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Fotografía de Igor Miske

Por Gustavo Löbig M.

El sábado 23 de junio asistí en Caracas al coloquio “Desplazamientos que nos invitan. La curaduría filosófica y los dilemas del arte contemporáneo”, facilitado por Lorena Rojas y Humberto Valdivieso en la sede de Cerquone Projects, una casa sencilla cercana al Ávila que alguna vez fue hogar y hoy, en cada recinto, alberga temporalmente la exposición de un artista. En ese ambiente ecléctico, amable, rico en quietud, frescor y estímulos visuales, ambos expositores hablaron con la fluidez debida a su conocimiento del asunto y a numerosos encuentros previos con personas interesadas en la filosofía, la comunicación social y el arte. Fui al evento solo por cumplir con el amigo que me invitó, resignado a perder mi mañana sabatina viendo abordar ese tema de forma abstrusa, pedantesca y aburrida. Por fortuna, me equivoqué: no conocía a los oradores. Lorena y Humberto disfrutaron junto con sus oyentes mientras disertaban sobre una materia que evidentemente aman y dominan, compartiendo citas breves de pensadores famosos como Krebs, Foucault, Barthes, Bohr, Calder, Heisenberg, Nietzsche, Gadamer, el sabio Aristóteles y el ubicuo Platón, mostrando en su discurso esa capacidad común en los niños pero rara en los adultos de asombrarse y maravillarse; por su larga práctica docente a dúo, hablaron complementándose desde el nivel que permite asociar y transmitir distintos puntos de vista sin miedo al pensamiento libre y a la promiscuidad de ideas, cualidades propias de toda persona que lleva tiempo empeñada en una búsqueda seria del sentido de la vida y de la trascendencia. En cierto momento una enorme mariposa entró a la sala y revoloteó un par de minutos sobre las cabezas de los asistentes, y cada quien interpretó a su modo esta muestra efímera de arte vivo.

Con poco apoyo audiovisual, confiando más en su adiestrado contrapunteo de voces ricas en matices y en contenidos audibles o sobreentendidos, los facilitadores hablaron del arte como una cuestión de experiencia personal, donde la obra trasciende al artista que la hizo e interactúa con quien la contempla como cosa viva, en un mutuo reconocimiento; el curador es un lector de esa obra, que ofrece su interpretación de ella al público; en la interacción todas las partes resultan contaminadas: obra, artista, curador, espectador; dicho proceso de creación, lectura y aproximación está cargado de placer y, por consiguiente, de erotismo, dado que afecta al cuerpo y sus sensaciones; siendo el arte semejante al mar, no importa cómo interpreten la muestra artística el curador, el artista o el espectador, ello no afecta la forma o profundidad de esa inmensidad, más dada a provocar respuestas que a darlas, mientras crece con cada visión personal del espacio.

El curador filosófico invita a demorarnos ante la muestra de arte, a llenar el espacio invisible con el diálogo sugerido por la obra, más fructífero en tanto esté más abierto a la intervención de Hermes, dios de las sorpresas, pues estas surgen a menudo cuando nos relacionamos con el arte movidos por ese impulso tan humano de explorar y conocer para conocernos. Por otro lado, en toda persona sensible palpita la necesidad de la belleza. Después de compartir estos y otros contenidos con clara y amena sencillez, Lorena y Humberto hablaron de la importancia del arte en la calle como parte de la cotidianidad, como encuentro inesperado de la obra con el transeúnte, para que este la vea, comprenda, dialogue con ella y coseche un fruto inédito para él, dando otro paso desde la individualidad a la universalidad gracias a esa expansión puntual de su conciencia. Pues en esa fusión de horizontes ambas vidas, la del hombre y la de la obra hecha por otro, ceden una parte de sí, se contemplan, abren, comunican, integran o rechazan, y en ello hay crecimiento, un posible reconocimiento de sus respectivas grietas, creencias, gustos, heridas y procesos, una coincidencia llena de energía transformadora.

La mirada del espectador también es importante para la obra de arte, pues esta forma a su vez parte de la vida, y en ese cruce de miradas los dos cambian. Al ser el cambio la única constante en el dinámico flujo de la vida, cuantos participan en la interacción crecen. Quizás lo hagan de manera imperceptible, pero lo inmenso está formado por partes minúsculas, y el tiempo descansa en el contenido de cada momento presente, en esos encuentros fugaces donde el individuo pasa a ser el instante desplazándose, la quieta contemplación de la movilidad, el proceso que transforma, el artista revelando a su modo y a su ritmo un pedacito de su ambiente y de sí, puesto que el universo es real pero uno no puede verlo, solo imaginarlo. En este abordaje de la inmensidad es inevitable la promiscuidad, ese cultismo formado con el prefijo “pro” (hacia adelante, en favor de) y la raíz del verbo latino miscēre (mezclar), donde los actos, las creaciones y los encuentros implican la mezcla de conceptos y de medios en un proceso en el que están de más las etiquetas, las separaciones, los muros, las divisiones, las fronteras. Por lo general es una vivencia íntima la del creativo que sana sus heridas y llena sus vacíos o los de otros escribiendo, componiendo, pintando, esculpiendo, musicalizando, integrando elementos y materiales para dar forma sensorial a su particular visión de un pedacito de lo inmenso. Es un esfuerzo donde se impone la experiencia silenciosa que siempre acompaña al acto sagrado de la creación. Incluso tiene cabida el diálogo del pasado con el presente, cuando el hombre contemporáneo se detiene ante una muestra del arte rupestre o renacentista o de cualquier otra época y ve la mano impresa en el muro de la cueva o la rúbrica en el lienzo o el mármol con la que su antepasado artista firmó esa huella que dejó para la posteridad.

De esta manera fluye la vida. Cada uno de nosotros está en escena en un teatro móvil, en un desplazamiento continuo, en una interacción incesante con otras partes del todo, donde no hay algo que no sea interpretación. Así resumo lo expuesto en esta ocasión por Lorena y Humberto. Fue un grato coloquio, salí enriquecido con nuevas reflexiones, no perdí esa mañana sabatina, la vivencia todavía sigue. Gracias por tu presencia en ella, lector. Hasta un próximo encuentro.

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