Por Ari Silva.
Desde hace algún tiempo la cocina se ha puesto de moda, quizás por el efecto «viral» de las noticias en las redes sociales, hoy llenamos nuestros paladares mentales con fotos de platillos suculentos y videos de recetas. Salivamos con solo entrar en Instagram. Cocineros famosos y aficionados han tomado los medios y hay tantos reality shows dedicados a la culinaria como de música o baile. Nos pasamos datos de boca en boca sobre el último restaurante que nos cautivó y nuestros niños ahora prefieren ser chefs cuando sean mayores, en vez de los muy trillados e insípidos bomberos o astronautas.
Con tanto material disponible, es casi imposible no aprender a cocinar, yo tengo tantas recetas en mi bookmark que ya está a punto de explotar, por eso insisto a mis amigos cada vez que me hacen un cumplido por los platos que preparo: Cocinar es simple.
Sí … no pongan esa cara.
A todos nos gusta comer (no conozco a nadie que no ame saborear un rico condumio), quiere decir que somos capaces de retener y reconocer sabores en nuestro paladar y que a su vez, podemos replicarlos con el fin de hacer lo que hemos hecho desde que existimos sobre la tierra: alimentarnos.
Nacemos con capacidades para todo. Alimentar nuestro cuerpo, mimarlo y consentirlo con sabores, debería ser algo natural.
Nuestras madres nos preparaban deliciosas sopas que seguramente no tenían mucha sal, pero a nuestro tierno paladar le parecían deliciosas.
¿Quién no llegó hambriento del colegio destapando ollas en la cocina y pellizcando el pan a hurtadillas, sin siquiera lavarnos las manos? ¿Quién no ayudó a mamá o a papá a hacer aunque sea una ensalada o una galleta para llevarla a la fiesta del colegio?
En todas las culturas involucran a los niños (en algunos países, solo las niñas tienen ese privilegio) en el quehacer diario de la alimentación, sino, no habría cultura gastronómica. El conocimiento es llevado de generación en generación como valiosa herencia de nuestras costumbres.Si fuimos enseñados a comer, a preferir algunas sazones sobre otras, a distinguir aromas, quiere decir entonces que podemos cocinar; por lo menos para alimentarnos dignamente sin tener que recurrir a comida congelada, llena de sodio y químicos o gastar una fortuna en restaurantes.
Aprender a cocinar es una de esas cosas que al principio puede parecer difícil, pero que termina por hacernos rendir a los pies de un fogón. A mí me cautivó cuando tenía 4 o 5 años. Mi casa era una suerte de panadería del vecindario porque mi abuelita hacía ponquesitos, tortas y dulces para vender. Crecí pues en un hogar que olía a dulce todo el tiempo. Mi padre me enseñó a cocinar desde pequeña y aprendí de mis tíos paternos a hornear el pernil navideño a los 7 años. Mis recuerdos culinarios van desde las verduras que eran traídas por los trabajadores de la finca sacadas directamente de la tierra para el sancocho dominical, pasando por la visita (con mi madre) a la pescadería de su primo para escoger la compra de la semana.
Mis vacaciones no eran como las de los demás niños, mi tío Toto nos daba clases de cocina a todos los primos, tía Lía nos hacía descarozar varios guacales de duraznos maduros para hacer tortas para la venta en su cantina.
Para nosotros no era trabajo de vacaciones, era nuestra diversión; tanto así que en la familia tenemos varios reposteros y panaderos, incluyendo a mi hermana y los esposos de mis primas.
Mientras los otros niños jugaban baseball en la cuadra, mi primo Antonio y yo hacíamos «sopitas» en el patio trasero de la casa, en una fogata hecha con palos de las matas de frutas de mi abuela y con ingredientes «robados» de nuestras casas.Con el paso del tiempo me fui enamorando naturalmente de la cocina y quedé embrujada para siempre con la magia de la transformación de una verdura, una fruta, o un animal, en un plato lleno de sabor. Porque, si nos damos cuenta, la cocina no es más que el más delicioso acto de amor.
Amor hacia nosotros mismos cuando preparamos los alimentos para nutrirnos con vitaminas, minerales, proteínas. Amor hacia los nuestros porque cocinamos para nuestros hijos, parejas y amigos. Amor al prójimo porque damos de comer al vecino hambriento de al lado, al que le llevamos un pedazo de torta o una sopa para la gripe.Yo quisiera de veras que se dieran el permiso de hacer cosas sencillas y le pierdan el miedo a la cocina.
Les voy a contar una anécdota un tanto vergonzosa: A pesar de que cocino desde niña, contadas veces me atreví a hacer tortas o panes. Me parecía demasiado trabajo. Amasar nunca fue lo mío. Con el tiempo sentí que era algo que me faltaba aprender y decidí inscribirme en clases de panadería con la chef Romi Naparstek.
El primer día estaba tan nerviosa, que parecía que estaba cocinando un Beef Wellington enfrente de Gordon Ramsey. La profesora me alentó a confiar en mi y como por arte de magia el miedo se esfumó, quedando yo maravillada con el milagro de la fermentación.Cuando te percatas de que ese organismo vivo, crece y es la base para la masa, cuando la hueles, y eres testigo de su encanto no lo puedes creer. La amasada no es tan tediosa, y hay máquinas que lo hacen por ti. Yo prefiero el contacto directo y verla pasar de pegostosa a suave y firme entre mis manos. La sensación de estar creando una obra de arte se apoderó de mí.
«Sean gentiles con la masa», nos dijo Romi y a mí me provocó cuidar esa bola de masa hermosa, y arroparla con una cobijita. El momento más fantástico de todos es cuando comienza a salir el aroma desde el horno, y el olfato se convierte en tu sentido más importante. Es entonces cuando sacas el pan al exterior, lo contemplas de cerca, observas su perfección y te quedas maravillado. Esa sensación es única e irrepetible.
El primer mordisco es casi un pecado porque no quieres destruir su hermosa apariencia. Tu apetito te gana la partida y si cierras los ojos, puedes sentir cada caricia de tus manos amasadoras en ese primer bocado. Ese mordisco se convertirá en inolvidable y tu sonrisa, será tu recompensa. Hace unos días mi amiga Pía Bataglia, me envió un video de Playground donde la Dra. Vandana Shiva, filósofa y ambientalista, daba consejos para jóvenes urbanos. Voy a resumirlo usando sus propias palabras:
«Cada joven debe reconocer que trabajar con sus manos, con su corazón y sus mentes que están interconectados, es la evolución más elevada de nuestra especie. Comienza un jardín, crea un patio de juegos a partir de la forma en que cultivas la comida. Protege las semillas. Cocina. Cocinar se trató por años como una actividad atrasada que las madres hacían, pero esa es la razón por la que estás alimentado. Comienza clases de cocina, pídele a tu abuela que te enseñe a cocinar. Crea comunidad, somos parte de una familia humana. El alimento nos conecta».
Yo tampoco era buena con las matas. Se me morían hasta los cactus. Cambié mi forma de pensar y hace poco comencé un mini jardín en el balcón de mi apartamento. Aún no siembro con semillas, pero mis hierbas crecen como nunca antes lo habían hecho. Cuando cocino con ellas, siento que las honro de la mejor manera posible.
Inténtelo, se sorprenderán. Y luego cuéntenme su experiencia.
@AriSilva.Kitchen en Instagram
Correo: ariskitchen68@gmail.com
Donde estudiar:
La Romi Bakery en Miami Beach.
Cursos largos y cortos, para niños y adultos. En un ambiente placentero, donde cocinar se convierte en diversión. Al final te llevas orgulloso, el fruto de tu labor.
www.laromibakery.com