el sol mientras se enfrentan a intereses opuestos, como es el caso del machismo, el feminazismo o el hembrismo.

En la vinculación afectiva disfuncional se encuentran las relaciones de amor/odio, la violencia en la pareja, los miedos y la inseguridad, los celos y el control del otro. El erotismo da lugar a problemas tales como las disfunciones sexuales o las enfermedades de transmisión sexual. En cuanto a la problemática asociada con el instinto reproductor, destacan el descontrol de la natalidad, la violencia, la pobreza creciente, el abuso y maltrato infantil o el abandono de los hijos. Estos problemas, entre otros, aumentan con el tiempo y con la sobrepoblación e inciden en áreas aparentemente ajenas al tema del sexo, como la seguridad, la justicia, el estrés colectivo, la publicidad, la religión, la legislación o el deterioro del planeta.

Los Derechos Sexuales Humanos incluyen el derecho a la libertad sexual, el derecho a la autonomía, integridad y seguridad sexuales del cuerpo, el derecho a la privacidad y equidad sexual, el derecho al placer sexual y a la expresión sexual emocional, el derecho a la libre asociación sexual con otra persona, a disponer del conocimiento científico pertinente, a tomar decisiones reproductivas libres y responsables, a la educación sexual integral y a la salud sexual, todo lo cual traza letra a letra la palabra Respeto, la cual va mucho más allá que el hecho de ser tolerante con alguien de sexualidad distinta. En la medida que estos Derechos sean reconocidos, ejercidos y respetados, tendremos sociedades menos hipócritas y más sanas a nivel civil, moral, económico, físico, mental y sexual. Cuando la sexualidad requiere de la práctica frecuente de cierta conducta, se originan las parafilias. Muchas se dan de mutuo acuerdo entre adultos sin producir daño personal o social, por lo que no procede estigmatizar a quien vive y actúa de acuerdo a su preferencia sin perjudicar a otros, como sucede en la mayoría de los casos con la masturbación, la homosexualidad o la gerontofilia. ¿O es que no cuenta el daño humano ocasionado por quienes no las practican?

La persona que se autodefine exclusivamente desde su sexualidad y fundamenta toda su vida y conducta social sobre esta, desdeñando las otras áreas, facetas y valores de su existencia, se limita de manera irracional y con frecuencia emite juicios sin base hacia quienes avalan o atacan la creencia o conducta sexual que ella usa para concebirse a sí misma. Cualquier ser humano que juzgue o discrimine a otro por su sexo u orientación sexual demuestra estar tristemente limitado por su escasez de miras, de información o de intelecto, vista la enorme complejidad del tema.

Defiendo la lucha de las minorías por alcanzar igualdad legal en materia de derechos humanos, en tanto la persona no se excluya, dañe o irrespete a sí misma o a otras cuando actúa a favor de la causa que defiende. Siempre he considerado patético y de mal gusto el comportamiento de quienes ventilan su intimidad sexual o emocional de manera impositiva, exhibicionista o agresiva, sean gay, feministas, heterosexuales, machos vernáculos o lo que sean, por la misma razón que avala la discreción a cualquier nivel y en  toda circunstancia. Y como me repugna el fanatismo de cualquier tipo, deploro el gran número de personas que parecieran estar definidas por un pene, una vulva o un trasero, un criterio inamovible o un punto de vista único, un ambiente social que excluye a los demás, una fe o creencia que ataca a todas las otras, un afán político o materialista que las priva de razón y de decencia. Y lo deploro porque este pequeño planeta ya resulta insuficiente para una Humanidad que se multiplica de manera exponencial, pero que también requiere crecer mental, afectiva y espiritualmente para sobrevivir. Por ello se justifica la tolerancia e incluso el apoyo hacia cualquier acto o dirección que elija seguir cada célula humana, en tanto no dañe a sus semejantes, a sí misma o a su entorno.

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