Por Mario Morenza.
Villoro escribe novelas, cuentos para jóvenes, relatos magistrales, ensayos reveladores, crónicas de costumbres —o como él mismo les llama: articuentos—, crónicas periodísticas, crónicas sobre fútbol, reportajes, obras teatrales, novelas. Apenas mostró su reservado talento para la poesía en su pieza «Con el puño en alto», escrita a pocos días del terremoto de 8.1 que sacudió México en septiembre de 2017. Se ha paseado y renovado numerosos géneros literarios y periodísticos. Con eficacia afín, ha cifrado las emociones del individuo de nuestro tiempo en sus ficciones: nos presenta personajes paranoicos y viciosos en Los culpables, a los escapista profesionales de Arrecife o Apocalipsis (todo incluido); en Tiempo transcurrido (crónicas imaginarias) nos retrata jóvenes con hormonas e ideologías efervescentes que sueñan con cambiar el mundo auspiciados por sobredosis de rock y libros revolucionarios y nos invita a perseguir las claves para descifrar el sentido de la pasión por el fútbol en Dios es redondo o Balón dividido.
De igual modo, este autor nos deja un catálogo de amores inconclusos, tóxicos o desgastados en La casa pierde, libro en el que leemos «La estatua descubierta» (1998), inquietante cuento en el que se narra la tensa relación entre un exescultor que funge como agregado diplomático, un antecedente de Juan Jesús que acepta su fracaso artístico pero permanece (o mantiene a su lado) a la inconstante Maura, una mujer que agrede a cuchilladas a los hombres por los que siente atracción. Con pasión equiparable, Juan Jesús desgarra a cuchilladas sus pinturas.
En el amplio y variado universo narrativo de Villoro encontramos Llamadas de Ámsterdam, publicada por primera vez el 31 de agosto de 2004 y reeditada en diciembre de 2018 por la editorial venezolana Libros del Fuego. En esta nouvelle, Villoro detalla con despojada crueldad los avatares nostálgicos de sus personajes y, como suelen llamarle los gurús de la psicología, sus autosabotajes: la capacidad de una pareja de eludir su destino como los que desvían un meteorito que extinguirá su zona de confort, su rutina sin sobresaltos.
Intuyo que Llamadas de Ámsterdam se trata de una nouvelle creada paralelamente cuando este autor imaginaba, esbozaba y redactaba las piezas narrativas de Los culpables, su notable libro de relatos publicado en 2007. Una nouvelle que cualquier otro narrador hubiese incluido precisamente en Los culpables o en su siguiente libro de relatos, Apocalipsis (todo incluido). Ambas colecciones contienen historias que compiten en extensión con Llamadas de Ámsterdam y acaso superan: «Amigos mexicanos», narcocuento que cierra Los culpables, y «La jaula del mundo», de Apocalipsis… Tal vez esto tenga su razón: la nouvelle que presentamos hoy se concibe como un universo autónomo, que no requiere de la epopeya del regreso de El testigo ni de la sostenida ironía de Arrecife en la que se nos muestra un hotel que oferta el miedo como atractivo turístico, pero que en sus breves páginas nos adentra en los laberínticos miedos de Juan Jesús, artista posmoderno, un tanto distraído —especialista en olvidar paraguas— y con miedo al riesgo; y de Nuria Benavides, destacada analista de contenidos y la más pequeña de cinco hermanas, que con diplomática austeridad aparta de a poco a Juan Jesús de su vida.
Y con esto no quiero decir que Llamadas de Ámsterdam sea un divertimento de ochenta páginas, una obra más que engrosa la carrera literaria de Villoro, una carrera que en 2020 alcanzará los cuarenta años. Sería destemplado juzgar Llamadas de Ámsterdam por sus dimensiones. Pensemos en uno de los puntos que propone el escritor madrileño Javier Marías en «Seis recomendaciones superficiales a los críticos jóvenes»: «No juzgar nunca un texto por su número de páginas». La metamorfosis, Los adioses, Pedro páramo, El túnel, La invención de Morel, El viejo y el mar, El coronel no tiene que le escriba validan esta premisa. Hacia 2002, Villoro mantuvo una entrevista con este mismo autor. Hablaron en torno a procesos de escritura[1].
Entendemos, entonces, que los personajes de esta nouvelle optaron por una epopeya menos territorial pero psíquicamente dilatada y espacialmente más profunda, empapada de lluvias sorpresivas: como si se trataran de científicos que buscan vida extraterrestre en otros planetas, insisten en telefonearse para contactar con ese pasado: ambos intentos comunicativos son tan fugaces como infructuosos.
Llamadas de Ámsterdam se divide en siete fragmentos de extensión similar (justamente la misma cantidad de años que Juan Jesús estuvo sin saber absolutamente nada de Nuria, ese trozo de su pasado que se había desgajado de él tan paulatinamente como se inicia una lluvia en verano). Los capítulos no tienen ningún tipo de marcas textuales, se nos presentan sin títulos, ni enumeraciones. Un espacio en blanco delimita cada exordio como el vacío que prosigue a una llamada telefónica recién interrumpida y le da paso al estable y agudo tono que nos advierte que, del otro lado de la línea, no escucharemos nada más.
No obstante, he titulado cada una de estos episodios (de estas llamadas al pasado) con frases dichas por Juan Jesús, Nuria, El Tornillo o Felipe Isidro Benavides.
[Spoilers Alert]
1) «Idea de futuro»
En este capítulo inicial, el espacio y la luz se combinan para propiciar las ecuaciones necesarias que determinarán los destinos que serán aplazados. La luz que Juan Jesús anhela para estimularse artísticamente en un país lejano, la misma luz que retrataba Vermeer en sus escasos pero imponentes cuadros, un escape necesario hacia esa inédita luz, solo concebible en un país con costumbres consideradas rústicas pero que en la nueva locación les resultarían acogedoras.
Una fuerza invisible, quizá ese «hilo de la sangre» que ata a Nuria, sumado a los temores de Juan Jesús, llevan a la pareja a permanecer inmóviles en el espacio, su espacio, que se negarán a abandonar, pese a que despojan su apartamento de todos aquellos objetos que lo decretaban suyo: su espacio íntimo queda (al) vacío. Los objetos han sido enviados por adelantado a Holanda.
A la distancia, le gustaba suponer que él hizo todo para fracasar rápido, como si anticipara futuros daños con un sagaz instinto. Nuria lo quería con misteriosa aquiescencia, como si lo amara a pesar de algo; aceptó su silueta descompuesta y empapada en su departamento de La Condesa como la magnánima capitulación del bienestar ante el desorden. A él le parecía un milagro estar ahí, escogido por el azar, del mismo modo en que diez años después odiaba ser aceptado por ella. Diez años, demasiados para una pareja sin hijos ni un proyecto de colonización en tierras vírgenes. (p. 7)
En este capítulo inicial se concentran diez años en cada gesto. Una forma de regular el caos del universo de la pareja: las maneras torpes y desastrosas con las que Juan Jesús empezó a formar parte de la vida de Nuria, no muy distintas de los momentos en que su matrimonio se disipaba, instalando entre ambos distancias astronómicas: «Cuando se separaron, Nuria desapareció de su órbita. Se fue a Nueva York como abducida por extraterrestres» (p. 8).
Villoro, en una entrevista, se apoya en metáforas científicas para explicar cómo se afectan los personajes en sus ficciones.
La relación entre los personajes es como un sistema de gravitación: un personaje se mueve a un lado y al hacerlo afecta a otro. Eso es lo que resulta interesante en las historias. Así como en la medida en que un planeta se acerca al sol se mueve más rápido, lo mismo pasa con los personajes. Hay otros personajes que los hacen acercarse a gran velocidad y hay otros que los repelen o los hacen alejarse. En este sistema de gravitación, a veces las correspondencias son fascinantes: cómo una persona se puede parecer a otra y puede tener una complicidad y luego cómo se rompe esta complicidad. ¿Hasta dónde conocemos a las personas? Porque después de Kepler sabemos cómo giran los planetas, pero nadie sabrá nunca cómo se mueven las personas.
Juan José pensaba que Nuria lo había empujado al abismo después de la ruptura. Una puerta para descifrar todo aquello que ignoró, como las aplicaciones del equipo de sonido que les obsequió su suegro, «el cabronazo» y senador corrupto del pri, héroe indiscutible de la mitología patriarcal de Nuria. Juan José no dejará de recuperar sus recuerdos al lado de su exmujer, traerla con calidad estereofónica a su insípido y silencioso presente.
Juan Jesús se conforma con sus comarcas. Como artista es devorado por la crítica y prefiere invertir fuerzas y creatividad como diseñador gráfico para revistas de aeropuerto. Le daba color y organización a una revista cuyos volúmenes sí emigraban a otras latitudes. Nuria, por su parte, se dedicaba a la prospectiva de cinco revistas «líderes en sus respectivos ramos». Prospectiva, idea de futuro, le explica con paciencia pedagógica a Juan Jesús. Ambos auguraban como pareja destinos prometedores, pero buscaban o se les atravesaba la excusa para aplazar sus planes.
- —Eres como yo
La lluvia, rostros ojerosos o transfigurados por la luz atenuada por el mal tiempo, la ruptura inminente, el aguacero que vaticina la erosión de su vida en pareja. Esa lluvia es constante en Llamadas de Ámsterdam, acompaña a Juan Jesús cada vez que desaloja los espacios cálidos ocupados por Nuria. Los pasados, los actuales.
A diferencia de los personajes de Los culpables, que se encaminan hacia sus propias tragedias, ni Juan Jesús ni Nuria pueden evitar la guerra que se les avecina como un delirio atmosférico: amagan con proyectos y apuestas a futuro que no concretan: no traicionan, pero sus lealtades evitan materializar una vida juntos. Terminan calados de anhelos incumplidos.
Al instante de confirmar su separación, Juan Jesús comienza a extrañarla.
Luchó, y perdió sin atenuantes ni contemplaciones. No recuperó la atención de Nuria; empezó a perderla en partes, a extrañar la forma que tenía de hacerse a un lado el cabello aunque no lo tuviera en la cara, los recados que le dejaba en repisas y muebles imprevistos, con feliz caligrafía de arquitecta, sus senos pequeños, el lunar apenas abultado en las costillas, la perfecta curva de susurros con que llegaba al orgasmo, el trapo que una vez sirvió para limpiar lentes y ahora la acompañaba por la casa para despejar los aros de su taza de té. Constancias, datos que trazaban sus días, el mapa de estar juntos. (p. 25)
- —Estás jodido pero ahí la llevas
Un viejo conocido cuyo apodo es El Tornillo llega para ajustar tuercas existenciales.
Tornillo recuerda a los personajes de Los culpables por su paranoia y a los de Tiempo transcurrido por sus aficiones roqueras de los ochenta. Considera optimista a Juan Jesús como si se tratara de una cualidad propia de una raza en extinción, una casta precolombina. Le pone al tanto del paradero de Nuria y el de él mismo ante el mundo. Pese a su separación y el retiro de la pintura, catástrofes capaces de destruir a cualquiera, El Tornillo veía igualito a Juan Jesús pese a los veinte años que habían transcurrido desde sus inconstantes encuentros en fiestas y reuniones de amigos comunes.
Le informa que Nuria había regresado a México y volvía a Ámsterdam, una calle que evocaba un destino esquivo.
- —En Ámsterdam
La coincidencia onomástica y la forma ovoide de la calle notificaban regresos al pasado, agitación de recuerdos y frases de su ex que pensaba olvidadas.
Juan Jesús espía a Nuria desde la calle. Percibe con nitidez su silueta en el recuadro de su ventana iluminada, a la inversa de lo que alguna vez aventuró a soñar: estudiar la luz de Ámsterdam acompañado por Nuria desde el interior de un apartamento compartido por ambos: nada parecido a la posición en la que ahora se encontraba: la observaba desde afuera, como un extraño, como un vagabundo o un fantasma que no acepta su condición. La silueta de Nuria aparece allí, distante, en el recuadro de la ventana y acompañada por la luz. Un Veermer en negativo.
- —Los fumigadores somos raros
Juan Jesús, como un inexperto agente secreto, se adentra en la realidad de Nuria sin ella, ausculta detalles, objetos, adornos, el espacio íntimo que no encaja con la Nuria que conoció y vivió durante diez años; allí detalla looks, compara los avances de Nuria con respecto a los suyos: ella se casó de nuevo y ha renovado su vestuario: él sigue usando la misma ropa de hace una década como si se tratara de un fantasma.
- «No sabes lo difícil que es»
El Tornillo regresa: se presenta como alivio cómico, personaje que ayuda al héroe a superar obstáculos. Ambos tienen amigos comunes y un suegro en común: Felipe Isidro Benavides. El Tornillo salió por varios meses con una de las cuatro hermanas de Nuria.
La sangre, un hilo invisible: Nuria aplazó el destino y la muerte del padre. Nuria fue una estratega, una luchadora libre, domó al viejo senador corrupto, desterró a Juan Jesús de su vida, venció a sus hermanas en la pugna por los favores del viejo. Se casó, adoptó un hijo y ahora vive en la calle Ámsterdam, un remedo de un futuro no concretado.
- Eso dijo el fantasma
Llamadas de Ámsterdam nos deja una lluvia infinita. Juan Jesús, a manera de consuelo, aprueba un imposible: haber conocido a Nuria en un tiempo posterior a la muerte de su idolatrado padre. El anhelo de rehacer su vida con los trozos de ese rompecabezas pretérito aún gravita dentro de él, pero está rasgado como sus pinturas acuchilladas, su «vandalismo expresionista», su propuesta jamás entendida que nunca llegó al Guggenheim y de las que solo sobrevivió una pintura para ser expuesta en el estudio de Nuria como monumento al pasado. Esa era su vida: un cuadro rasgado a cuchilladas, un intento de arte, una existencia apuñalada.
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divertimento para finalizar:
Rodnei Casares, editor de Libros del Fuego, tuvo la gentileza de ubicarme en la cima del top ten de conocedores del universo narrativo de Villoro en Venezuela. Agradecido por tal comentario.
He aquí tres Top Five que, espero, animen las lecturas de este autor entre los presentes, y sus amigos, si deciden, pues, regalarle este libro en Navidad o cumpleaños a su consorte, amigovia, amigovio, mujer, exmujer, vecina, amante ocasional o interés amoroso potencial o platónico, o a aquella persona con la que simplemente han compartido horas y horas de llamadas telefónicas, voice notes por WhatsApp y cientos de likes y retweets, comunicaciones efectuadas en las comarcas de esta misma ciudad, o entre ciudades, países, continentes:
1) Top Five llamadas telefónicas en el universo narrativo de Juan Villoro
Llamadas de Ámsterdam
¿Aquí venden lupas? (¿Hay vida en la Tierra?)
Amigos mexicanos (Los culpables)
Amor celular (¿Hay vida en la Tierra?)
Terrorismo telefónico (¿Hay vida en la Tierra?)
2) Top Five relaciones amorosas (consumadas, disfuncionales o infructuosas)
El cielo inferior (Albercas)
Espejo retrovisor (Albercas)
La estatua descubierta (La casa pierde)
Mariachi (Los culpables)
El cielo desnudo (La noche navegable)
3) Top Five de relatos (o crónicas) del mundo futbolístico
El silbido (Los culpables)
El mariscal de campo (La noche navegable)
Enke, el portero melancólico (Balón dividido)
«Yo soy Fontanarrosa» (Apocalipsis (todo incluido))
El extremo fantasma (La casa pierde)
Si quieres ver la presentación en vivo de Mario Morenza sobre este ensayo de Villoro, puedes vivitar el siguiente link: https://www.youtube.com/watch?v=k54OlyYEArQ
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[1] «De espías y fantasmas». https://www.letraslibres.com/sites/default/files/files6/files/pdfs_articulos/pdf_art_8438_6814.pdf
Javier Marías: Todavía me sorprenden mucho —en parte los envidio y en parte los compadezco— los colegas que dicen que los personajes se les rebelan, que cobran vida propia. Yo digo: «¡Esto no puede ser, son entes de ficción!». No me puedo imaginar un personaje que haya inventado diciendo: «Pues me quedo unas páginas más y te jodes, Marías». Esto a mí no me pasa. A ti, Juan, como novelista, ¿se te rebelan los personajes?
Juan Villoro: La verdad, no. Ni siquiera se me sindicalizan.
Narrador y cronista venezolano
Columnista en The Wynwood Times:
McGuffins’s Café