“Follándonos a una entre cinco”
por Adriana Bertorelli
¿Qué clase de persona escribe este mensaje a su grupo de amigos? ¿Qué calidad de gente graba y envía una violación colectiva, en “manada”, como se llamaba su grupo de WhatsApp, al resto de sus amigos que no pudieron asistir a la fiesta? ¿Y qué clase de persona responde “Cabrones, qué envidia. Esos son los viajes guapos”, al ver a sus amigos en una grabación de móvil tomando turnos para violar a una adolescente aterrada? ¿Quiénes son los padres de personas así, en qué hogar crecieron, quiénes fueron sus compañeros de colegio, sus novias, sus afectos?
Probablemente, gente como cualquiera de nosotros. Tal vez estos cinco amigos, hoy encarcelados, y los otros siete que no pudieron acudir al “viaje guapo” de su manada, no sean en apariencia muy diferentes a alguno de nuestros vecinos. Quizás hasta pasen por tipos amables que te ayudan con las bolsas de la compra y hasta paguen sus impuestos municipales a tiempo. Y es que la violencia de género es una institución con raíces tan profundas que casi se ha convertido en algo cotidiano e intrascendente, casi normal.
A ver, los ponemos en contexto: En España, exactamente en Pamplona, se celebran anualmente unas fiestas entre paganas y religiosas llamadas Sanfermines. Cada año, durante esas fiestas, se suscitan múltiples casos de violencia machista que van desde tocamientos no solicitados hasta violaciones con penetración. La mayoría de los casos aún no se denuncian, aunque cada vez las autoridades están más alertas y existen líneas abiertas para hacerlo, y este verano, cinco amigotes, uno de ellos un guardia civil, se pusieron de acuerdo para violar a una chica de 18 años a la que le habían ofrecido acompañar hasta su auto y a la que llamaron en sus mensajes «puta pasada de viaje».
Esto ocurrió en Pamplona, pero la verdad es que hubiera podido pasar en cualquier ciudad, en cualquier país. Como lo que ocurrió en Montañita, Ecuador, cuando encontraron muertas y violadas a dos jovencitas argentinas que iban de mochileras y la primera respuesta del gobierno de Ecuador fue preguntar que por qué los padres habían dejado a dos mujeres jóvenes viajando solas y preguntaron si las chicas asesinadas llevaban puesta ropa indecente. Como si la independencia y la ropa fueran excusa para apropiarse a la fuerza del cuerpo de nadie, de la vida de nadie.
No conozco a ninguna mujer que no haya tenido que apurar el paso alguna vez porque había alguien siguiéndola, o que no haya pasado un mal rato porque el papá o el hermano de alguna amiga se le aproximaron de forma inadecuada o que no le hayan dicho una larga lista de obscenidades al pasar frente a una construcción.
Sí, la violencia machista está en todas partes y la asumimos como parte de la vida y a veces ni siquiera la vemos. La vergüenza y el miedo a la humillación, una vez que se denuncia, hace mucho más difícil obtener cifras exactas y hacer un seguimiento adecuado. Como en el caso de Linda Loaiza López en Venezuela, por ejemplo. Linda fue con solo 18 años, secuestrada, golpeada, esposada y violada. Su agresor, Luis Carrera Almoina , hijo del rector de una reconocida universidad venezolana, la intentó ahogar en una playa, la maniató, se la llevó por la fuerza a su casa, la amenazó con armas de fuego, le desgarró la vagina con objetos contundentes, la quemó y le arrancó pedazos de los labios y los senos. La torturó durante tres meses, le fracturó la quijada en tres partes, le destrozó el pabellón de las orejas y le fracturó una costilla. El sistema judicial de su país le dio la espalda y 59 jueces se inhibieron de conocer su caso. Sus audiencias fueron diferidas 38 veces y aunque 76 funcionarios del sistema judicial venezolano tuvieron e ignoraron su expediente, Linda inició una huelga de hambre y logró una apelación.
Luego de ser sometida a 15 operaciones y casi dos años de hospitalización desde el 2001, Linda Loaiza se convirtió en abogada para poder explicar y explicarse el horror al que había estado sometida y al no conseguir eco suficiente en su país, elevó su caso al Sistema Interamericano de Justicia. Su caso es el primero de violencia de género de Venezuela que se está procesando en este organismo.
120 millones de niñas y adolescentes en todo el mundo han sido obligadas a sostener relaciones sexuales forzosas. Para entender la magnitud de la tragedia: 120 millones es la población de un país monumental como México.
120 millones de vidas han sido destrozadas, humilladas, marcadas para siempre y estas solo son las cifras de las menores de edad. Y esas son las que se conocen, ¿cuántas hay que no denuncian?
Ante un monstruo de estas proporciones lo más importante sigue siendo educar, informar y denunciar con la frente en alto. No aceptar la violencia de género como algo normal. Hay que unirse y combatirla. Hay que educar a las nuevas generaciones. Hay que decirle a las víctimas que no se dejen humillar por preguntas como ¿por qué estabas sola? ¿Qué ropa llevabas?
En los casos de violencia machista la culpa nunca es de la víctima. Nunca.